Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 1 de mayo de 2015

Cordero

Lasher me provoca siempre sentimientos encontrados. Cuando conocí la historia de los Taltos, gracias a la familia Mayfair, comprendí que no todo en éste mundo puede ser juzgado desde sus inicios y que puedes apreciar el dolor incluso en los más terribles villanos. 

Lestat de Lioncourt 

El cordero de Dios se desvió del camino y decidió caminar entre las sombras. Allí el dolor ennegreció su corazón, del mismo modo que fortaleció su alma y convirtió en sus deseos en horribles pesadillas. Sus sueños quedaron muertos, asesinados a sus pies, mientras Dios sonreía maravillado. El pobre cordero sufrió por un penoso error, buscó siempre la salida al laberinto y se convirtió en el Minotauro, un verdadero monstruo, que caminaba en el paradisíaco jardín. Observaba el mundo, pero no podía disfrutarlo. Había muerto. Sus huesos estaban convertidos en polvo diseminado más allá de las estrellas, aunque su alma seguía buscando el edén y la verdad. Caminaba con aquellos ojos azules desasosegados, pero llenos de lágrimas esperanzadas. Creía en Dios, en la venida de él como el Mesías que respondería a las terribles preguntas que él se hacía y dejaría su trabajo como oráculo de los desaprensivos que una vez amó.

Me convirtieron en santo desde el día de mi nacimiento. Decidieron coronarme con un destino que yo no había pedido. Era un monstruo. Mi madre gritó al verme nacer y me echó de su lado. Podía caminar, comprender y sentir dentro de mi corazón todas las emociones de un adulto, aunque con el conocimiento limitado de un niño. Rebasaba en más de una cabeza a mi padre. Era hijo de noble cuna, de una descendencia desafortunada, y a mi madre le cortaron la cabeza tachándola de bruja el día de mi nacimiento. Tuve que soportar ese dolor como si fuese un adulto, pero en realidad sólo buscaba en mi padre la bondad que siempre creí que el mundo tendría para mí.

Yo recuerdo ver el mundo con los ojos de un niño. Era simple y monstruoso. Quería buscar el afecto y sólo encontré disculpas a promesas vacías, habladurías, falsos milagros y miseria. Fui condenado al destierro, a ser un fraile y andar descalzo para limpiar mi alma. No comprendo porque se condena a un niño a limpiar su alma. Yo era un monstruo, pero a la vez un santo. Pocos sabían el nombre exacto de mi raza de gigantes: Taltos.

Mi propio padre me hizo llevar ante él. Pensé que sería para glorificar su afecto hacia mí. El día que llegamos la primera vez a nuestro hogar, allí en aquel frío valle, vi la imagen de Jesús siendo adorado y amado. Era un niño divino. Yo también era un niño por ese entonces. Quería ser adorado de ese modo. Quería sentir el amor que no tuve en mi nacimiento. Pero había cometido mis propios pecados, pese al hambre y los pies descalzos. Sin embargo, él rogó verme y contemplar de nuevo mi rostro, similar al suyo, y eso me hizo caminar al matadero.

Me sacrificaron. Mi propia familia me sacrificó. Me expuso al peligro y me ofreció a su bondadoso Dios. Ardí en una pira de seres que lamentaban su destino. Moría por ser un Taltos después de haber sido obligado a engendrar a otros con unas desagradables criaturas. Esas criaturas eran seres deformes, pero poseían un aroma similar a una hembra de mi especie. Jamás conocí lo que era el amor por una mujer de mi tribu, nunca supe que era ser abrazado con cariño y la felicidad no tocó a mis puertas. Conocí el llanto, el dolor y la amargura por tomar un camino distinto que ni siquiera yo elegí. Dios me condenó. Me condenó a ser el eterno cordero perdido entre los designios divinos.


Mi espíritu quedó en la tierra, atado a un deseo insaciable de amor y triunfo. Quería ser amado y respetado como jamás lo fui. Necesitaba una compañera que me comprendiera y unos ojos similares que me mostrasen el paraíso. Entre las viejas ruinas de mi tribu, ya casi desaparecida, se alzó una mujer que me llamó mientras bailaba con su hija. Decidí servirlas y usarlas como marionetas, del mismo modo que a mí me usaron. A su linaje le di poder, riquezas y cierta felicidad pese a sus muertes tempranas. Les ofrecí todo lo que a mí no me dieron. Me convertí en su genio de la lámpara, en el oráculo al cual visitar para sus negocios y en el fantasma de una mansión sureña en New Orleans. Me convertí en el Impulsor, el Hombre... hasta que al fin pude decir mi nombre: Lasher.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt