Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 12 de marzo de 2015

Tú y yo

Octubre del 2013

Permanecía inmóvil, con sus enormes ojos tristes clavados en aquella desafiante mirada. Parecía aturdida, como si estuviese despertando de un terrible sueño. Sus manos fueron directamente a su vientre, las cuales temblaban visiblemente. Sus cabellos estaban sueltos, algo más largo que la última vez en la cual se vieron frente a frente, y algunos mechones rozaban sus perfectas cejas rubias, algo más oscuras que su pelo. Tenía los pómulos marcados, los labios carnosos y escasas arrugas. Parecía mucho más joven que la edad real que poseía, como si los genes de los brujos Mayfair hiciesen un remedio natural ante el envejecimiento, y los años le habían dado un semblante menos frágil. Tenía los rasgos más endurecidos, pero frente a él parecía una hoja vibrando en una rama a punto de ser arrancada por el viento. Su bata cubría su ropa, la cual se limitaba a unos jeans oscuros y una blusa malva.

Él estaba allí, frente a ella, con las manos metidas en los bolsillos de sus impecables pantalones de vestir. No parecía un muchacho rebelde y extraño, pero tenía la misma estúpida sonrisa que hacía más de una década. Sus colmillos se veían a través de sus carnosos labios, muy rosados, de una boca grande pero perfecta para su rostro. El cabello lo tenía alborotado. Sobre su cabeza, como si fuera una corona, estaban sus gafas de cristales violáceos. Sus ojos, salvajes y fieros, parecían brillar con una luz imposible, como si procediera de una divinidad, y las tonalidades azules y violetas restaban belleza a su color natural, el gris. La cabeza de lino blanco estaba algo arrugada, pero bien colocada y destacaba en su americana oscura. Tenía unos mocasines perfectos.

—Te preguntarás cual es el motivo de mi visita—dijo—. Dentro de poco sabrás porqué te abandoné a tu suerte, alejándote de mí y de todo lo que me rodeaba en esos momentos—susurró, intentando acercarse a ella, pero no lo consiguió.

Rowan se alejó pegándose a los archivadores metálicos que tenía tras ella, casi arrinconándose como un gato herido, y cambió la mirada. Una ira súbita recorrió todo su cuerpo y la electrocutó con un poder salvaje. Al fin tuvo agallas de aceptar la realidad.

—¿Y qué cuento me contarás? Dime—su voz sonó ronca, pero sensual. Era la voz de una mujer con experiencia y dolor en las venas. Alguien que había visto tanto como sentido demasiado. No era una chiquilla estúpida que se conformaría con cualquier triquiñuela. Él lo sabía—. ¡Dime!

—En unos meses saldrá a la luz un libro... en aproximadamente un año. Pues aún no puedo asegurar la seguridad de su publicación—se llevó la mano derecha a la cabeza, echando hacia atrás algunos mechones y mirando de arriba hacia abajo a la bruja, la doctora, su amante... Rowan.

—Un libro...—sonrió amargamente y con tiento agarró un jarrón cercano, el cual envió en dirección a su cabeza. Él no dudó en apartarse a tiempo, provocando que estallara contra la pared tras sus espaldas.

—Rowan...

En sus sueños ella había corrido a sus brazos, besado sus labios y permitido que le abriese la blusa. Sus pechos, llenos y cálidos, se verían envueltos en un sutil sujetador de algodón blanco, o quizás negro, llenándolo a la perfección. Su aroma de mujer lo enloquecería, igual que la sangre pulsando en las venas de su cuello. Sus manos, suaves y calientes, se moverían por su chaqueta, acariciando las solapas de ésta, para luego meterlas bajo la prenda y ayudarle a quitársela. Había imaginado sus besos salvajes, su lengua hundiéndose en sus apetecibles labios y los ligeros suspiros de boca en boca. En sus fábulas se veía desnudándola lentamente, como si fuese un maravilloso regalo, mientras ella parecía impaciente, fuerte y femenina. Él la tiraría sobre su mesa, arrojando parte de los papeles al suelo, mientras quitaba sus pantalones y acariciaba ligeramente sus bragas de algodón.

Sí, la deseaba. Había imaginado como era besar sus ingles y muslos, también su vientre y el estrecho canal entre sus senos. Podía incluso sentir entre sus dientes sus pezones, pues los mordisquearía después de arrancarle el sujetador; y, por supuesto, había fantaseado con el sabor de su sexo húmedo, su lengua jugando con su clítoris y sus largos dedos, tan impacientes y marmóreos, jugando a provocar largos lamentos de placer.

No podía imaginar que no yacería entre sus piernas, no sentiría las suyas cansadas, ni sus brazos la rodearían o sus caderas se moverían con desesperación. Ni siquiera había permitido que se acercara. Sin embargo, en sus pensamientos estaban tenerla entre sus brazos, besarla apasionadamente y reconciliarse con su piel cálida. Quería clavar sus colmillos en su cuerpo, perforar su piel y beber de su sangre.

—Vete—dijo seria, aunque por dentro se quebraba.

—Volveré cuando te encuentres más tranquila—susurró, se encogió de hombros y se marchó.


Meses más tarde logró hablar con ella, tenerla cerca... el resto es historia.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt