Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 30 de abril de 2015

Ese amor

Nadie deseaba el peso de la responsabilidad que caía sobre mis hombros. Un peso que me estaba hundiendo, pero que al fin me daba una oportunidad de comprender realmente la verdad, esa que una vez ansié y me hizo recorrer toda Europa, parte de África y buscar a Marius. La mayoría de los inmortales más poderosos estaban reunidos en mi castillo. Ellos solían aparecer cuando les necesitaba, el programa de radio de Benjamín seguía la programación habitual y podía escuchar los duetos de Sybelle y Antoine con nitidez. Mi madre, que siempre repudió aquel lugar, se hallaba en la misma habitación en la cual discutimos inicialmente aquella noche, esas horas previas al desenlace y el dolor que aún sentía.

Caminaba de un lado a otro. Llevaba un par de mis botas viejas, algo manchadas de lodo, y su habitual vestimenta de exploradora en mitad de la jungla. La ropa no moldeaba su figura, pero realzaba su belleza salvaje. Sus profundos ojos grises se movían rápidos por los diversos volúmenes de la estantería. En cambio yo estaba allí, con unos ajustados pantalones de cuero y una camisa de chorreras con puños de encaje. Era el ejemplo perfecto de un vampiro a la antigua, rememorando sus años de juventud y disfrutando de la escasa soledad que tenía en aquella maravillosa noche. Sólo estaba ella, yo y mis libros. En el poblado, algo alejado del castillo, estaban algunos obreros que aún permanecían cerca para terminar la obra que llevaban a cabo desde hacía años.

—A solas—dijo deteniendo sus pasos. Se giró hacia mí enfocando sus ojos en los míos, hundiéndolos como si fuera una espada, mientras esbozaba una sonrisa amarga—. Sigo detestando éste lugar.

Aún no le había preguntado si existía uno similar para ella. El lugar de sus raíces. Un sitio al que llamar hogar o refugio. No lo hice. No quería molestarla. Ella estaba allí de pie frente a mí compartiendo unos preciados minutos de su tiempo. Durante muchos años la necesité, pero no era fácil encontrarla. Ahora estábamos todos más cerca y ella parecía estar preocupada porque conmigo llevaba ese espíritu, una especie de demonio, que se movía libremente por mi sangre al igual que por la suya.

Me incorporé saliendo del escritorio, para quedar a su lado y tomarla de los brazos. Mis ojos recorrían sus pómulos marcados, su maravillosa boca carnosa en forma de corazón y las clavículas que se veían en su escaso escote. Tenía un cuello largo y al llevar el cabello recogido, aunque con algunos mechones salvajes, le otorgaba una longitud mayor. Ella, como si me pudiese leer la mente, se deshizo el recogido y rió como una jovencita.

Besé sus mejillas. Cada roce de mis labios sobre su piel, fresca y limpia, me provocaba emociones encontradas. Sentía que era necesario y a la vez me horrorizaba hacerlo. Ella era salvaje. Podía verla como uno de esos lobos que podían arrojarse contra mí, morderme con furia y dejarme allí sin más. Sin embargo, necesitaba ese contacto y llegaba a creer que ella también lo deseaba.

Colocó sus manos sobre mis hombros, acariciando sutilmente mi musculatura algo menos desarrollada que la de mi hijo, para luego colocar ambas en mi rostro palpando mis mejillas, mi prominente mentón y mi nariz algo corta. Me miraba como si fuera un Adonis. Creo que admiraba mi belleza y la fuerza que me había otorgado Amel. Ahora era realmente un monstruo. Ella sabía que podía dañarla, pero no lo hacía porque la amaba.

—Hazme tuya—dijo con un ligero rubor en sus mejillas, pero con una mirada desafiante. En sus ojos podía leer el deseo y la necesidad.

—Gabrielle...—murmuré intentando apartarme, aunque no me lo permitió. Sólo pude liberarme unos segundos de sus manos, las cuales bajaron de inmediato hasta mi bragueta introduciendo la derecha dentro de mis ropas. La izquierda quedó en mi cadera, apretando sus dedos contra los huesos de mi pelvis—. ¿Qué haces?

—Hace mucho que no soy tu madre—susurró acariciando mi miembro—. Quiero saber que se siente. Necesito recordar la extraordinaria sensación de dominar una bestia entre mis muslos. Y tú, Lestat, eres el único que podría tener ese privilegio—cerré los ojos escuchando su voz. Era sensual y profunda. Arrastraba una carga erótica deliciosa.

—No... Louis... puede venir Louis... o cualquier otro... David... no... —balbuceé nervioso—. Además, no hay hormonas. No tengo dosis—intentaba imponer algo de cordura al momento, pero era imposible.

Noté entonces su lengua rozando mis labios, abriéndolos y hundiéndose hasta tocar mis dientes. Abrí mi boca como si fuese a quejarme, pero en realidad la abrí para besarla con el mismo deseo que ella me regalaba. Entonces percibí como apartaba su mano de mi cadera y la metía en su chaqueta, para sacar de ella una inyección que clavó en mi brazo izquierdo.

—Yo sí tengo—dijo con una ligera sonrisa.

Se apartó y se despojó de su chaqueta. Sus pezones sonrosados estaban duros y apetecibles. Comprobé que estaba excitada y que, muy posiblemente, ella ya había tomado su dosis. Sus senos no parecían los de una mujer que había parido siete veces. Me sentí terriblemente atraído. Cuando se deshizo de las botas, arrojándolas a un lado de la habitación, me lancé sobre ella quitando su pantalón a jalones.

Mi lengua lamió su cuello, clavículas y senos. Abrió sus piernas y me tomó la diestra, con su zurda, para llevarla hasta su vagina. Estaba húmeda. Realmente ya se había inyectado esa dosis. Jadeé cerrando los ojos mientras hundía mis dedos. El ligero movimiento de éstos dentro de ella la hizo gemir. Estaba húmeda y caliente.

—¿Me harás tuya?—preguntó bajando mi pantalón, para sacar mi miembro endurecido.

De inmediato aparté la mano, lamí mis dedos y la penetré. La abracé con deseo y besé sus labios. Su lengua se enredaba con la mía, sus muslos me apretaban y yo arremetía salvaje. Mis jadeos eran terribles y los suyos eróticos. El lívido recorría mis venas ardiendo. Sudaba. Ella también sudaba. Amel empezó a reír complacido susurrando que era mi madre, que estaba penetrando el mismo orificio por el cual había nacido. Extrañamente me sentí ansioso y excitado.

En algún momento me empujó al suelo, se subió sobre mí y comenzó a cabalgar como si fuese uno de sus fabulosos caballos. Aún la recordaba como una gran amazona trotando por los campos que tanto detestaba. Sus movimientos eran firmes y sus muslos se contraían. Tenía los pechos al descubierto y su movimiento era hipnótico. Ella me tomó de las muñecas y colocó mis manos sobre sus pechos. Comencé a masajearlos, pellizcarlos y desearlos aún más que los de cualquier mujer.

Entonces llegué llenándola. Ella gimió mi nombre con un te amo ronco. En ese mismo instante la puerta se abrió. Era mi hijo Viktor. Él se quedó allí de pie boquiabierto mostrando sus pequeños colmillos, con sus hermosos ojos azules sobre el cuerpo desnudo de su abuela y luego me miró a mí. Sin decir nada salió corriendo obligando a Rose que fuese con él al jardín.

Percibí entonces el olor de mi esperma, sus fluidos y el sudor. Era el aroma del sexo. Un sexo placentero que me embriagaba, pero la preocupación estaba ahí. Quería apartarla, pero a la vez deseaba quedarme allí notando como todavía esa adrenalina nos embriagaba peor que la sangre de un borracho.

—¡Hijo!—grité, pero ya era tarde.

—Déjalo. Terminará comprendiendo—susurró inclinándose sobre mí—. Es tu hijo, un pedazo tuyo, y comprenderá tus necesidades—dijo apoyando su frente contra la mía—. Te amo.

—Lo sé—respondí acariciando su cuerpo suavemente con la punta de mis dedos—. Yo también te amo.

—Ahora comprendo a todas esas desgraciadas—comentó jugando con mis cabellos, echándolos hacia atrás, mientras me miraba con esa divina sonrisa que iluminaba su rostro.

—¿Quienes?—dije frunciendo el ceño.

—Las pueblerinas—rió bajo inclinándose de nuevo. Me besó una vez más, para luego ofrecerme sus pechos.

Mordí uno de sus pezones, para luego beber algunos tragos de sangre. Aquello fue tan erótico como el sexo. Ella tuvo unos ligeros espasmos y se movió inquieta sobre mi pelvis. Después del trago se apartó y comenzó a vestirse. Yo me quedé allí con los brazos en cruz y una sonrisa terrible en mis labios.

—Deberías ir a los jardines—susurró.


—Sí...

Lestat de Lioncourt

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt