Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 14 de marzo de 2015

Tras la sangre y el oro

Yo también me hubiese molestado. Es decir, ella estaba frente a ellos y Maharet dijo que no desobedeciera las leyes. Sin embargo, Marius hizo que Thorne matara a Santino. 

Lestat de Lioncourt 


—¿Te marchas?—dijo entrando tras ella en la habitación.

No lo miró. No se giró. Permaneció de pie frente a la maleta abierta. Había traído consigo muy pocas pertenencias. Sólo eran algunas joyas, un par de libros que consideraba especiales, un buen perfume y ropa abrigada que ni siquiera desempaquetó. Sus ojos castaños, tan intensos y profundos, se movían sobre el cierre metalizado. Lo que había pasado hacía unos minutos la desestabilizó emocionalmente. No sabía como tomar lo que había ocurrido. Fue tan rápido como horrible. Él lo había hecho, se había vengado de un hombre que había razonado y pedido perdón. Un ser que había caído en la provocación de las mentiras, pero en esos momentos estaba libre de pecado hacia la razón. Fue horrible.

—Pandora...—se aproximó a ella tomándola de los brazos, pero rápidamente se giró apartándose de él.

Enfrentó sus ojos azulados, del color del hielo, y quedó congelada por lo que vio en ellos. Ira, mentiras, odio y traición. Sus leyes por encima de toda razón. Su fuerza bruta por encima de la paz entre los suyos. Tantos siglos esperando volver a verlo, sentirlo cerca, y nada más estar a su lado se sintió presa y vio que no había cambiado en absoluto. Seguía siendo el estúpido que ordenaba y mandaba sobre todos ellos. Un ser que hacía su ley, pero no cumplía la de otros. El hijo de un patricio romano que imponía su supuesta inteligencia, aunque sólo cumplía sus arrebatos y caprichos.

—Ha muerto por tu culpa—respondió—. No tenías porque haber hecho eso.

—¡Fue Thorne!

—Sería su mano, pero tú fuiste quien la dirigió—expresó con calma.

—¡Qué dices mujer!—exclamó furioso. La ira la había contenido, pero ya no podía mantenerse al margen.

Ella, Pandora, quería que esa vil rata siguiera siendo escurridizo y se paseara por el mundo conversando con otros, estando cerca de ella y de su querido Armand. No permitiría jamás esa presencia bajo su propia casa, su techo, ni en su misma ciudad o en el mismo territorio. Había deseado acabar con él desde el principio, pero tuvo que soportar humillaciones, venganzas y luego unas disculpas nimias que aún le ardían en el cuerpo como si las llamas todavía no las hubiese sofocado.

—Te salvó la vida—dijo—. Si él y sin mí serías un cubito de hielo a la deriva.

—Hubiese salido ileso—respondió con soberbia.

—Tu orgullo te ciega. Te ciega tanto que te impide vivir en paz, amar con claridad y tener principios sólidos. No eres mejor que él ni que nadie. Sólo eres otro idiota que cree que todos deben estar bajo su dominio—sonrió amargamente y le abofeteó—. Jamás debí amarte, pues como bien decía mi padre sólo eres un estúpido y un ingrato.


De inmediato la tomó de las muñecas, presionando sus dedos entorno a estas, pero ella logró deshacerse de ese brutal agarre con el poder de su mente. Marius cayó hacia atrás, estampándose contra la estantería que sostenía algunas figuras que recordaban al esplendor de la vieja Roma, y de inmediato ella cerró la maleta colocando precipitadamente las escasas pertenencias que aún no había guardado. De inmediato, como si su alma la persiguiese el Diablo, salió corriendo sin mirar atrás. Volvía a perderla una vez más.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt