Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 2 de mayo de 2015

Ira y amor

Ahora es cuando yo grito: PELEA, PELEAAAAA...

Una discusión tras otra es lo que ocurre entre esos dos. Jamás se pondrán de acuerdo. Yo no habría perdonado jamás a Marius su abandono, así que comprendo los sentimientos encontrados de Armand.

Lestat de Lioncourt


—Tus ojos recorrían mi cuerpo como si fuese un magnífico cuadro. Parecía un lienzo y tu le insuflabas la magia de la cual carecía. Mis mejillas se ruborizaban y me sentía abocado al deseo. Quería ser poseído por tu magnífico y duro cuerpo, tocado por esas manos manchadas de óleo y perderme en tu boca como si fuese la manzana del Edén—dijo acomodando su chaqueta celeste, así como la camisa de chorreras con encaje. Se veía magnífico. Parecía uno de esos vampiros sacado de las series más destacadas de la parrilla televisiva. Era más que un vampiro de época, él era el querubín que yo había conjurado en un acto atroz y desesperado—. Fui un estúpido—añadió.

Era terrible. Hacía algunos años que él había decidido deslindarse de cualquier sentimiento romántico hacia mí. Mi imagen de Mesías, o de héroe, se había desvanecido y desdibujado en la lejanía. Me había convertido en papel mojado. Nuestra historia era sólo un trozo de su herido corazón.

—Estás herido—dije aproximándome hacia él.

Armand dio dos pasos hacia atrás, esquivando mis manos, para mirarme como un animal herido. Sus manos tocaban las estanterías llenas de decenas de libros. En aquel edificio aguardaban en otras habitaciones nuestra presencia. Podía notar la impaciencia del joven músico, como si se sintiera intimidado por mí. Era la primera vez que notaba en él aquella profunda molestia.

—Ve con Daniel. Él te necesita. Yo no soy el amante que deseabas. No soy el compañero que querías. Haz feliz a alguien. A mí sólo me ofreces migajas y rabia contenida en cada movimiento de tus manos sobre mi cuerpo. Márchate a bailar, disfruta de la compañía de jóvenes y antiguos, conversa con Gregory y discute con tu viejo amigo Avicus. Aquí, en ésta estancia, no hay nada que merezca la pena. Sólo hay un ser herido que necesita curarse por sí mismo—sus palabras eran un discurso que ya conocía. Había escuchado esas palabras en otra ocasión. Eran terribles para mí. La furia y la rabia encendían en mí una ira que no era capaz de dominar. Deseaba estrecharlo contra mí, recordar con palabras simples el amor tan inmenso que tenía hacia él y deseaba hacerle entender que Daniel era un asunto delicado. Realmente amaba a Daniel, pero también lo amaba a él—. Sé que estás pensando. No necesito leer tu mente. No puedo hacerlo, como bien sabes, pero te conozco demasiado bien. Vete. No intentes consolarme.

La puerta se abrió entonces. Había sentido su proximidad y nerviosismo. Cuando entró, sin llamar, comprobé que Armand le miró como me solía mirar a mí. De inmediato se escaburlló hasta sus brazos, mucho más jóvenes y tiernos que los de mi viejo pupilo, y éste lo rodeó con firmeza. Antoine, el músico creado por Lestat hacia tan sólo unos cuantos siglos, era el amor que mi dulce Amadeo siempre suplicó. Había hallado en otro lo que yo no le había ofrecido jamás. Sentí cólera. Quise hacer estallar los cristales de la vivienda. Me enfurecí con ellos y conmigo. Sobre todo conmigo.

—Ven conmigo—susurró hundiendo su rostro en el largo cuello de Armand—. Tocaré para ti. Sybelle y yo tocaremos la melodía que tú quieras—dijo deslizando sus dedos por los duros brazos de mi creado—. Marius, será mejor que la conversación finalice. Por favor, se lo ruego encarecidamente...

—¿Y quién eres tú para darme órdenes?—pregunté furioso.

—Alguien que se ha preocupado en preguntar lo que deseaba. No me ha impuesto sus normas, ni sus caprichos y tampoco me ha vestido con mentiras. Él ha sido sincero, cosa que tú jamás has hecho. Desconoces que es abrir tu corazón. Ahora hablas de amor, pero en realidad sigues siendo el mismo cínico que cree que sus leyes, sus deseos y sus órdenes deben ser lo primordial—sus ojos castaños eran dos infiernos que me herían.


Supe entonces que debía irme. Me marché al salón y me senté junto al piano. Esa música alivió mi corazón, pero no mi ira. Él había abierto una brecha terrible. Aunque admito que yo tenía algo de culpa.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt