Arion y Petronia... Muchos señalan a las personas hermafroditas, andróginos, transexuales o simplemente con rasgos distintos. Hay quienes odian a los de distintas razas, culturas, etnias o religión. Cosas absurdas, ¿verdad? Pero aún sucede. Te juzgan y te condenan. Petronia vivió en una época peor que la actual y tuvo que soportar muchas burlas. Arion aún intenta curar esa parte que carga, ese dolor que la aplasta, y eso es digno de una ovación.
Lestat de Lioncourt
Quizás todo lo que importa se pueda
reducir a una solo sentimiento, el cual pervive a pesar de los pasos
de los milenios. Ella logra que el dolor se evada y la soledad se
marchite en mi corazón. Ella desahoga su rabia, la cual provoca que
no pueda descansar, en mis brazos y contra el arte donde encontró su
refugio. Ella sacó el amor y lo grabó en mi pecho, del mismo modo
que sus útiles dan forma a los camafeos. En ella puse mi fe, mi
corazón y todos los consejos que nadie me dio. Amor, eso es lo que
importa.
Hablo con ella cada noche lanzando
miradas cómplices, sonrisas silenciosas y manos suaves que se
entrelazan entre las suyas. He secado tantas lágrimas como calmado
sus puños. Ella sobrevive con las miserias ocultas en cada rincón
oscuro de su alma. Entre nosotros impera el silencio lleno de amor,
pasión y libre de cualquier perjuicio. Yo conozco bien su dolor, el
peso de sus cadenas y el dolor que se arrastra en cada milímetro de
su fina figura.
Mi amor es ella. Para mí es una dama,
una guerrera y el chico desgarbado que todos señalaban. No me
importa el sexo que elija, pues para mí siempre será la perfección
hecha piel de seda color marfil, labios suculentos, pómulos marcados
y ojos de violenta tormenta color café. Tan hermosa, tan delicada,
tan fuerte y tan villana. La ensalzaron entre las zarzas de la
mentira y la crueldad, pero ella demostró que en realidad sólo
mostraba cuan dura podía ser la vida, la cual podía ser una
terrible condena.
—¿Qué ves cuando me miras? Sé
sincero, mi dulce maestro—murmuró una noche. Ella lo hacía
tomando mis manos entre las suyas, acariciando la yema de mis dedos,
mientras intentaba no llorar.
—Un ser hermoso—dije soltando sus
manos, para estrecharla contra mí.
Se había maquillado para mí, recogido
su cabello con cuidado y realzando sus pequeños pechos. Era mi dulce
criatura. Un ángel entre las ruinas de un mundo destrozado por la
codicia y las malas lenguas. Ella nunca fue amada como yo lo había
hecho. Todos la despreciaban. Pero para mí, Petronia, simboliza la
belleza más absoluta. Es perfecta. No importa que su sexo esté
dividido y sea tabú todavía para miles.
—¿Mujer u hombre?—preguntó con la
voz rota por el miedo.
—¿Eso importa?—respondí a su
pregunta—. Lo importante es que tú has logrado que siga viviendo,
pese a mis miserias y tragedias.
Para mí siempre será la criatura que
secuestró mi aliento y me dio el alimento del amor.
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