Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 19 de febrero de 2015

Como matar a un imbécil

Armand es a veces terrible, pero sin duda alguna tiene cierto encanto macabro.

Lestat de Lioncourt


El invierno puede ser terriblemente aburrido. Sin embargo, siempre existe la posibilidad de encontrar un momento de extraña y satisfactoria diversión. El paisaje urbano puede ocultar disimuladamente pequeños tesoros, cajas de Pandora, que desean ser abiertas inevitablemente. Mi diversión siempre está ligada con el sufrimiento de mis víctimas. Aprendí que me gusta rememorar mi calvario proyectando las mismas lágrimas, junto a gestos de dolor y miseria, en otros.

Tenía aproximadamente veinte años, cabello negro ligeramente corto, ojos oscuros y tan delgado que parecía un esqueleto. Su cuerpo era el de un muchacho larguirucho sin mucha forma, aunque él parecía verse lo suficientemente atractivo para coquetear incluso consigo mismo. Siempre pensé que los egocéntricos, como Lestat, lo eran porque tenían ciertos privilegios y motivos de peso. Mi viejo amigo posee una belleza extraordinaria y, aunque no lo crean, cierto encanto que ni siquiera yo sé describir. Pero ese muchacho, por llamarlo muchacho y no hombre, ni siquiera tenía barba. Sólo veía a un imprudente creyéndose superior a todos, regalándose como una puta lastimera y ofreciéndose al mismísimo demonio si eso le confería cierto respeto. Decía ser escritor, pero sus escritos eran basura. Sólo era una copia inmunda y deplorable de otros, como si fuese un cliché barato de un cúmulo de características sin sentido entre sí, pero él creía que era, sin duda alguna, lo que todos necesitaban ser en la vida.

Encontré a ese estúpido igual que quien encuentra una lata de refresco en la vía, arrojada allí afeando el paisaje sin utilidad alguna, que decidí patear para entretenerme. Sé positivamente que mis ojos pardos son atractivos, pero jamás pensé que serían envidiados por un hipócrita de medio pelo. Me aproximé con educación y cierto encanto, cosa que tomó como si fuese una invitación a algo más. Decidió invitarme a un café, cosa que para los vampiros puede ser atractiva y un alivio. No bebemos su contenido, pero nos reconforta el calor y el aroma.

La cafetería estaba vacía, pues era una hora desapacible en un día común de invierno. Él no cesaba de contarme de lo encantador que era, amado por todo y respetado por cientos. Yo tan sólo miraba por la ventana, meditando cuando debía matarlo para acabar con mi sufrimiento y el suyo propio. Se encendió un cigarrillo, cosa prohibida desde hace años en los locales de la ciudad, pero no dije nada ni mostré repulsión por ello. Tan sólo arrugué mi nariz y clavé mis ojos en la nada. Al girar mi rostro noté el suyo cerca del mío, mirándome con ciertos deseos que no pensaba cumplir. Él abrió sus labios y yo coloqué en los míos una sutil sonrisa.

—Sergio, ¿ese era tu nombre?—dije premeditadamente. Pues deseaba burlarme de mi nulo interés en sus palabras.

—No—dijo.

—Oh, ¿Saúl?—pregunté con falsas dudas.

—No—respondió.

—Algo con S... ¿verdad?—reí. Mi risa siempre ha sido fresca y llamativa, demasiado coqueta para ofrecérsela a un inútil.

—Correcto. Pero no importa. Puedes llamarme amor—susurró cerca de mi cuello, echando hacia un lado mis cabellos, mientras me sostenía de la cintura.

Detesto que muchos tengan esa enorme capacidad de invadir mi espacio personal. No me agrada que me soplen cerca del cuello y me echen su aliento. Sólo soporto en proximidad a los que realmente amo. Ese imbécil estaba ganando méritos.

Lo siguiente que él recordaría sería despertar en una fría camilla. Con cuidado lo engatusé para que tomara de mi café, el cual ya había sido condimentado con algunas pastillas especiales, y el resto fue fácil. Trasladarlo y dejarlo en aquella camilla fue tan fácil, y rápido, que aún me cuesta creerlo. Aunque, en realidad, es comprensible porque era un saco de huesos mal colocados.

—Bienvenido a mi laboratorio—comenté abriendo mis brazos mientras él me miraba con los ojos fuera de órbita. Tenía miedo. El sudor frío de su frente delataban un miedo terrible. Él sabía que no saldría vivo de esa habitación. Es algo triste, ¿no es cierto? Saber que vas a morir con toda certeza, pero al menos es algo cierto en su vida y su patética historia. ¡Y pensar que él creía que me interesaba su compañía!—. Sé que me darías las gracias, comentarías que es increíble, y me adularías—murmuré tomando uno de mis bisturís—. Pero, como ves, estás amordazado y atado a esta camilla—indiqué alzando mi ceja derecha—. No—dije con contundencia—. No es un fetiche sexual, pues a mí me llenan ese vacío de otra forma. Verás, querido, a mí tu físico y tus historias baratas, esas que me has contado durante algunas horas, son basura. No me han interesado, ni llamado poderosamente la atención y ni mucho menos, que lo sepas, me parecen agradables. Has invadido mi espacio personal, ¿le importa que lo haga yo con este bisturí?—reí bajo inclinándome hacia él, mirándolo a los ojos con una poderosa sensación de control—. Tranquilo, sólo dolerá mientras sigas vivo.

Jamás olvidaré la poderosa sensación del bisturí abriendo su pecho, para después sacar su corazón. Rápidamente lo puse en una mesilla y observé como dejaba de latir. Fue una pena terrible que no durara demasiado, la sangre se enfriara y el cuerpo tomase un rigor similar al del hierro. Quizás porque su musculatura quedó en tensión, pero creo que era porque era demasiado delgado y sus huesos, como tendones, eran lo poco que quedaba de él junto a su piel mal cuidada.

—Míralo por el lado bueno, cariño, tal vez llegues a ser el mejor de mis modelos de esqueletos... pero debería limpiar bien los huesos y, para eso, hay que perder el tiempo contigo. Cosa, que como ves, no me gusta hacer—dejé un sutil beso en su frente y salí del laboratorio.


Al día siguiente su cuerpo estaba en el fondo de uno de los lagos cercanos. Muchos diréis que su familia lo extrañaría, pero a decir verdad fue un alivio incluso para sus amigos. Si es que a ese grupo de aduladores, los cuales desconocían sus verdaderas intenciones, podían considerarse verdaderos amigos.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt