Octubre del 2013
Permanecía inmóvil, con sus enormes
ojos tristes clavados en aquella desafiante mirada. Parecía
aturdida, como si estuviese despertando de un terrible sueño. Sus
manos fueron directamente a su vientre, las cuales temblaban
visiblemente. Sus cabellos estaban sueltos, algo más largo que la
última vez en la cual se vieron frente a frente, y algunos mechones
rozaban sus perfectas cejas rubias, algo más oscuras que su pelo.
Tenía los pómulos marcados, los labios carnosos y escasas arrugas.
Parecía mucho más joven que la edad real que poseía, como si los
genes de los brujos Mayfair hiciesen un remedio natural ante el
envejecimiento, y los años le habían dado un semblante menos
frágil. Tenía los rasgos más endurecidos, pero frente a él
parecía una hoja vibrando en una rama a punto de ser arrancada por
el viento. Su bata cubría su ropa, la cual se limitaba a unos jeans
oscuros y una blusa malva.
Él estaba allí, frente a ella, con
las manos metidas en los bolsillos de sus impecables pantalones de
vestir. No parecía un muchacho rebelde y extraño, pero tenía la
misma estúpida sonrisa que hacía más de una década. Sus colmillos
se veían a través de sus carnosos labios, muy rosados, de una boca
grande pero perfecta para su rostro. El cabello lo tenía alborotado.
Sobre su cabeza, como si fuera una corona, estaban sus gafas de
cristales violáceos. Sus ojos, salvajes y fieros, parecían brillar
con una luz imposible, como si procediera de una divinidad, y las
tonalidades azules y violetas restaban belleza a su color natural, el
gris. La cabeza de lino blanco estaba algo arrugada, pero bien
colocada y destacaba en su americana oscura. Tenía unos mocasines
perfectos.
—Te preguntarás cual es el motivo de
mi visita—dijo—. Dentro de poco sabrás porqué te abandoné a tu
suerte, alejándote de mí y de todo lo que me rodeaba en esos
momentos—susurró, intentando acercarse a ella, pero no lo
consiguió.
Rowan se alejó pegándose a los
archivadores metálicos que tenía tras ella, casi arrinconándose
como un gato herido, y cambió la mirada. Una ira súbita recorrió
todo su cuerpo y la electrocutó con un poder salvaje. Al fin tuvo
agallas de aceptar la realidad.
—¿Y qué cuento me contarás?
Dime—su voz sonó ronca, pero sensual. Era la voz de una mujer con
experiencia y dolor en las venas. Alguien que había visto tanto como
sentido demasiado. No era una chiquilla estúpida que se conformaría
con cualquier triquiñuela. Él lo sabía—. ¡Dime!
—En unos meses saldrá a la luz un
libro... en aproximadamente un año. Pues aún no puedo asegurar la
seguridad de su publicación—se llevó la mano derecha a la cabeza,
echando hacia atrás algunos mechones y mirando de arriba hacia abajo
a la bruja, la doctora, su amante... Rowan.
—Un libro...—sonrió amargamente y
con tiento agarró un jarrón cercano, el cual envió en dirección a
su cabeza. Él no dudó en apartarse a tiempo, provocando que
estallara contra la pared tras sus espaldas.
—Rowan...
En sus sueños ella había corrido a
sus brazos, besado sus labios y permitido que le abriese la blusa.
Sus pechos, llenos y cálidos, se verían envueltos en un sutil
sujetador de algodón blanco, o quizás negro, llenándolo a la
perfección. Su aroma de mujer lo enloquecería, igual que la sangre
pulsando en las venas de su cuello. Sus manos, suaves y calientes, se
moverían por su chaqueta, acariciando las solapas de ésta, para
luego meterlas bajo la prenda y ayudarle a quitársela. Había
imaginado sus besos salvajes, su lengua hundiéndose en sus
apetecibles labios y los ligeros suspiros de boca en boca. En sus
fábulas se veía desnudándola lentamente, como si fuese un
maravilloso regalo, mientras ella parecía impaciente, fuerte y
femenina. Él la tiraría sobre su mesa, arrojando parte de los
papeles al suelo, mientras quitaba sus pantalones y acariciaba
ligeramente sus bragas de algodón.
Sí, la deseaba. Había imaginado como
era besar sus ingles y muslos, también su vientre y el estrecho
canal entre sus senos. Podía incluso sentir entre sus dientes sus
pezones, pues los mordisquearía después de arrancarle el sujetador;
y, por supuesto, había fantaseado con el sabor de su sexo húmedo,
su lengua jugando con su clítoris y sus largos dedos, tan
impacientes y marmóreos, jugando a provocar largos lamentos de
placer.
No podía imaginar que no yacería
entre sus piernas, no sentiría las suyas cansadas, ni sus brazos la
rodearían o sus caderas se moverían con desesperación. Ni siquiera
había permitido que se acercara. Sin embargo, en sus pensamientos
estaban tenerla entre sus brazos, besarla apasionadamente y
reconciliarse con su piel cálida. Quería clavar sus colmillos en su
cuerpo, perforar su piel y beber de su sangre.
—Vete—dijo seria, aunque por dentro
se quebraba.
—Volveré cuando te encuentres más
tranquila—susurró, se encogió de hombros y se marchó.
Meses más tarde logró hablar con
ella, tenerla cerca... el resto es historia.
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