Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 13 de marzo de 2015

Rojo pasión

Marius y su tontería. Si lo quieres... ¡Tómalo!

Lestat de Lioncourt

Rojo como la sangre, el fuego y los amaneceres que hace tiempo perdí de vista. Rojo como la vida misma derramada en el cuello de mis víctimas. Ese rojo que es pasión desenfrenada. Un rojo que parecía llama ardiente sobre la nívea piel de leche. Quería beber su alma entregada, los miedos de sus ojos castaños y la cereza madura de sus labios de seda. Durante meses viví la pasión más pueril y pura. Una mezcla de sensaciones que me llevaron a la locura y la desesperación. Tenían razón cuando decían que él sería la perdición de vida, el sentido máximo de mi creatividad y por siempre, pese a todo, algo que no podría entender.

Tenía miedo de él. De la bestia que creé por miedo a perder. La muerte le rondaba, susurraba en sus oídos, la fiebre le hacía delirar y sus labios parecía decir adiós. Tenía miedo y el miedo se quedó instalado en mi alma, sin dejar que el hombre sabio surgiera una vez llegado el momento de la paz. Cuando yació muerto entre mis brazos, con su sangre cálida en mis venas, quise morir de pena. Sin embargo, yo sabía que lograría que se convierta de nuevo en el joven soñador y peligroso, en el pecado, en la pintura que cobraba vida y en el seductor muchachito que guiaba mis manos bajo las sábanas de seda.

Su amor me dio vértigo. Saber lo dependiente que éramos el uno del otro, como si fuésemos uno, me provocó un pavor terrible. No era capaz de aceptar el hecho que estaba vinculado a él más allá de la sangre, el tiempo y el alma. Cuando desapareció de mi vida, mientras yo temía por la mía, pensé que sería lo mejor para ambos. Creí fervientemente que lograría ser feliz. Y me equivoqué, como muchas veces lo he hecho. Erré por completo. No buscarlo fue una traición, pero eso hizo que él sea el ser que hoy contemplo.

Frente a mí, con ese rostro impávido lleno de inocencia en sus mejillas sonrosadas, parece un ángel. La maldad yace en lo profundo. Hay oscuridad en sus ojos brillantes, una oscuridad perversa. Sé que guarda la curiosidad de un niño, la juventud de un adolescente y el ímpetu de un hombre joven. Pero es un monstruo mucho peor que yo. Ha matado a miles como él. No hay cargo de conciencia en su mente, cree que hizo lo correcto y lo suficiente para sobrevivir. A veces parece distraído, pendiente de un nuevo milagro, pero sus energías se agotan y suspira esperando que yo diga algo. ¿Y qué puedo decir? ¿Lo siento? Es demasiado tarde para pedir disculpas. Ya no es el momento siquiera para discutir el uno con el otro. Ni siquiera hay que discutir algo más que las lágrimas que hemos vertido los dos. Han muerto cientos en los últimos meses, pero él parece tranquilo. Para él todo está bien mientras que aquellos que ama están en pie, luchando con uñas y dientes, esperando un nuevo anochecer.

—Amadeo...—murmuré hace un rato. Él me miró severo, pero endulzó el gesto con una ligera sonrisa.

—Llámame Armand—repuso—. Ya te dije que ese es ahora mi nombre. ¿Te acostumbrarás a ver frente a frente la consecuencia de tus decisiones?


No dije nada. Tan sólo guardé la rabia, acumulándola en algún rincón, y suspiré. Dejé que mi alma se compadeciera de mí mismo y del orgullo que poco a poco parece querer matar al amor. Pero el amor que siento por él, ese amor intenso, sigue ahí. Es un amor que jamás podré olvidar.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt