Claudia... ¿cómo pedir disculpas si ya ni las quiere?
Lestat de Lioncourt
Aprendí de ti las peores artes.
Comprendí lo que nunca deseé saber. Vi en ti la mentira, maldad y
crueldad del mundo. Sonreí con candidez a todos los que caían
frente a mis pequeños pies. Me rendían tributo por mis tirabuzones
dorados, pensaban que era la muñeca que Louis maravillosamente
vestía con recato y me veían pasear contigo como si fueras un padre
abnegado. ¿Qué éramos? Dime. Ya ni siquiera recuerdo esa palabra.
Dejaste que el mundo se inclinara ante
nosotros, pero jamás me preguntaste si eso era lo que más ansiaba.
Nunca descansé. Jamás fui feliz. Me sentía rota, incompleta,
desilusionada y profundamente avergonzada de mis estúpidas fantasías
cuando vi que tu muerte fue en vano, que no conseguí liberar mis
dudas y que sólo desaté más furia. Pero no te preocupes, aún te
odio. Te odio de forma salvaje, príncipe. Padre de las mentiras,
¿qué es lo que crees que pienso de ti? Que eres un estúpido y que
no cambias. No importa la capa que vistas, el nombre que te impongan
y los cientos de amantes que tengas. No cambias. Tú no cambias.
Igual que yo no cambio. Del mismo modo que Louis siempre fue un
cínico adicto a las lágrimas.
¿Qué fuimos? Una secta que destruía
almas para enviarlas a la oscuridad, a esa oscuridad que nos
alimentaba. ¿Qué deseábamos? Dime, ¿qué era?
El mundo era nuestro, pero en realidad
a mí nunca me quiso ni me comprendió. Tú eres un miserable, al
igual que Louis, y no sois más que dos muñecos rotos que pretenden
seguir danzando. Sois despreciables. Me convertisteis con un truco
barato, envenenasteis mi alma haciéndome creer que todo era posible,
y luego no tuve nada. Sólo obtuve dolor. Pues sentid mi dolor y mi
desprecio. Sentidlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario