Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 29 de abril de 2015

Perdóname

Julien y sus líos de faldas. La verdad es que antes tenías que ocultar todo lo que sentías para sobrevivir. Ahora todo es más fácil. Estoy seguro que habría sido muy feliz con Richard de haber vivido en el mundo de hoy en día. 

Lestat de Lioncourt


Siempre he sido un egoísta. Admito mi mayor pecado y cada una de las culpas que pueda echar sobre mis espaldas. He sido lo que se dice un hombre de miles de camas, pero de pocos corazones. Nunca he sido infiel, pues mis sentimientos han sido fuertes y claros. Sin embargo, acepto que he me he despertado en cientos de camas. He yacido entre los brazos fuertes de muchos hombres y entre los cálidos muslos de demasiadas mujeres. Me ha gustado dejarme llevar y ofrecer mi alma al diablo, el cual la aceptaba gustoso jugando conmigo. Bailar con él fue delicioso, pero aún más disfrutar del placer que me ofrecían cada boca, manos y cuerpo.

Recuerdo como me miraba. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Sus manos temblaban secándose con trabajo las mejillas. Esos ojos profundos, tan llenos de vida, parecían cubrir la peor de las previsiones. Lloraba por mi culpa. Él lloraba por un amor que parecía cobarde y miserable. Esa noche está enterrada en mi alma, ardiendo como las llamas del infierno, y la revivo cada segundo que su nombre viene a mí.

Llevaba uno de esos vestidos de faldas cortas muy alegres. Tenía unas piernas largas y torneadas como las de una mujer. Poseía una cintura exquisita que me hacía olvidar que era un hombre. Su busto era escaso, pero no importaba. Tras su incitante escote sólo había pañuelos bien doblados para imitar unos senos, así como algo de maquillaje para ayudar a la ilusión. Se había puesto una de esas pelucas que provocaba que sus cabellos llegaran hasta más allá de sus hombros. Sin duda alguna parecería una chica, pero su nuez lo delataba.

Él era Richard.

Podría decir que si he amado realmente a alguien, con cada fibra de mi alma, ha sido a él. Mi mujer fue una oportunidad para ser hombre, escapar de las miradas y las preguntas que me recriminaban mi soltería. Intenté ser feliz, pero jamás logré comprenderla y sentir que me conmovía con sus miradas seductoras. No. Ella no logró lo que Richard me hacía sentir. Con cada caída de párpados, mueca de su boca, mordida de sus labios, movimiento de sus manos arreglando mi corbata o simplemente esas miradas, las cuales me mataban por intensas y desesperadas, me hacían ver que el amor que percibía por él era único.

Esa noche me había visto en uno de los burdeles disfrutando de varias mujeres. Brindaba por mi libertad salvaje, por las buenas cartas que había conseguido y por el vino en sí. Disfrutaba de cada momento como si fuese el último. Pero no era yo. Era el demonio que rondaba mi jardín. A quién vio fue al Hombre. Decidido a todo se fue a su casa, al otro lado de la ciudad, y optó por vestirse para mí. Cuando llegué, casi al amanecer, lo vi en la puerta de mi vivienda.

Me hallaba desorientado, la camisa blanca de lino estaba mal colocada y la chaqueta la llevaba en el regazo. Estaba descalzo, pues no sabía donde había dejado mis mocasines. Al despertar estaba con varias mujeres a mi alrededor, todas habían disfrutado de mi caliente pasión y mis palabras de rufián. Sin embargo, ni mi alma ni mi lengua sintieron nada por ellas. Tuve que aceptar sus reproches aún en ese estado y la cabeza quería estallar, pero quien estalló fue él. Rompió a llorar, me abofeteó y juró que no volvería a verlo. Quería que viese esa imagen de él, la cual yo había moldeado a mi gusto y necesidad, para marcharse de allí.

Él aún era muy joven y yo muy estúpido. Por eso mismo acabó en mi dormitorio sollozando sin prestar atención a como me desnudaba, arrojando la ropa a un lado, mientras me juraba que me dejaría esa misma noche. Sin embargo, lo tomé por los brazos con fuerza y besé sus labios pintados con un rojo cereza muy llamativo. Se aferró a mis hombros, pero yo tomé su muñeca derecha y coloqué su mano sobre mi miembro erguido.

Sin mediar palabra lo tiré a la cama, rompí sus delicadas medias, rompí su ropa interior y penetré sus prietas y jóvenes nalgas. Él se aferró a las sábanas, tirando de ellas hacia sí, mientras abría más sus piernas y mordía la almohada. No quería que nadie escuchara sus largos y escandalosos gemidos. Las sábanas se manchaban de carmín y maquillaje. Su vestido quedó arrugado, mal colocado y casi arrancado. Mis dedos se deslizaban furiosos por sus brazos, cintura y muslos. Azoté su trasero hasta dejarlo tan rojo como su carmín.

Estoy en la misma habitación, que ahora es un simple despacho sin rastro de mi vida, mis gustos y propiedades. Sin embargo, puedo imaginar la cama de hierro ahí mismo, su cuerpo sobre las sábanas revueltas y su rostro de muñeca manchado de miles de lágrimas. Me condené muchas veces, pero sobre todo ese amanecer. Creo que me propasé con él, pues estaba harto de quejas. Él no sabía la verdad, y no debía saberla. No era capaz de explicarme siquiera yo como había sido maldecido con aquel ser que podía sentir cerca, muy cerca, pero que no era capaz de materializarse para poder increparlo a su fantasmagórica cara.

«Eres un desagradecido. Deberías sentirte más que satisfecho. Me tienes a mí, arrodillado ante tu juventud y estúpidos sueños, pero no te conformas. Soy fiel a mis sentimientos. No deberías dudar de mi amor por el simple hecho de estar entre las confortables piernas de todas esas putas, golfas y desesperadas. Yo te amo a ti, pero no soy hombre de una sola cama.»


Mis palabras aún me hieren. Me duele recordar como se incorporó tambaleante y me miró con odio. Sin embargo, lo tomé entre mis brazos y besé sus mejillas. Era otra época. Tenías que comportarte como un imbécil para darte a comprender. Todo hombre tenía que ser ligeramente violento y tratar a sus mujeres como si fueran meros complementos. Si hubiese nacido en ésta época es posible que habría hecho realidad su sueño. Quizás me habría desecho de todos mis miedos arrojándolos por la ventana hacia el jardín. No me hubiese importado tomarlo de la mano y caminar por la calle sin pudor. Pero me enloquecía el verlo allí de pie pidiéndome una relación formal en una época en la cual todo estaba prohibido, pero que si te dabas la vuelta podías poseer el paraíso en mitad de los infiernos.  

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Lestat de Lioncourt