Recuerdo esos ojos. Unos ojos de
intenso color azul. Parecía un mendigo a punto de perder la vida. Me
recordó a alguien que amé, una persona que para mí simbolizó un
antes y un después, y que trágicamente había perdido hacía mucho.
Él era la muestra que las almas podían volver a la vida, en otro
cuerpo y con un mismo destino. Su vida fue trágica, llevada hasta
los límites de la irresponsabilidad y el dolor. Hablo de Antoine.
Nicolas era un músico excepcional, o
al menos así lo creía. Su música arrancaba de mi pecho el dolor,
provocaba que finalmente las lágrimas surgieran y el mundo tuviese
unos matices distintos. Era como si la poesía misma se alzara tomara
un violín y decidiese desfilar frente a mí. Sus ojos eran profundos
y oscuros, pero en ellos podía leer la pésima relación con su
familia y el deseo de ser amado por la luz de los míos.
Él, Antoine, me recordó a Nicolas.
Vivía de la música. Era un pianista excelente, un buen compositor y
un excelente borracho de taberna. Veía como dilapidaba el escaso
dinero que tenía, se pudría el hígado con cada trago de whisky
barato y brindaba en nombre de su hermano, el cual le había
arrebatado un brillante futuro. Él cuya familia era adinerada y le
habían ofrecido una esmerada educación, así como toda serie de
privilegios y mimos, aceptaron las falacias de un hermano mayor y
condenaron al pequeño, al insignificante en la línea familiar, a
una vida de horror lejos de Francia.
Ambos veían en la música su
escapatoria. El dolor, la música y el alcohol se mezclaban creando
un sonido mágico. Creo que no pude contener mis lágrimas cuando sus
ojos, tan azules como los míos, se perdieron en mi figura y buscó
en mí un par de palabras de sutil consuelo. Sin embargo, tuvo algo
más.
No sólo me recordaba a Nicolas, sino
que era similar a Louis. Los tres tenían una vocación terrible a
buscar la muerte, desearla, coquetear con sus esbirros y publicar
deliberadamente, en cualquier esquina, que estaban dispuestos a morir
a cambio de un segundo de falsa felicidad.
Pensé que debería resarcirme de mi
error. Llené los bolsillos de Antoine para que compusiera para mí,
empecé a adoctrinarlo como jamás hice con mis otras criaturas, y
cuando creí que podría hacerlo mío, convirtiéndolo en parte de mi
familia, me vi traicionado por mis dos grandes amores: Claudia y
Louis. Por eso mismo, por ese motivo tan nimio, creo firmemente que
tengo la culpa de su destino. Convertí a Antoine cuando vine del
pantano, tras haber sido dado por muerto, para confabular una
venganza y provocar que esos dos, mi familia, se quedasen conmigo y
no pudiesen huir. Pero todo falló. Ambos salimos trágicamente
heridos. Él decidió quedarse y yo le dejé una fortuna. Esa fue la
última vez que vi al músico de ojos azules...
Y ahora, en éstos tiempos convulsos
donde la tecnología es fácil de encontrar y rastrear cualquier
pista, él me ha buscado a ciegas, dejándose llevar por rumores y
esperanzas, para prestarme su apoyo. Yo, que lo dejé atrás. Yo, que
no tuve remedio. Yo, que lo llamé amigo y terminé olvidando cuánto
bien me había hecho su música.
Lestat de Lioncourt
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