Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 13 de marzo de 2015

La sombra de tu amor

Puedo comprender que Armand siga amándolo pese a todo. A mí me ocurre con Louis, Nicolas y Rowan... 
Lestat de Lioncourt


Hay vidas que parecen comenzar justo cuando se llega a los infiernos. Palpé la oscuridad de las almas con mis dedos, paladeé su hiel y comprendí que cada lágrima derramada era un metro más de tierra sobre mi cadáver. Quizás es demasiado fácil arrancarle las alas a un insecto, observar su agonía y disfrutar de su muerte. La tortura es fácil y deliciosa. A mí me confundieron con un insecto fácil de aplastar, pero tras más de cinco siglos el germen oscuro sigue imperando en mi sangre. Conocí el ritual del dolor antes de apreciar el amor, pero hay que ser valeroso para sostenerlo. La cobardía, propia o de otros, pueden hacernos flaquear y precipitarnos hacia un desolador barranco donde sólo hay zarzas ardientes.

Era un muchacho estúpido. Creía que Dios tenía un plan para mí. Tal vez es cierto que posea uno, pero no me atrevo a seguir sus pasos ni a codiciar nada más allá de lo material. Tal vez me he convertido en un impúdico, un diablo, un ser que se embriaga con placeres y manjares propios de una serpiente enroscada en un manzano. Pintaba obras, algo rusticas, como si eso fuese lo único que debiese hacer en la vida. Muchos alababan mi talento, mientras en sus celdas codiciaban mi cuerpo. Las miradas bondadosas de los monjes, a los cuales tenía pensado destinar mi tiempo y ser uno de ellos, las veo lascivas.

El gélido frío de la nieve es algo que recuerdo vivamente. Creo que guardo para su pureza, y belleza, un hueco diminuto en mi pútrido corazón. Todavía hay en mí cierta fascinación por los copos cayendo, amontonándose en el suelo y cubriéndolo todo. Admito que es una escena que no puedo olvidar. Durante un tiempo borré de mi memoria cada instante, pero en estos momentos sé quien soy y las cosas terribles que he hecho.

El amor es algo necesario. Gracias al amor olvidamos las heridas más terribles, los actos más salvajes y perdonamos de corazón. Por eso se dice que Dios es amor. Las madres saben dar amor a sus hijos, ofreciéndoles lo más sagrado y puro que conocen. En cada gesto que estas nos proporcionan nos muestran el camino hacia la felicidad, el olvido y la paciencia. Jamás he podido pensar que Dios tiene un sexo determinado. Creo firmemente que es parte de nosotros y que nosotros, pese a nuestras imperfecciones, somos parte de Él. Sin embargo, durante un tiempo, creí que Dios, mi Mesías salvador, era un ser terriblemente inteligente, hermoso e intuitivo. Llamé Maestro a la criatura que me envolvió entre sus brazos, besó mis sucias mejillas y me santificó en el nombre de la belleza, la pasión y el deseo más impúdico.

Todavía recuerdo sus labios fríos sobre mi cuerpo caliente, rebosante de deseo, mientras me ofrecía en su agradable lecho. Podía contemplar los bordados más fastuosos en el dosel de la cama, así como hundirme entre los almohadones forrados de terciopelo rojo con borlas doradas. Él curaba mis heridas con besos lascivos, lujuriosas caricias y terribles encuentros en los cuales no era más que un discípulo, un pequeño juguete, al que domesticar como si fuese un pequeño animal. Sus dedos finos y suaves, algo fríos, rozaban mis sonrosados pezones y deslizaba estos, lentamente, por mi vientre y mi pelvis. Buscaba sus labios como un sediento un charco para saciar su sed.

Era su esclavo. No me convertí en uno. Jamás dejé de ser parte de su propiedad. Compró a un desobediente muchacho en un burdel, lo lavó, colocó joyas y le ofreció una esmerada educación. Sin embargo, en su habitación nunca me ofreció un trato de igual a igual. Era su amante, su amado Amadeo, al cual torturaba con las delicias del sexo. Me ofreció conocer burdeles, mujeres y hombres, la bebida, el placer de los grandes banquetes y la belleza de una paleta de colores mágica más allá de los pinceles, frescos y lienzos. Y, aún así, regresaba a su lado arrodillándome frente a él, implorando su amor y olvidando mis pecados. Era su ángel de alas negras y mejillas sonrosadas.

Me salvó una segunda vez para condenarme para siempre. Me transformó en lo que soy. Soy un vampiro por él. Jamás dejaré de bendecirlo y maldecirlo por ello.

Pero, como bien saben, acabamos separándonos. El destino deseó que cada uno hallase la infelicidad en otros brazos, rumbos y ocasiones. Él prosiguió su camino intelectual intentando hallar a la primera criatura que creó. Por mi parte sólo sobreviví. Era el ángel descalzo que recorría parís, con la vista confusa en miles de ideas terribles y con una sed insaciable. Al volver a estar juntos, tras tantos sueños y fantasías, quise romper a llorar de rabia y felicidad. Sin embargo, pese a su indiscutible amor, ese que dice profesarme por encima de todo, me deja a un lado permitiendo que mi alma solloce. Quiero ser su tentación. Necesito que vuelva a soñar con palpar mi piel de nieve y a hundir sus labios en mi lujuriosa boca. Preciso de sus abrazos y del misterio azulado de sus ojos fríos.

Dios tiene un rostro para mí y es el suyo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt