Ahora es cuando yo grito: PELEA, PELEAAAAA...
Una discusión tras otra es lo que ocurre entre esos dos. Jamás se pondrán de acuerdo. Yo no habría perdonado jamás a Marius su abandono, así que comprendo los sentimientos encontrados de Armand.
Lestat de Lioncourt
—Tus ojos recorrían mi cuerpo como
si fuese un magnífico cuadro. Parecía un lienzo y tu le insuflabas
la magia de la cual carecía. Mis mejillas se ruborizaban y me sentía
abocado al deseo. Quería ser poseído por tu magnífico y duro
cuerpo, tocado por esas manos manchadas de óleo y perderme en tu
boca como si fuese la manzana del Edén—dijo acomodando su chaqueta
celeste, así como la camisa de chorreras con encaje. Se veía
magnífico. Parecía uno de esos vampiros sacado de las series más
destacadas de la parrilla televisiva. Era más que un vampiro de
época, él era el querubín que yo había conjurado en un acto atroz
y desesperado—. Fui un estúpido—añadió.
Era terrible. Hacía algunos años que
él había decidido deslindarse de cualquier sentimiento romántico
hacia mí. Mi imagen de Mesías, o de héroe, se había desvanecido y
desdibujado en la lejanía. Me había convertido en papel mojado.
Nuestra historia era sólo un trozo de su herido corazón.
—Estás herido—dije aproximándome
hacia él.
Armand dio dos pasos hacia atrás,
esquivando mis manos, para mirarme como un animal herido. Sus manos
tocaban las estanterías llenas de decenas de libros. En aquel
edificio aguardaban en otras habitaciones nuestra presencia. Podía
notar la impaciencia del joven músico, como si se sintiera
intimidado por mí. Era la primera vez que notaba en él aquella
profunda molestia.
—Ve con Daniel. Él te necesita. Yo
no soy el amante que deseabas. No soy el compañero que querías. Haz
feliz a alguien. A mí sólo me ofreces migajas y rabia contenida en
cada movimiento de tus manos sobre mi cuerpo. Márchate a bailar,
disfruta de la compañía de jóvenes y antiguos, conversa con
Gregory y discute con tu viejo amigo Avicus. Aquí, en ésta
estancia, no hay nada que merezca la pena. Sólo hay un ser herido
que necesita curarse por sí mismo—sus palabras eran un discurso
que ya conocía. Había escuchado esas palabras en otra ocasión.
Eran terribles para mí. La furia y la rabia encendían en mí una
ira que no era capaz de dominar. Deseaba estrecharlo contra mí,
recordar con palabras simples el amor tan inmenso que tenía hacia él
y deseaba hacerle entender que Daniel era un asunto delicado.
Realmente amaba a Daniel, pero también lo amaba a él—. Sé que
estás pensando. No necesito leer tu mente. No puedo hacerlo, como
bien sabes, pero te conozco demasiado bien. Vete. No intentes
consolarme.
La puerta se abrió entonces. Había
sentido su proximidad y nerviosismo. Cuando entró, sin llamar,
comprobé que Armand le miró como me solía mirar a mí. De
inmediato se escaburlló hasta sus brazos, mucho más jóvenes y
tiernos que los de mi viejo pupilo, y éste lo rodeó con firmeza.
Antoine, el músico creado por Lestat hacia tan sólo unos cuantos
siglos, era el amor que mi dulce Amadeo siempre suplicó. Había
hallado en otro lo que yo no le había ofrecido jamás. Sentí
cólera. Quise hacer estallar los cristales de la vivienda. Me
enfurecí con ellos y conmigo. Sobre todo conmigo.
—Ven conmigo—susurró hundiendo su
rostro en el largo cuello de Armand—. Tocaré para ti. Sybelle y yo
tocaremos la melodía que tú quieras—dijo deslizando sus dedos por
los duros brazos de mi creado—. Marius, será mejor que la
conversación finalice. Por favor, se lo ruego encarecidamente...
—¿Y quién eres tú para darme
órdenes?—pregunté furioso.
—Alguien que se ha preocupado en
preguntar lo que deseaba. No me ha impuesto sus normas, ni sus
caprichos y tampoco me ha vestido con mentiras. Él ha sido sincero,
cosa que tú jamás has hecho. Desconoces que es abrir tu corazón.
Ahora hablas de amor, pero en realidad sigues siendo el mismo cínico
que cree que sus leyes, sus deseos y sus órdenes deben ser lo
primordial—sus ojos castaños eran dos infiernos que me herían.
Supe entonces que debía irme. Me
marché al salón y me senté junto al piano. Esa música alivió mi
corazón, pero no mi ira. Él había abierto una brecha terrible.
Aunque admito que yo tenía algo de culpa.
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