Michael ama a Rowan más que a él mismo. Me gusta que así sea. Me encanta que así sea.
Lestat de Lioncourt
Si supiese cuantas veces la he mirado a
escondidas, como si fuese uno de los fantasmas de éstas cuatro
paredes que llamamos hogar, mientras ojea los informes absorta por
completo. Su cuerpo pide un poco de descanso, pero su mente se activa
irrefrenable. Carga sobre sus espaldas la tensión de todo el día,
los problemas habituales de un hospital y aquellos que pocos
sospechan. Sus ojos, grises como las nubes de una tormenta, parecen
cerrarse ocasionalmente y, tras un ligero parpadeo, se enfoca en cada
párrafo. Palabra por palabra las bebe como si fueran un sorbo tras
otro de café. Ella, la mujer que amo. Una mujer distinta. Mi bruja.
Hoy, como otra noche más, he terminado
de redactar algunos proyectos. Durante horas he estado frente a la
luz de la pantalla del ordenador, la mesa de proyectos tiene algunos
trazos de un edificio que estoy rehabilitando, y en la papelera se
hallan dos latas de cerveza. He trabajado duro. Ahora quiero estar
con ella. Quiero retenerla entre mis brazos, susurrar a su oído que
la amo y necesito, pero me mantengo al margen esperando que se de
cuenta. Tengo paciencia suficiente para ese ligero cruce de miradas,
con esa sonrisa breve y pícara, que me hará sentirme el hombre más
afortunado de la ciudad.
La vida me ha demostrado que de nada
vale esperar algo del futuro. Hay que vivir cada día como si fuese
el último en el calendario. He estado a punto de morir en muchas
ocasiones, pero sigo aquí. La contemplo con una necesidad innegable.
Quiero decir su nombre, pero muere en mis labios mientras sonrío
satisfecho. Ella es feliz con su trabajo, con las prisas por los
pasillos y la satisfacción de salvar unas pocas vidas a la semana.
No soy el único que la ama o admira. Muchos hombres lo han hecho. Me
consta que también hay mujeres que la han deseado, admirado y
codiciado. Ella parece no apreciarlo, pero mis celos aumentan con los
pensamientos de todos y cada uno de quienes la contemplan. Y, sin
embargo, no digo nada. Me muerdo los celos, los trago sintiendo lo
amargos y estúpidos que son, para luego ver esa mirada, ese cruce,
que termina de derrumbarme frente a ella.
Anoche sucedió. Esperé por más de
una hora, pero ocurrió. Me vio y sonrió, se movió del escritorio,
caminó hacia mí y me besó suavemente en los labios. Pude sentirla
entre mis brazos, desnudarla con mis ásperos dedos y hacerle el amor
en nuestra cama de matrimonio. Hoy no espero nada. Sólo necesito
abrazarla. Quiero oler el aroma de sus cabellos. Necesito aspirar el
calor de su cuerpo.
Sí, la amo. No he dejado de amarla
jamás. He cometido muchos errores. No soy perfecto. Ella tampoco es
perfecta. Pero sé que juntos somos la pareja idónea.
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