Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 28 de febrero de 2015

Perdón imposible

Lasher de nuevo con vida, Rowan huyendo, la casa de San Francisco... horror. 

Lestat de Lioncourt 


Estaba de nuevo en un momento crítico en su vida. Observaba las viejas habitaciones que habían aguardado celosamente su regreso. Miles de recuerdos se agolpaban, igual que el polvo sobre los escasos muebles que aún permanecían en la vivienda. La mudanza había sido sencilla. Sólo había recogido lo imprescindible. Algunos muebles se quedarían para el próximo propietario, el resto posiblemente se los ofrecería a alguna organización no gubernamental de la zona. No lo había meditado aún. Pues el miedo la había paralizado. Los recuerdos azotaban con violencia, igual que el mar contra su barco. Su viejo e inseparable barco también sería vendido, como si parte de ella hubiese muerto y decidiera enterrarlo más allá de las profundidades de su corazón.

Estaba en mitad del salón, justo frente a las cristaleras que daban al pequeño muelle, el barco se mecía y parecía querer hundirse antes de ser abandonado por Rowan. Ella estaba de pie, con las manos juntas como si rezara a un Dios bondadoso, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y tristeza. El horror volvía. Era como si todo lo que hubiese vivido se trasladara al presente. ¿Y no era así? Su familia seguía vinculada a tratos oscuros, muy turbios, como para enumerarlos con facilidad. Julien había regresado a la vida gracias a sus argucias con el demonio, muchos Mayfair estaban pactando nuevos y terribles tratos, mientras que ella se hundía con cada nueva noticia. Michael no era capaz de secar todas sus lágrimas y calmar definitivamente sus demonios. Sobre todo en ese momento. Estaba sola en esa casa, pero el cristal volvía a tener la huella de una mano cálida que acababa de apartarse. Una mano enorme, de dedos finos y palma ancha. Sí, era la mano de un Taltos. La última vez que vio esa marca su vida cambió, su madre biológica había muerto y ella comenzaba su peregrinaje por un mundo lleno de oscuridad, muerte y destrucción que estuvo a punto de matarla.

Quería gritar, pero no pudo. Tenía un nudo enorme en su garganta. No podía siquiera respirar. Todo parecía demasiado pesado. Sus manos temblaban mientras sus dedos apretaban el dorso de estas. Quería llorar, y tampoco lo hacía. Simplemente optó por intentar ser racional y creer, al menos creer, que sólo eran sus viejos recuerdos jugando una mala pasada. Sin embargo, lejos del olor a polvo y mar, olfateó en el ambiente su aroma. Era el aroma de un macho Taltos. Sin duda, una fragancia que ella no podía olvidar. Un mal presagio. Eso era. Debía huir, pero sus piernas no obedecían. Su cuerpo estaba rígido y sus músculos se contraían. Abrió sus labios, aunque no emitió ruido alguno, y sus ojos parecían salirse de sus órbitas.

Sólo un pensamiento, o más bien un nombre, se agolpaba en su cabeza rebotando una y otra vez: Lasher. Él estaba allí. Había regresado como bien sabía. Lasher estaba cerca. Casi podía sentir sus manos sobre su cuerpo y su respiración contra su cuello. Su hijo, su amante, su carcelero, su enemigo y el padre de Emaleth.

—Sigues siendo tan hermosa como siempre. Es como si los años no hubiesen pasado por ti—su voz sonaba calmada. No parecía siquiera el monstruo que perdía el juicio, olvidaba ocasionalmente quien era y se perdía en medio de estúpidas canciones infantiles.

«Aléjate» pensó, pero no podía hablar. Sólo desear que ese momento fuese una pesadilla. Quería despertar en brazos de su marido. Él era un hombre justo y comprensivo, que siempre aceptó sin ningún reparo los problemas que agrietaron su matrimonio.

—Madre...—murmuró—... me alegra que no me olvidaras, pues yo no pude hacerlo. Lamento muchísimo todo el daño que te hice—sus pasos sonaban próximos y sabía que la alcanzaría. De improvisto, ella logró moverse, pero al girarse lo vio frente a frente. Esos ojos azules, tan similares a los de su amado Michael Curry, ese mentón, idéntico al suyo, sus labios carnosos y esa pose tan resuelta en la vida. Era masculino, pero tenía el cutis de un niño. Seguía siendo hermoso, como un ángel, pero terrible, como cualquier pesadilla. La dualidad perfecta de Michael y suya. Un monstruo, como cualquier otro. Ella había visto como Lasher regresaba, pero quiso creer que era sólo un sueño. Un terrible y trágico sueño. Incluso su marido le dijo que era mejor olvidarlo, enterrarlo junto con los viejos huesos que pertenecieron al fantasma que regresó y ocupó de nuevo un cuerpo idéntico—. Madre, por favor. Rowan, vine a pedir disculpas—sus ojos se llenaron de lágrimas, igual que los de ella. Sería fácil creerlo y pensar que la pesadilla no volvería, pero eso es únicamente en las fantasías de un ser enfermo como lo era él.

—Si te acercas juro por Dios, Lasher, que llamaré a Michael y volverá a destrozarte el cráneo como la última vez—amenazó apretando más sus manos.

—Rowan...

Su mente se hundió en la esclavitud del dolor. Por unos instantes recordó todo lo que había vivido. La cama sucia, las ataduras, el hedor, los abortos, la comida insípida, el dolor de su cuerpo y como la esperanza se marchaba para no regresar. Empezó a perder la vista, sintiendo como el aroma de Lasher inundaba sus pulmones, su cuerpo se relajó y cayó desplomada al suelo. Allí, recostada sobre el pulimentado suelo de madera, con sus hermosos cabellos rizados rozando sus mejillas y cuello, tan delgada y vestida de riguroso blanco, parecía un ángel recién caído de un cielo descolorido de esperanza.

Lasher se arrodilló frente a ella, tomándola entre sus brazos, mientras dejaba suaves besos por su cuello. No era fértil, pero seguía siendo su bruja y su madre. Un amor extraño provocaba en él un vínculo extraordinario. Había cuidado a todas las brujas para dar con ella, hilado cada hebra y cosido un mapa de cromosomas único. Él era como el propio Dios. Había creado un mundo y buscado un Adán y una Eva. Ella era Eva. Él podía ser ahora Adán, aunque este fuese su padre y posiblemente no tardaría demasiado en telefonear para saber dónde se encontraba su mujer.

La pegó contra sí. Llorando de nuevo como lo había hecho el día que creyó que moriría. Él había provocado su dolor, su pronta muerte, y ni siquiera era capaz de aceptarlo. Pero allí, junto a ella, lo aceptó. Comprendió que todo lo que hizo, su fatídico deseo, fue cruel para ella. Aún así él seguía pensando era lo correcto. Las gigantescas manos apartaban los mechones de la frente de su madre, rozaban sus carnosos labios y se perdían por su cuello largo.

Ella logró recuperar la conciencia. Estaba en brazos de Lasher y recordó que podía intentar matarlo, aunque no serviría de nada. Una vez lo intentó y no logró nada más allá de su furia. Sin embargo, odiaba que la tocara. Sin embargo, notó que él parecía terriblemente afectado. No era una máscara, ni una estratagema. Las manos suaves de aquel monstruo la consolaban y su aroma la atraía.

Entonces, sin siquiera saber como ocurrió, sus labios se rozaron y sus lenguas se unieron. Un beso largo, lento y profundo. Como si ella fuese Blanca Nieves y él, por supuesto, el apuesto Príncipe Azul. Los ojos de Rowan se cerraron y su cuerpo se relajó aún más en aquellos brazos, tan similares a los de su marido. Él la besaba presionándola contra su marcado torso. Los dedos irrespetuosos, e impacientes, de Lasher rompieron la camisa de algodón blanca y se deshicieron del cómodo sujetador que ella llevaba. Pronto sus pantalones, así como las demás prendas, quedaron esparcidas a su alrededor. Él la deseaba y ella no se lo impedía. Era ese aroma dulce, penetrante y pegajoso.

—¡Lasher!—gritó, al separar su boca de la suya.

La tomó en brazos, como si no pesara nada, y la llevó a la habitación principal. En aquella cama, justo en ese colchón, Rowan y Michael tuvieron sus primeros momentos de lujuriosa intimidad. No había sábanas blancas, ni colchas cómodas, y ni mucho menos era una jovencita encandilada por un hombre extraño, maduro y lleno de luz en sus ojos tristes. No. Allí sólo había un somier, un colchón polvoriento y un monstruo que deseaba eyacular entre sus piernas.

Los besos empezaron a ser salvajes, sus dientes mordisqueaban la cálida piel de su madre, y su aliento rozaba sus pezones. Las piernas de Rowan se abrieron, cálidas y apetecibles, pero él estaba fascinado con sus pechos. Sabía que carecían de leche, pero no pudo controlarse. Él empezó a succionar salvajemente, mordisqueó y lamió cada pezón. La punta de su lengua hacía pequeños círculos alrededor de su pezón, para luego morderlo tirando de él. Ella gemía descontrolada y sus manos acariciaban la ancha espalda de Lasher, aunque no llegaba a ser tan amplia como la de Michael. Las uñas se enterraban bajo sus omóplatos y arañaban entre sus costillas.

Cuando la penetró ella quedó desconectada del mundo. Cualquier recuerdo, por mínimo que fuese, quedó abandonado de nuevo. Su mente quedó en blanco. Ella sólo sabía gemir y mover sus caderas. El movimiento de pelvis de Lasher era magnífico. El sudor impregnaba el cuerpo de Rowan, volviéndolo pegajoso, igual que el suyo. Ambos se frotaban con deseo. Las gigantescas manos de Lasher acariciaban el rostro de su madre, para luego deslizarlas por su cuello y presionar su tráquea. Ella boqueaba aire, pues intentaba respirar, pero no podía. Sólo atinaba a gemir. Él, afortunadamente, la soltó cuando comprobó que se asfixiaba. Su miembro, mientras tanto, seguía penetrándola cada vez más fuerte, rápido y profundo. Sus testículos hacían un sonido ensordecedor para los sentidos más primarios, mientras que ella no dejaba de atraparlo entre sus piernas.

El Taltos podía sentir la humedad, calor y presión de la vagina de la bruja. Ella, si bien, podía notar el portentoso tamaño que poseía el miembro de Lasher. Sin duda alguna, la taladraba. Se sentía atravesada y torturada por él. Sin embargo, era un delicioso momento que le provocaba un ardor que bien conocía. Toda ella estaba caliente y se sentía arder en las fraguas del infierno, sin importarle nada ni pensar siquiera en las consecuencias.

Las manos de Rowan bajaron de la espalda a los costados, después a los brazos y por último a sus glúteos. Quería obligar a su hijo, amante y monstruo a permanecer dentro, lo más profundo posible, porque ella se moría literalmente de placer.

La cama se movía, crujía quejándose, y sabía que podía romperse. Pero no lo hizo. Él tan sólo se levantó, la agarró del cabello con rabia y la puso de rodillas. Se tocaba con infinito placer. Ella, sin embargo, esperaba el momento con los labios abiertos. Lasher llegó a su momento final ofreciéndole el sabor de su leche, la cual según Ashlar era nutritiva.

—Estamos perdonados, madre—dijo apartando sus manos de ella, así como todo su cuerpo—. Yo te amo.


Ella cayó desplomada al suelo, con el sabor del esperma en la boca corriendo por su garganta, perdiéndose por su estómago y por sí misma. Aquellas palabras le sonaron extrañas. Intentó comprender cómo la amaba, y si realmente era un acto de perdón, pero cayó exhausta y a la mañana siguiente Michael la descubrió desnuda tirada en el suelo. No había rastro alguno de Lasher, salvo su aroma.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt