Benji y Armand, Armand y Benji... tanto monta, monta tanto. Un encuentro de esos dos, un momento a solas, algo perfecto... ¿e imperfecto?
Lestat de Lioncourt
—¿Has pensado alguna vez que el
mundo es extraño, intenso y a la vez minúsculo?—preguntó de pie,
frente a las gigantescas cristaleras del apartamento, mientras miraba
el mundo a sus pies despertando en mitad de una nueva locura.
El cielo ya estaba oscuro, las
estrellas eran difíciles de ver debido a las luces artificiales, y
los viandantes parecían hormigas. Las aceras estaban atestadas de
muchachos desenfadados, empresarios buscando un taxi para llegar a
casa, mujeres cargadas de responsabilidades y vagamundos que
desconocían su futuro. En la parada del autobús había un muchacho,
de unos veinte años, tomando un café para llevar de una empresa con
un logotipo muy reconocido. Su aguda vista de vampiro le permitía
ver algunos rasgos, aunque ligeramente difuminados, mientras golpeaba
suavemente su frente contra el cristal.
—A veces—respondió.
—¿Crees que todos tenemos un lugar
cierto?—susurró girándose, para dejar apoyada su espalda en la
ventana, mientras le miraba con unos ojos tan adultos como oscuros.
No quedaba nada del niño que fue. La
viva inteligencia se alimentaba de sus años. Ni siquiera sus
diminutos rasgos infantiles eran visibles. Frente a él era un hombre
joven, aunque adulto, con la seriedad de un hombre de negocios
buscando la respuesta que todos buscamos. Estaba seguro que quería
salir corriendo, quitarse la ropa y ser un animal salvaje.
Estaba cansado de lo políticamente
correcto, de luchar para que otros terminasen olvidándose de dar las
gracias, de amar sin ser correspondido como debía y de observar las
injusticias que se acometían cada noche. Sin embargo, seguía de
pie. Él emitía su programa nocturno en una radio en Internet.
Explicaba con lujo de detalles las noticias más relevantes para los
vampiros, confesaba sus miedos y esperaba, con cierta impaciencia,
que otros contestaran con llamadas. Amaba a su público. Para Benji
los demás, esos que estaban al otro lado, dependían de él como él
dependía de ellos.
—Un lugar cierto... —murmuró.
Estaba frente a él. Sus ojos eran tan
oscuros como los de Benji, pero sus cabellos fulguraban como
llamaradas en la oscuridad. No se diferenciaban demasiado en
estatura. Sin embargo, Armand optaba por los trajes blancos, las
camisas celestes y la ropa que le diese un toque celestial. Benji
estaba vestido como un pequeño discípulo de banquero. La americana
negra, sin pañuelo ni chaleco a juego, creaba un contraste agradable
con la camisa blanca de algodón, ligeramente desabrochada y sin
corbata o gemelos, junto con los pantalones oscuros y los zapatos
lustrosos. Era un hombrecito. Parecía un muchacho agradable para
cualquier mujer, pero también para ciertos hombres. Armand, sin
embargo, era un ángel con rasgos terriblemente andróginos.
—No sé si existe un lugar—aclaró—.
Pero te aseguro que siempre tendrás mis brazos—susurró
acercándose, pero Benji no hizo amago de ir con él—. Pequeño...
cariño... amor mío... ¿qué ocurre?
—Confiáis en mí, me amáis,
respetáis mi trabajo y aún así... aún así me siento un niño y
soy querido como tal—pronunció con rabia—. ¡Mírame como a un
hombre! ¡Atrévete a quererme como a cualquiera de tus amantes! ¿No
soy yo más respetable que nuestro creador? ¡Armand!
—Te amé desde que te vi—susurró—.
¿Cómo podría no amarte?
—Me amas como a un niño—dijo, con
una sonrisa amarga—. No soy tu nuevo Riccardo, ¿sabías?
—No eres él—se apresuró a decir—.
Tú para mí eres una bendición.
Benji rompió a llorar, igual que lo
haría un niño. Si bien, en sus lágrimas podías ver la amargura de
un hombre adulto, condenado a una pasión terrible y un amor
desesperado. Él se acercó, despejó su frente y dejó un pequeño
beso sobre ésta. Después, como haría con sus otros amantes, le
ofreció sus labios. Su boca, trémula y carnosa, era apetecible y
Benji aceptó ese beso como una nueva confesión.
—Eres más que un niño—murmuró
cerca de su boca, rozando sus labios con los de su joven compañero—.
Tú eres mi compañero, mi amor, mi querido beduino... nadie podrá
ocupar tu lugar. Tienes un lugar cierto y es en mi corazón.
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