Ni contigo ni sin ti, ¿no? Pues así nos va.
Lestat de Lioncourt
Detesto absolutamente todo de ti.
Detesto esa forma descortés de marcharte cuando quiero replicar
todas tus sandeces. También tu sonrisa canalla y esa pose de Dios
irreverente. Maldigo cada uno de mis días a tu lado, pero cuando no
estás siento la horrible necesidad de llamarte en plena noche.
Llegas a dominarme con cada reto silencioso de nuestras airadas
miradas. Hace más de dos siglos que mantenemos este hilo que tira de
nuestras almas, ata nuestros corazones y nos sumerge en un pantano
aún más terrible que aquel donde te abandoné una vez.
Eres un maldito estúpido que comprende
mis inquietudes, mis deseos, mis necesidades y también sabes mis
debilidades. Odio que me abraces cuando estoy a punto de llorar. Mi
voz se quiebra, tus brazos se abren y tus labios me besan con
ardiente deseo. ¿Y qué hago yo? Me dejo llevar. Permito que nuestra
última discusión se convierta en caricias, palabras intensas y
mediocres mentiras. Te he dicho mil veces que no te necesito, que
puedo prescindir de ti, pero es mentira. Puedo clamar que te apartes,
pero tú sabes bien que necesito que me rodees con firmeza.
Cuanto más te odio más te necesito, y
cuanto más necesito más cuenta me doy de mi amor por ti. Es un
círculo vicioso que nos mantiene unidos. Aunque estés lejos, al
otro lado de éste extraño mundo, puedo sentirte cerca murmurando lo
equivocado que estoy. Quise huir, ¿recuerdas? Me marché de tu lado
y aún así cada noche, en New York, te buscaba entre la marea de
extraños que se aproximaban hasta a mí.
Siempre he intentado llenar el vacío
que dejabas. He caminado por la noche, visitado viejos teatros,
saciado mis deseos de lectura y rememorado cada palabra de nuestras
terribles discusiones. El fuego nos ha consumido, no sólo a nuestros
enseres y al tiempo que compartimos. Un fuego terrible que aún arde
y nos destruye. Es la pasión misma que nosotros poseemos en nuestras
almas. Y, sin embargo, no sabemos vivir son esas llamas.
Me siento humillado y derrotado cuando
me seduces con esas sutiles caricias. Hoy, como ayer, he caído en tu
hechizo. Sabes que soy el único que no has podido controlar, pero a
la vez dominas con tan sólo un par de tus maravillosas frases. Me
gustaría que me dijeras que soy para ti, pero sería demasiado pedir
para un estúpido que tan sólo ríe cuando pregunto si aún me amas.
Sin embargo, no voy a decir que te amo en voz alta, pues mi orgullo
me impide volver a pronunciar esas palabras, las cuales no son más
que una terrible condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario