—Me gustas porque siempre has
quebrado todas las reglas. Ahora puedo comprenderte mejor. Somos uno.
Estamos unidos—decía mientras miraba por el retrovisor de mi
Lamborghini.
—¿Quieres callarte? Tu parloteo a
veces es insufrible—mascullé apretando los dientes.
Tenía varias llamadas perdidas, un par
de mensajes de mi hijo y una cita importante. Debía acudir a una
reunión. Si alguna vez me sentí realmente maldito, cosa que
habitualmente decía emitiendo una potente carcajada burlándome de
todo y todos, era en ese momento. Comenzaba a comprender lo pesada
que podría ser una inexistente corona. Mis cabellos alborotándose
gracias al viento húmedo y cálido de Nueva Orleans.
Había regresado allí. Ni siquiera
sabía bien porqué. Estaba bien en mi castillo, ¿no era así?
Además, el arquitecto solía precisar mi ayuda para la remodelar las
nuevas salas que había pedido imperiosamente que hiciese con
rapidez. Sin embargo, había viajado por los aries, acariciando las
nubes y contemplando las estrellas, sin importarme nada. Sólo viajé.
Informé a mis abogados del viaje una vez en la ciudad que fue mi
renacimiento, mi cementerio y mi hogar durante algunas décadas.
Exigí que me tuviesen un deportivo preparado y una habitación de
hotel. Nada más. Tenía que reunirme con todos. Deseaba volver a ver
a los viejos amigos.
—¿Otra vez hablando con él?—preguntó
abrochándose el cinturón—. Lestat...
—Louis, por favor, ni
preguntes—chisté arrancando el deportivo.
Él había decidido venir a vivir
conmigo. Ni siquiera sabía porque era mi sombra. Quizás porque yo
le preocupaba. Pero a mí me preocupaba más el destino de todos
nosotros que mi propia vida. Siempre la había expuesto. Disfrutaba
enormemente viviendo al límite. Él lo sabía. Tenía que saberlo.
Era una estupidez pensar que iba a cambiar y centrarme. Con ese
idiota hablándome cada cinco segundos, haciéndose notar, era
imposible que hiciese algo racional de vez en cuando. Ahora no soy el
mismo. Siempre termino cambiando. Me muevo por instinto y, en ésta
época, me he convertido en un animal salvaje que busca disfrutar de
un nuevo comienzo.
—Conduce entonces—dijo mirando
hacia el frente.
Me quedé observándolo unos segundos.
Apreciaba su aspecto tan humano. Pese a su piel pálida y sus ojos
verdes, tan iridiscentes, tenía una magia que lo envolvía con una
desazón tentadora. Poseía una pose humana, un envoltorio perfecto,
pese a que ya era un ser tan poderoso como vampiros más antiguos.
Sus manos estaban ligeramente colocadas sobre sus muslos. Llevaba un
traje oscuro, una camisa blanca desabotonada y un chaleco verde
botella que apenas se apreciaba al tener la chaqueta cerrada. Eterno
y elegante filósofo. Eso era Louis. Un ser eterno que siempre
vestiría impecable en cualquier circunstancia.
Por mi parte, como no, había decidido
usar mi chaqueta roja y una camisa blanca. Llevaba mis lentes
rosáceos en la cabeza, como si fueran mi apreciada corona invisible,
y unos jeans desgastados con unas botas algo sucias. No era la mejor
imagen, pero ¿importaba? Creo que no le importaba a nadie ya como
vistiera. Podía ser el líder de todos, el Príncipe de los
Vampiros, pero no tenía porque ser un aburrido estirado o vestir
como un hombre de negocios. Me gustaba la comodidad. Era un ser de
acción. Los trajes formales sólo le quedan bien a James Bond.
La reunión sería en una de mis viejas
propiedades. Volvería a ver a seres como Gremt, ese espíritu que
decidió ser parte de éste mundo de una forma muy distinta a Amel, y
a viejos amigos, así como nuevos conocidos. Estaba dispuesto a poner
en orden algunos temas y aclarar ciertas circunstancias que se iban
prologando con el tiempo. Mientras conducía Bon Jovi sonaba en el
reproductor. Louis sólo se movía intranquilo. En uno de los
semáforos me tomó del rostro y me besó. Fue un beso breve, pero
parecía pedirme calma. Era como una pequeña promesa que se hacía a
sí mismo. Promesa que podría ser soportarme, por supuesto, y no
terminar provocando un incendio dentro del vehículo.
Me aparté de él, aceleré el vehículo
y permití que el aire cálido arrastrara nuestros cabellos hacia
atrás. Mi castillo empezaba a ser un lugar de recreo para vampiros,
cuando en realidad era mi guarida y un refugio para curar las
cicatrices que me ofreció la vida, mortal e inmortal, pero en esos
momentos todos guardaban pequeños tesoros entre lo que que fue tan
sólo viejas ruinas. Por eso había apartado la atención de él. Yo
nunca quise ser el líder de ninguna tribu, pero ya lo era. Era parte
de ese juego y Louis sabía mi inconformidad. Pero quien mejor lo
conocía era Amel, pese a que estaba encantado con formar parte de mí
y de la historia de nuestro pueblo.
—Lestat, la mansión estaba en la
calle anterior a éste cruce—dijo percatándose que estaba huyendo
de mi responsabilidad—Les...
—Ya lo sé—respondí—. Hoy los
esquivaremos. Iremos donde queramos. No tenemos porque reunirnos en
éste preciso instante. Puede postergarse una noche. Sólo unas
horas, Louis. Nadie saldrá herido—le guiñé y él se remolinó en
el asiento, frunciendo el ceño y torciendo el gesto.
—Irresponsable.
—¡Siempre!—grité pulsando el
reproductor para aumentar el volumen de mi estruendosa música rock.
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