Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 27 de abril de 2015

Un corazón con compás de violín

Antoine no es del todo como Nicolas, aunque siente la misma pasión por la música. Armand está empezando a abrirse a él. Espero que no termine como la última vez.

Lestat de Lioncourt


—Te comprendo—dijo con aquel cálido acento francés. Un acento que no había perdido con el paso de los siglos. Esos ojos azules, tan profundos, me escrutaban devorando mi alma. Miraba cada uno de mis rasgos y provocaba que un leve rubor subiese a mis mejillas. Un muchacho tan hermoso, de maravilloso talento, estaba frente a mí con la poderosa sangre de Lestat. Era tan joven, o tan antiguo, como Louis—. Comprendo el dolor que sientes—murmuró dejando su violín sobre la mesa de mármol, para luego aproximarse hasta mí, arrodillarse frente a mi menuda figura y acariciar mis manos cruzadas sobre mis muslos—. Sé lo que sucede en tu corazón herido y la soledad que has tenido que sufrir a lo largo de los siglos.

El piano sonaba de fondo. Sybelle tocaba una de las excelentes composiciones de Antoine. Iba por encima del ritmo habitual de cualquier mortal. Tocaba con un encanto sobrenatural irresistible. ¡Ah! La amaba. Amaba ese talento que poseía y amaba el talento del muchacho que se arrodillaba frente a mí, como si fuese a pedirme el corazón y la vida entera, mientras me imploraba con esos ojos que relampagueaban.

—Tú no comprendes lo que siento—dije apartando sus manos—. Sólo puedes ver un mero reflejo en mis ojos.

—Estoy dispuesto a profundizar en ellos, ahogarme si hace falta, y besarte las heridas—volvió a tomarlas entre las suyas, mucho más cálidas y humanas que las mías, para luego rozar la punta de mis dedos con sus labios.

—¿Tú? ¿Y qué he hecho yo por ti?—pregunté moviéndome incómodo en mi asiento.

Amaba aquel sillón. Poseía unas patas encantadoras que parecían garras, la madera era negra y parecía quemada con el fuego del infierno, y el forraje de terciopelo azul era meramente encantador. Un capricho. Tan sólo era un capricho. Tener ese sillón de respaldo alto, fuertes brazos y cómodo asiento cerca de la hoguera y no muy alejado de una estantería repleta de libros. Los mismos libros que Louis leía junto a mí una y otra vez sin cesar.

—Aceptarme—contestó incorporándose—. Me has acogido en tu casa, dándome un lugar donde refugiarme de mi dolor, y has permitido que narre mi historia bajo la cálida mirada de tus compañeros.

Se movía por la habitación con una elegancia propia de otra época. Los pantalones ajustados que llevaba, algo clásicos pero de estilo moderno, realzaban su menuda figura al igual que la camisa con chorreras con encaje. Yo mismo le había regalado esas prendas. Aún no sé porqué. Quizás era remordimientos. Sentía cierta angustia al ver a ese músico frente a mí. Tenía un carisma menos oscuro que Nicolas, pero no podía dejar de ver en él ciertas similitudes. Quizás era esa pasión por tocar el violín, su forma decidida de hablar de la música y el ingenio que tenía al escribir obras para Sybelle como hizo para Lestat.

—No he hecho tal cosa—quité importancia a ese hecho, pues no quería pensar en ello.

—Abriste tus brazos a mi música y te conmoviste. Pudiste matarme.

—No creas todo lo que leas o escuches acerca de mi carácter—una sonrisa amarga bordeó mis labios, pero la detuve. Me contuve en no sonreír y mostrarme serio, como un ángel inmóvil y perfecto de una iglesia cualquiera.

—Sé que lo podías haber hecho, pero detuviste ese acto cruel—susurró—. De improvisto me abrazaste, rodeaste mis hombros y me diste cobijo frente a la chimenea—se acercó de nuevo, colocando sus manos sobre mis hombros, y me sonrió.

—El fuego...

—Sí, el fuego que muchas veces ha dañado mi cuerpo y me ha hecho fuerte—dijo con total sinceridad. Pues primero había sido quemado por Louis y luego por unos desalmados en épocas más modernas. Había logrado sobrevivir. Era increíble. Tan joven y sobreviviendo al fuego—. El mismo fuego que provocó que me enterrara y escuchara las ondas de la emisora de radio. Recuerdo tu nombre vivamente de labios de Lestat, así como de labios de otros tantos y de los libros que se acumularon en la estantería de mi vieja vivienda.

—¿Y qué deseas de mí?—cuestioné.

—Amor—esa maldita palabra cruzó de sus labios a mi pecho provocando una herida mayor. Era como una bala—. Dices que no sabes lo que es y que ahora estás comprendiéndolo, apreciándolo y ofreciéndolo. Quiero ese amor. Deseo darte amor. Necesito convivir contigo para comprender cuál es el motivo de tanto dolor. Quisiera arrancarlo.

—¿Tú? ¿Te das cuenta a quién se lo pides?—me enfurecí ligeramente, pero no podía molestarme con él. Realmente decía aquello con total sinceridad.

—A un ángel que convirtieron en demonio los mismos que rezaron a Dios por la venida de un Mesías.

—Hablas como un idiota—dije aguantando mis lágrimas.

—Tal vez lo soy—respondió tomándome del rostro.

—¿Y por qué tengo que escuchar tus estupideces?—pregunté apartando sus manos de mí, para incorporarme y acercarme a la chimenea. Me apoyé en ella viendo el fuego consumiendo la leña. Quería llorar. Fuera el mundo lloraba por mí. Nueva York era arrasado por una lluvia terrible.

—No lo sé. ¿Por qué lo haces?—dijo abrazándome por detrás.

Sus brazos me rodearon firmes y seductores. Sentí su aroma envolverme. Mis ojos se cerraron como si fuese a descansar. Noté sus dedos abriendo mi chaqueta, deshaciéndose del pañuelo blanco de seda que llevaba al cuello, tirando la americana al suelo y abriendo mi camisa de blanco algodón. Sus dedos presionaron mis pezones, su lengua se pasó por mi garganta y yo me giré mirándolo a los ojos. De inmediato lo besé, sin necesidad de compartir la sangre, mientras él me rodeaba recibiéndome entre sus brazos.

Aquel beso transcendió. Provocó que comprendiera al fin el significado de la vida misma y del amor. Por primera vez alguien me besaba con un arrebato de furia y lograba que mis lágrimas se evaporaran. Cuando se apartó sonrió acariciando mi rostro, como si tocara a un ángel real, y me besó las mejillas. Ese amor puro que veía en sus ojos, sin mentira alguna, me turbó.

Tuve que salir de allí, dejando mi chaqueta celeste cerca de la chimenea manchándose posiblemente de hollín, para luego encerrarme en mi recámara y mirar al techo. Allí me perdí en el delicioso fresco del techo. Había logrado conseguir que plasmaran la belleza del renacimiento, la época más placentera de mi vida, lo cual me calmaba. De fondo su violín cantaba para mí. Él mismo me ofreció un salvaje susurro de “Es para ti” que me electrocutó.


Toda la vida deseando ser amado y cuando lo tenía, cuando al fin llegaba, huía asustado como un ratón en una jaula.   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt