David nos trae un nuevo archivo. Ésta vez algo que no ha podido explicar todavía con exactitud. Y es que no todo puede ser esclarecido.
Lestat de Lioncourt
Hay lugares que están malditos muchos
antes de ser tomado como centros de ocio, vida familiar o cultural.
Podemos conocer la procedencia de las extrañas energías o
simplemente asimilar que siempre han estado ahí. Un ligero
escalofrío, un murmullo incesante que nos dice a nuestro cerebro que
es mejor apartarnos y la sensación, para nada agradable, de ser
observados allá donde pisemos. Estos lugares son miles en todo el
mundo. Centenares de lugares están plagados de extrañas vibraciones
en cada ciudad. Siempre se tiene constancia de uno, dos o incluso una
decena de edificios emblemáticos, históricos o simples
construcciones que han sido abandonadas o destinadas a diversas
funciones, las cuales nunca han estado en pleno rendimiento.
Popularmente se habla de casas
embrujadas, edificios malditos o construcciones hechas para aproximar
al mal hasta nuestras puertas. Ocasionalmente atraen asesinatos,
problemas violentos u otros perjuicios para la vida y el desarrollo
normal de ésta. Son construcciones que quedan, en muchos casos,
abandonadas y llenas de una marcada superstición que no se puede
ahuyentar, ni pasar por alto.
Hace algunos años uno de nuestros
investigadores en latinoamérica entabló contacto conmigo. La orden
de la Talamasca había sido tajante en lo referente a mediar con
seres como yo. Ya se sabía que había pasado a otro ámbito, el cual
no era el espiritual sino otro distinto. Había anclado mi alma a un
cuerpo que no era el mío, aunque no por decisión propia, y terminé
siendo lo que se llama popularmente “vampiro”. Los vampiros no
estamos muertos, pero eso es un dilema que debería desarrollar otro
y no yo en éstas líneas. Mi cometido aquí es meramente
divulgativo. Decidí colaborar, él vino a mí pese a todos los
riesgos y acepté tender mi mano. Un fantasma o entidad paranormal no
es vista con fácilmente por un vampiro, aunque puede ser sentida o
escuchada. En mi caso, como en el caso de otros tantos, tenemos
ciertos privilegios que nos hacen tener contacto con ellos pese a
nuestra transición.
El lugar se hallaba en Mérida,
Yucatán, en un bullicioso lugar céntrico y cultural. México
siempre ha sido un lugar lleno de maravillas insondables, misterios
que han provocado que los investigadores de la orden se sumergieran
más allá de lo habitual, increíbles fraudes y maravillosos
dilemas. Es una tierra antigua, aunque con una vida bulliciosa tan
sólo en los últimos siglos. Los espíritus pueden sentirse atraídos
por estos cambios sociales, pero también por las creencias. Cuanto
más crees en ellos más fácil es sentir su contacto. Las fiestas
más populares en éstas tierras tienen que ver con la celebración
anual de la muerte. Ellos lloran a sus muertos, pero también cantan
y celebran con ellos el paso a otro mundo. Dejan ofrendas de comida,
objetos y plegarias que ayudan a recordar a los fallecidos y dan
testimonio de su amor, pese a los años, hacia ellos. Un lugar así,
lleno de huellas y marcas, es sin duda el idóneo para desarrollarse
ciertas historias que pueden ser falsas.
Decidí aproximarme. No estaba
demasiado lejos. Me hallaba en el viejo territorio que ahora es un
desastre. Había estado varias noches jugando al ajedrez con Khayman
y conversando animadamente con Thorne. Las Gemelas solían salir a
pasear, observar los animales que Maharet había traído para que
Mekare estimulara su maltrecho cerebro y se mantenían, aunque no
siempre, en estancias calmadas donde la naturaleza solía entrar sin
previo aviso.
México siempre fue para mí un
territorio a explorar. Me agradaba más Brasil, pero sabía que no
era el único lugar en América que podía visitar con diversas
emociones que se mezclaban. Emociones que tenían que ver con las
sensaciones que me causaban lugares, hechos o circunstancias que se
aproximaban demasiado al mundo paranormal.
Al llegar allí, bajando de un taxi que
había pedido en el hotel donde decidí hospedarme, no hallé a
nadie. El investigador que me había citado no estaba. Quizás porque
había llegado demasiado tarde. El tráfico era terrible en algunas
avenidas principales. La marabunta nocturna no era excesiva, pero un
accidente en uno de los cruces más céntricos, y vitales, me habían
retrasado.
La construcción tenía forma de
pirámide, aunque no la típica egipcia sino las típicas
mesoamericanas. La entrada era lóbrega. Los árboles parecían tener
un anormal crecimiento y la acera estaba cubierta de recipientes de
refrescos y papeles. Parecía que ni siquiera el servicio de limpieza
tenía un mínimo de decencia, pues rodeaban el edificio con cierto
pánico. La puerta tenía el candado roto, parecía ligeramente
abierta y me incitaba. Sin embargo, no moví ni un músculo. Podía
percibir el aire denso, ligeramente enrarecido y algo más frío
cuanto más me acercaba a los primeros escalones.
Por el informe que me había hecho
llegar mi joven amigo, Héctor Sanchez, el edificio había sido
construido sin problemas. Se inauguró como sala de fiestas. Era un
lugar popular, muy apreciado, pero que pronto entró en la banca rota
absoluta y condenó a sus dueños a deshacerse del lugar. Dicen que
todo se originó de la noche a la mañana. Empezaron a sentir
fenómenos extraños, sensaciones poco tranquilizadoras y los
empleados murmuraban sobre situaciones poco agradables. Decían que
había objetos que cambiaban de lugar, las imágenes de la cámara de
seguridad se veían borrosas y los medios eran ineficientes. Muchos
clientes se quejaban de un frío excesivo, cuando la calefacción no
estaba estropeada y funcionaba correctamente. Era como si el
mismísimo diablo jugara con sus mentes. El negocio fracasó y
provocó que uno de los dueños se suicidara antes de abandonar el
local, como si fuese su forma de despedirse y condenar la sala de
fiestas.
Años más tarde terminó siendo un
restaurante de vida alegre, por decirlo de forma suave. Era un burdel
camuflado de restaurante donde mujeres de todo tipo, y en condiciones
más o menos terribles, ejercían su oficio ofreciéndose a los
diversos caballeros que solían entrar codiciando un poco de placer.
Eran hombres de negocio, padres de familia respetados o muchachos
universitarios en busca de una diversión fácil y poco exigente. Las
mujeres bailaban para ellos ofreciéndose como en cualquier sala de
fiesta poco recomendable, las bebidas alcohólicas eran lo habitual
y, en algún momento, las drogas sintéticas se unieron al cóctel de
placer y malos vicios. Casi seis meses después de la nueva apertura
desaparecieron varias mujeres del local, las cuales jamás volvieron
a sus hogares o al propio negocio. A los siete meses uno de los
camareros apareció ahorcado en su casa, sin nota de suicidio ni
incidentes previos que pudiesen imaginar tan fatal desenlace. Los
dueños empezaron a perder clientela, algunos clientes empezaban a
quejarse de un frío atroz en las diversas salas y uno de los
empleados hablo de una silueta que parecía mirarle allá donde se
moviese. Poco después, tras la desaparición de una tercera joven,
cerraron.
En el año 2.010 un sexagenario decidió
invertir sus pocos ahorros en la sala de fiestas. Abrió un nuevo
negocio más decente y familiar. Era un local de comidas y bebidas
cuya apertura se alargaba algo más que en los locales colindantes.
Empezó bien. Hizo nuevos amigos en la zona. El carisma del
propietario y su buena fe provocó que accediera a dar cobijo a un
joven, el cual tenía que viajar habitualmente a la ciudad por
problemas médicos. El hombre dejaba que durmiera en la sala
inferior, acomodándose en varias bancas, para que no gastase
demasiado dinero en la ciudad. Lo hacía porque sabía que era la
penuria económica, pero esa buena voluntad, ese deseo de ayudar, le
llevó a la tumba. Sin previo aviso fue asesinado. Dicen que tras una
acalorada discusión, que hasta la fecha no se ha logrado esclarecer,
el joven le abrió la garganta con una afilada navaja y luego intentó
deshacerse de él en un cenote cercano. Sin embargo, debido a la
precaria salud del muchacho y sus escasas fuerzas no logró trasladar
el cuerpo demasiado lejos. Desfallecido se echó entre las mesas y
decidió descansar. En ese momento fue descubierto por la policía,
pues pudieron verlo trasladando el cuerpo hacia un lugar próximo. No
negó los crímenes, pero dijo que una voz se lo ordenaba
reiteradamente. Eso fue en el 2011 y desde entonces sigue cerrado.
La noche del 22 de Junio del 2012 me
hallaba frente al edificio. La puerta me incitaba y me inquietaba la
sensación que me provocaba. Decidí tomar valor y subir los escasos
peldaños, introducirme en el edificio y, con mi visión vampírica,
rastreé palmo a palmo la parte inferior. Noté como algo me
observaba. Digo algo porque no era alguien. Al subir por las
escaleras, al piso superior, el olor a difunto llenó mis fosas
nasales. Había notado ese aroma, pero supuse que podría ser algún
animal muerto. Si bien, ahí estaba Héctor. Aún su cuerpo estaba
caliente, pero se hallaba en un charco de sangre. Las viejas mesas de
la sala de fiesta estaban desperdigadas por la habitación, como si
se hubiese defendido contra algo invisible. Unos ojos, de una luz
ligeramente rojiza, aparecieron en un rincón. Después nada. El
sonido de pasos, un murmullo y una leve risa. Estaba acostumbrado a
esos seres. Los humanos los llaman demonios, para mí sólo son
espíritus que juegan y se burlan de la frágil mente humana.
—Muy divertido—dije en voz alta—.
¿Te sientes cómodo en tu pirámide maldita? ¿Acaso quieres matar a
todos los Indiana Jones del mundo? ¿Éste es tu templo
perdido?—murmuré llevando mi mano derecha al bolsillo interior de
mi chaqueta.
—No eres humano—susurró
inquieto—¿Qué eres?
—Podría decirse que soy un cuerpo
animado por el alma de un anciano, el cual tuvo la suerte de poseer
éste cuerpo y quedarse anclado gracias a la Sangre donde yace un ser
como tú. Al menos, parte de ese ser—murmuré.
Había hablado con una voz similar. Una
voz que procedía de mi cabeza, aunque no estaba seguro. Era una
sensación extraña. Sabía que podía estar en lo cierto, pero mis
investigaciones no habían sido revelada a ninguno de los milenarios
o jóvenes con los que trataba. Aquello era un misterio y yo lo
soportaba a duras penas. Entonces, mientras cavilaba, aquella cosa me
atacó tirándome por la cristalera central hacia el asfalto.
Me incorporé, sacándome los cristales
mientras huía a refugiarme. No quería ser visto por mortales. En
medio de los setos, de un jardín cercano, pude ver como la policía
se aproximaba al lugar. Era un coche patrulla que estaba cerca y
decidió trasladarse al observar como algo atravesaba la zona
acristalada. Por mi parte noté como ese ser se apaciguaba. Habían
descubierto otro horrible crimen del cual hablar. Otro más. El
edificio quedaría precintado hasta nueva orden judicial. Eso era lo
que quería. Deseaba ese lugar para sí, como si fuese un viejo dios
guardando su templo. Tal vez lo fue en su momento. Quizás por eso
había decidido hacerse con la zona y toda la estructura que se
imponía en medio del corazón de Yucatán. Tal vez regrese para
averiguarlo, pero de momento prefiero centrarme en los pormenores que
están sucediendo entre la tribu.
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