Quinn, está muy bien que quieras estar alejado... ¡Pero estamos preocupados!
Lestat de Lioncourt
La soledad pude ser cruel e injusta. Me
sentía solo. Pese a los continuos abrazos de mis abuelos, que
durante gran parte de mi infancia creí mis padres, y la relevancia
de las figuras maternales de las criadas, las cuales me atendían con
cariño y esmero, sentía que me encontraba perdido y algo, quizás
demasiado importante, creaba un hueco en mi corazón e historia.
Durante décadas tuve que escuchar el
murmullo de la locura, el asco y la repugnancia de los escasos
compañeros de pupitre que tuve, y el miedo exacerbado de mi familia.
Podía ver a mi propio reflejo sonriéndome, hablándome de amor y
prometiéndome que no me dejaría solo. Por un tiempo fue un gran
alivio. Creo que me enseñó a leer y comprender el mundo adulto
durante mis primeros años de vida, pero después se convirtió en un
bufón y una sombra que danzaba frente a mí con mi propio rostro,
mis manos suaves y mis ojos azul zafiro. Un largo escalofrío
recorría mi columna vertebral cuando escuchaba su voz diciéndome
que me amaba, cuando el ordenador se prendía iluminando una pantalla
oscura con un mensaje repetitivo de amor, comprensión y necesidad.
Él era Goblin. Le puse nombre antes que otros me explicasen el
significado de la palabra.
Tuve que soportar numerosos tutores.
Pocos fueron agradables conmigo y con mi especial compañero de
juegos. Creían que era un amigo invisible que cubría mis malos
actos, mis contestaciones absurdas y las risas sutiles que podía
llegar a contar con los dedos de la mano. Notaba su presencia a mi
lado aunque no pudiese verlo. Era como el aliento de un muerto
rozando mi nuca. Nunca creí que fuese un fantasma, sino un espíritu
que se personaba ante mí intentando aliviar la misma soledad que yo
sentía.
Al crecer me percaté que si estaba
solo, hundido en mis miserias, no eran por los fantasmas de la casa,
ni por vivir en un lugar que estaba marcado por los parapsicólogos,
sino por él. Por hablar de él. Si evitaba el tema, lo ignoraba y
seguía mi vida podía entablar ciertas relaciones. Sin embargo, él
se volvía violento y misterioso. Hacía tal hincapié en ser
escuchado que no podía huir de él en absoluto. En los breves viajes
lejos del pantano donde me crié, mi adorado New Orleans, pude ver
como él desaparecía, sin fuerza alguna, y supe que era mi vivienda
la que le daba fuerza. El lugar que amaba era su cárcel, mi
cárcel... nuestra celda.
Decidieron internarme en un hospital en
New Orleans cuando sólo contaba con dieciocho años. Aquella noche,
después de una evaluación psiquiátrica favorable, conocí a una
joven. Ella era Mona Mayfair y puedo jurar que es, sin lugar a dudas,
la criatura más hermosa que he podido ver. Acababa de conocer a mi
nuevo tutor, un hombre caballeroso y amable, al cual dejé con miles
de preguntas en el tintero y mi tía como carabina. Tuve que
aproximarme a ella, junto a aquel hombre que decía ser un detective
de lo paranormal y que recordaba fugazmente, para sonreír como un
idiota y comportarme como un quinceañero que balbuceaba cosas
absurdas que ella tenía como reales. Podía ver a Goblin, pero a
Goblin no le gustó sentirse desplazado.
Ese fue el principio del final.
Conocerla a ella fue la ruptura definitiva. Maduré. Comprendí al
fin quién era, qué era el misterio de mi hogar, los diversos
asesinatos y tramas grotescas que se habían dado, supe del paradero
real de mi tatarabuelo y finalmente supe la verdad de mi linaje, de
Goblin y del odio de mi madre.
Mi historia fue narrada en dos
magníficos ejemplares, los cuales hoy acaricio con nostalgia. Me
pregunto si el mundo me extraña. Tal vez nadie lo haga. Mona está
frente a su portátil tecleando acelerada. Somos vampiros. Neófitos
con poderes asombrosos y una maravillosa capacidad para evitar
ciertos problemas. Ella ya ha conectado la radio. Benji habla de la
nueva reunión que se dará en unas noches. No apareceremos. Es mejor
que se guarde nuestros nombres en el corazón de quienes amamos. Por
ahora deseamos estar alejados, comprendernos mejor y dedicarnos a ser
Ophelia y Abelardo.
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