No sé que pensar de esos dos. Temo una guerra abierta entre ambos. Hablo por supuesto de Louis y Armand.
Lestat de Lioncourt
He visto en sus ojos miles de
reproches, los cuales oculta en algún rincón de su alma. Jamás ha
dicho nada al respecto. El silencio es terrible cuando sabes que
desean lazar a tu rostro el dolor, la desesperación y miles de
condenas. Sin embargo, él ha tomado la opción de guardar tras una
elegante sonrisa, un minúsculo ademán y cierta caballerosidad lo
que realmente siente hacia mí. No me odia, no detesta mi presencia,
pero sí me condena por actos que ya no tienen solución alguna. Creo
que no serviría de nada que él me hablase sobre su dolor, hiciese
reproches sobre actos, tal vez crueles, de un pasado que compartimos
y que ya no volverá.
Hace unas noches que ocurrió una gran
tragedia. Sus músculos se han tensado desde entonces, su mirada
parece más cruel y sus labios guardan un tenso silencio. Hemos visto
morir a cientos, conocido el trágico destino de conocidos que
admirábamos y él ha notado ese deseo, tal vez insensato, de buscar
a Lestat para regresar a su lado. La espera tensa de sus acciones es
para mí un suplicio. Decidí cuidar de él tal y como me habían
encomendado, aceptando su presencia noche tras noche, mientras Lestat
huía de cualquier responsabilidad. Él era su vampiro más débil,
pero en estos momentos juraría que es el más temible.
Sólo hace unas horas que tuvimos
nuestra última discusión...
—Louis—dije hace más de una hora—.
Louis...
—Guarda tus palabras para otro que
desee oírlas—contestó sin mirarme directamente a los ojos, aunque
sí levantó la vista de su libro.
No vacilé en tomar asiento junto a él,
justo a la derecha. Apoyé instantáneamente mi cabeza en su hombro.
Mis cabellos pelirrojos, sueltos y ondulados, rozaron su chaleco
negro, el cual había elegido con cuidado, mientras mis manos se
mantenían sobre mis muslos. Mis ojos castaños no se atrevían a
mirar profundamente en sus verdes campos, pues esas esmeraldas
estaban llenas de veneno. Eran pozos de veneno y crueldad. Un pozo
taimado que esperaba desatarse para verterse sobre su próxima
víctima.
—Regresar con él sería fatal para
ti. Quizás volverías a...—balbuceé. No sabía como enfrentarme
al misterio del vínculo entre él y Lestat.
—¿A qué? ¿A mantener vanas
esperanzas como ocurre contigo y Marius?—dijo, ofreciéndome una
sibilina sonrisa—. No todos somos tan patéticos como tú—susurró
inclinándose hacia mí, llevando su mano derecha sobre mi zurda y
ofreciéndome un leve golpe, a modo de consuelo, mientras seguía
sonriéndome de ese modo—. Tú y tus vanas ilusiones—negó suave
y regresó a su lectura.
Sentí una herida en mi corazón. Fue
como si enterrara una terrible daga en mi pecho, justo hasta la
empuñadura, después la retorciera y sacara sin sentimiento alguno.
Era como si el hombre que yo una vez conocí, el Louis débil que
aspiraba a ver a Dios algún día, se hubiese desvanecido dejando tan
sólo al demonio que siempre existió.
Mis labios se abrieron ligeramente y él
se inclinó un poco más, apretó mi mano y me robó un beso. Su
lengua se introdujo en mi boca arrancándome sensaciones
contradictorias: placer e ira. Mis ojos se entrecerraron y mis
pestañas temblaron. La lengua de Louis acariciaba la mía,
lentamente, en un beso medido. Mis piernas se abrieron y su mano
diestra soltó la mía, se coló entre mis muslos y acarició mi
bragueta. De inmediato dejó de besarme, se incorporó y tomó una
maleta que se hallaba junto a la repisa de libros que solía
consultar.
—¡Qué desfachatez, Armand! ¿Así
de preocupado estabas por mí?—rió bajo, con la risa de un
demonio—. Búscate un amante digno de tus fiebres, pues yo estoy
harto de soportar tus fantasías.
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