Podía ver en sus ojos la rabia y la
desesperación más profunda. En su voz, suave y amable, parecía
hallarse un nudo terrible que no se deshacía con facilidad. Se
encontraba envuelto en un terrible trance. Conocer la noticia le
había hundido una vez más. No era la primera vez que como inmortal
tenía que ver como otros, a quienes apreciaba o admiraba,
desaparecían convirtiéndose en una tumba, cenizas o simples
recuerdos. Sin embargo, incluso los recuerdos más simples nos
impulsan para continuar decididos nuestro recorrido vertiginoso por
los años, décadas y siglos. Su rostro había cambiado adaptándose
al alma que desde hacía décadas rellenaba aquel envase vacío. Él
era David Talbot. Sus ojos oscuros con diminutos destellos dorados,
como si fueran una piedra preciosa en mitad de la oscuridad, me
perseguían mientras se movía inquieto por la habitación.
Las diversas reuniones habían sido
agotadoras, el funeral terminó siendo devastador y reconstruir el
recinto, el cual eran puras ruinas, estaba siendo un trabajo
insondable. Había dejado a Jesse en la profundidad de aquella selva,
pues precisaba estar a solas y rememorar los preciados momentos que
había vivido con su hacedora y antepasada. Maharet ya no estaba para
contemplarnos con sus hermosos ojos azules, los cuales había
conseguido gracias a Fareed, aferrada a su hermana, silenciosa como
una hermosa planta que sólo sobrevive gracias a los cuidados de
otros, mientras Khayman meditaba sentado en una de las salas,
acariciando el árbol genealógico que creció a partir de su semilla
fruto de un terrible encuentro.
—Es terrible—decía manteniéndose
ligeramente entero—. Terrible, desolador y a la vez...
—Esperanzador—respondí provocando
que esbozara una simple sonrisa—. Ahora tienes una misión más
importante que recapitular la vida de otros, David. Tienes que ser
quien soporte el dolor de Jesse, acompañándola por un duelo que tú
ya has vivido con Aaron y Merrick.
—Así es...—murmuró aproximándose
al escritorio, donde estaba sentado con las piernas sobre la mesa y
la espalda completamente recostada en el sillón.
—Vais a reconstruir la historia de su
familia, la cual es también la nuestra—asintió de inmediato a mis
palabras—. Es un gran mensaje de esperanza para otros, pero yo no
sería capaz de hacerlo.
—Por eso no te hemos pedido
ayuda—dijo tras una breve carcajada.
«Es hermoso. Hermoso. Hiciste bien en
convertirlo en tu hijo. Una belleza e inteligencia así es necesaria
entre los nuestros. Es hermoso. Simplemente hermoso.»
—Cállate—chisté arrugando la
nariz.
«¿Por qué? No he dicho nada
desagradable.»
—Te está hablando, ¿no es
así?—susurró tomando asiento en la silla frente a la mía. Era de
un respaldo más corto y ancho. Todo era original. Me había costado
mucho encontrar el mobiliario, pero tengo contactos. Los anticuarios
me adoran. Sin embargo, era una imagen extremadamente deliciosa
observarlo allí preocupado, con aquel traje impecable en color gris
y ese cardigan azul marino en contraste con la camisa blanca, tan
blanca como la mía. Un hombre de aspecto moderno, pero con un estilo
serio y sereno en una silla tan vieja como exquisita. Adoraba a
David. Quería a David. Creo que es uno de esos amores imposibles de
olvidar, pues su amistad me ha ofrecido demasiados beneficios. Y allí
estaba él preocupándose por mí, deseando que yo le contara todo.
—Sí, lo está haciendo. Sólo te
adula—susurré con una sonrisa burlona—. Creo que te desea tanto
como te he llegado a desear yo—ambos nos miramos fijamente a los
ojos, reímos durante unos segundos y nos relajamos.
David parecía triste y agotado, por
eso venía a mí. Quizás una ligera bronca, un poco de información
y un par de palabras intensas le harían salir de la monotonía del
dolor y las lágrimas. Sin embargo, no discutimos esa vez. Sólo se
quedó frente a mí admirando mis rasgos, comprendiendo que no era
sólo Lestat. Amel estaba frente a él y eso le excitaba provocando
cierto nerviosismo que le alteraba, pero a la vez le daba cierta paz.
Sabía que Amel a mi lado era feliz, pues poseía todo lo que con
Mekare no podía tener. Podía ver y sentir a través de mi cuerpo y
yo, por supuesto, no era un idiota que pudiese ser manipulado. Quizás
era un rebelde desvergonzado, pero tenía mis límites y Amel se
sentía contento con alimentarse junto a mí, sentir a mi lado y
disfrutar de la noche como yo lo hacía.
—Si necesitas algo...—empecé a
decir, pero él me detuvo levantando su mano derecha. Me pedía
calma. Negó con su cabeza y se incorporó.
De inmediato se levantó, notando como
se mordía la lengua y se aproximaba hasta a mí. Me besó. Su lengua
se hundió en mi boca llenándola de su deliciosa sangre. Cada
vampiro tiene un sabor distinto y el sabor de David es intenso, como
es él en cada acción que hace aunque parezca comedido y razonable.
Cerré los ojos como un quinceañero, gemí bajo aferrándome a las
solapas de su chaqueta y de improvisto, cuando disfrutaba de su
sabor, alejó su boca de la mía y me mordió bebiendo un pequeño
sorbo. Después se marchó sin despedirse. Tan sólo echó un vistazo
último a la habitación repleta de libros, viejos recuerdos y aquel
hermoso escritorio donde me encontraba.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario