Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 23 de febrero de 2015

Marius y Mael, de nuevo frente a frente, ¿no creen que esto es épico?

Lestat de Lioncourt


Habían pasado varias décadas. Las últimas noticias sobre Mael eran terribles. Sin embargo, estaba allí. Frente a él estaba aquel viejo compañero y enemigo. Sus ojos azules, casi glaciales, parecían hundirse en los míos y profundizar en mi alma. Al menos, lo intentaba. Su piel estaba oscurecida, aunque tan sólo tenía un ligero aspecto más humano. Sus cejas, finas y doradas, se fruncían hasta casi unirse. Tenía el cabello largo, caía sobre la chaqueta de cuero que llevaba y le daba un aspecto demasiado salvaje. Parecía perdido.

—¿Qué haces aquí?—pregunté sin soltar el pincel.

Llevaba horas intentando plasmar en el muro un fresco que representara la gran tragedia vivida, la herencia recibida y el pasado que no vuelve. Khayman, Las Gemelas y el dolor que todos llevábamos tatuado en nuestros recuerdos. La expresión dulce y sosegada del viejo guardián, un guerrero fiero y leal, parecía la de un niño. ¿Y no era eso lo que siempre fue? Un niño por su corazón noble, pero con el aspecto de un adulto. Las Gemelas, a cual más hermosa, se miraban complacientes intentando recordar la última vez que fueron completamente felices. Era una pintura compleja. El cielo azul, como el de un amanecer de verano, resplandecía con las diversas tonalidades celestes mientras que las hermosas pirámides, esas que formaban parte del reino de Kemet, se alzaban sobre las doradas arenas del desierto.

—Me dieron por muerto hace tiempo, pero tú sólo preguntas el motivo de mi visita—bromeaba. Sin embargo, sus bromas siempre tenían un toque amargo, e incluso sarcástico, cuando las lanzaba hacia mí como dardos envenenados—. No has cambiado nada.

—Mael... —chisté.

—Quería verte—dijo aproximándose.

Durante algunos segundos dudé. Pensé que podía ser un sueño. Anhelaba creer que estaba vivo. Habíamos tenido nuestras desavenencias; sin embargo, aceptaba su compañía del mismo modo que aceptaba la de otros. Fue, sin lugar a dudas, al único idiota que he perdonado en tantas ocasiones. Quizás, y sólo quizás, porque él me dio apoyo cuando nadie lo hacía. Luchar codo con codo con tu enemigo lo convierte en tu hermano, aunque es algo que jamás le he dicho. Nunca diré que admiro su fuerza, respeto sus decisiones y extrañaba tenerlo frente a mí.

Sacó de su chaqueta un ejemplar de Prince Lestat. Portada negra, letras rojas, folios inmaculados y esquinas torcidas por las numerosas veces que lo había leído. Sí, lo había leído al menos unas veinte veces. ¿No podría creer que Maharet estaba muerta? Quizás.

—Ah, ese libro—susurré.

—Yo también oí esa voz, pero decidí...

—¿Qué decidiste?—interrumpí.

—Viajar solo, sin rumbo, sin un lugar al que llamar hogar y... —su voz se arrastraba lentamente, como si quisiera tomar conciencia de todo lo vivido.

—¿Y?—pregunté.

—Con la soledad como mi gran amiga—guardó el libro y me agarró de los brazos. Sentir sus dedos contra mis brazos, apretándolos, me recordó a los años en los cuales me dio sus consejos, aunque no los respetaba, y la vida era más sencilla.

—¿Cómo te sientes?—dije por obvias razones.

—Ella ha muerto, él ha muerto, y la hermana también. Todos han muerto—hizo un inciso frunciendo el ceño, apartándose de nuevo y caminando hacia un pequeño diván que había en la estancia—. ¿Cómo crees que me siento? Tal vez hundido, pero he regresado por Jesse.

—Ah, esa joven vampiro—susurré.

—¿Y por quién volvería?—preguntó.

—Avicus—aquel nombre hizo que su rostro cambiara, pero de inmediato guardó las formas.

—Ah, ese imbécil que aún se cree erudito...

—Mael...—negué ligeramente. Sabía que no lo perdonaría, del mismo modo que yo no podía perdonarme a mí mismo por tantos fracasos.

—Romano—chistó acomodándose en el diván, para luego no decir nada más.


Allí se quedó toda la noche contemplando como trabajaba. Lo hizo en riguroso silencio.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt