Yo también me hubiese molestado. Es decir, ella estaba frente a ellos y Maharet dijo que no desobedeciera las leyes. Sin embargo, Marius hizo que Thorne matara a Santino.
Lestat de Lioncourt
—¿Te marchas?—dijo entrando tras
ella en la habitación.
No lo miró. No se giró. Permaneció
de pie frente a la maleta abierta. Había traído consigo muy pocas
pertenencias. Sólo eran algunas joyas, un par de libros que
consideraba especiales, un buen perfume y ropa abrigada que ni
siquiera desempaquetó. Sus ojos castaños, tan intensos y profundos,
se movían sobre el cierre metalizado. Lo que había pasado hacía
unos minutos la desestabilizó emocionalmente. No sabía como tomar
lo que había ocurrido. Fue tan rápido como horrible. Él lo había
hecho, se había vengado de un hombre que había razonado y pedido
perdón. Un ser que había caído en la provocación de las mentiras,
pero en esos momentos estaba libre de pecado hacia la razón. Fue
horrible.
—Pandora...—se aproximó a ella
tomándola de los brazos, pero rápidamente se giró apartándose de
él.
Enfrentó sus ojos azulados, del color
del hielo, y quedó congelada por lo que vio en ellos. Ira, mentiras,
odio y traición. Sus leyes por encima de toda razón. Su fuerza
bruta por encima de la paz entre los suyos. Tantos siglos esperando
volver a verlo, sentirlo cerca, y nada más estar a su lado se sintió
presa y vio que no había cambiado en absoluto. Seguía siendo el
estúpido que ordenaba y mandaba sobre todos ellos. Un ser que hacía
su ley, pero no cumplía la de otros. El hijo de un patricio romano
que imponía su supuesta inteligencia, aunque sólo cumplía sus
arrebatos y caprichos.
—Ha muerto por tu culpa—respondió—.
No tenías porque haber hecho eso.
—¡Fue Thorne!
—Sería su mano, pero tú fuiste
quien la dirigió—expresó con calma.
—¡Qué dices mujer!—exclamó
furioso. La ira la había contenido, pero ya no podía mantenerse al
margen.
Ella, Pandora, quería que esa vil rata
siguiera siendo escurridizo y se paseara por el mundo conversando con
otros, estando cerca de ella y de su querido Armand. No permitiría
jamás esa presencia bajo su propia casa, su techo, ni en su misma
ciudad o en el mismo territorio. Había deseado acabar con él desde
el principio, pero tuvo que soportar humillaciones, venganzas y luego
unas disculpas nimias que aún le ardían en el cuerpo como si las
llamas todavía no las hubiese sofocado.
—Te salvó la vida—dijo—. Si él
y sin mí serías un cubito de hielo a la deriva.
—Hubiese salido ileso—respondió
con soberbia.
—Tu orgullo te ciega. Te ciega tanto
que te impide vivir en paz, amar con claridad y tener principios
sólidos. No eres mejor que él ni que nadie. Sólo eres otro idiota
que cree que todos deben estar bajo su dominio—sonrió amargamente
y le abofeteó—. Jamás debí amarte, pues como bien decía mi
padre sólo eres un estúpido y un ingrato.
De inmediato la tomó de las muñecas,
presionando sus dedos entorno a estas, pero ella logró deshacerse de
ese brutal agarre con el poder de su mente. Marius cayó hacia atrás,
estampándose contra la estantería que sostenía algunas figuras que
recordaban al esplendor de la vieja Roma, y de inmediato ella cerró
la maleta colocando precipitadamente las escasas pertenencias que aún
no había guardado. De inmediato, como si su alma la persiguiese el
Diablo, salió corriendo sin mirar atrás. Volvía a perderla una vez
más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario