Armand y los malos tiempos. Los malos tiempos y Armand. Aquí tienen una explicación a sus sentimientos, aunque no todos. Armand a veces es extraño.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo las ratas correr sobre los
cráneos, sus ojos oscuros amenazantes, su porte inquietante y esa
belleza de santo en su rostro con una sonrisa bondadosa, típica de
un hombre bueno. Jamás comprendí realmente qué quería de mí.
Deseaba salvarme, pero a la vez me condenaba. Me arrastró por las
ascuas del dolor, me arrebató los sueños y la vida misma parecía
escaparse de mis dedos. Todo se iba. Se iba como una vez vino. Los
hermosos sueños de Venecia, llenos de vino y oro, se convirtieron en
ceniza y aroma de carne quemada. Podía escuchar en mis pesadillas
los gritos de aquellos que llamé amigos, sentí como hermanos y
respeté como grandes pintores de símbolos profanos. Amé a todos
los que sucumbieron y él lo sabía. Tan sólo me observaba rodeado
de ratas e inmundicia. Podíamos ser reyes del mundo, pero nos
comportábamos como alimañas.
Me sentaba a su lado, con los pies
helados y las ropas raídas. Él deseaba oír de mis labios las
leyes, una y otra vez, con una cadencia sutil. Mis ojos de niño, mi
rostro joven, mis manos diminutas y mi corazón herido parecían
formar parte de un juego cruel. Disfrutaba. Pero aún no sé si de mi
compañía o del triunfo sobre Marius.
Sin embargo, cuando me miraba por largo
rato, en completo silencio, veía amor en sus pupilas. Podía leer
ese amor intenso, casi febril, que sentía ante mi belleza de icono
de iglesia. Sus dedos, toscos y a la par hermosos, rozaban mis
mejillas febriles y dejaban huella. Mis labios se abrían con un
suspiro. Quería hablar, pero tenía miedo.
Sí, lo recuerdo. Parece que fue hoy,
en ésta noche oscura, cuando él me confesó en silencio, con
palabras mudas, que me quería. Vi su orgullo marcado en su sonrisa y
el afecto en sus brazos. Sin embargo, aún recuero sus torturas y la
forma cruel de adiestrarme.
Nueva York está bajo mis pies, mis
manos tocan el vidrio tintado de mi ventana y mis ojos se deleitan
con las luces eléctricas. Benji no para de emitir su radio. Las
advertencias sobre el dolor, la tragedia, las normas rotas, una tribu
sin líder y miseria me recuerda que soy fuerte gracias a los viejos
tiempos, al dolor que él me ofreció. Soy una alimaña que esperaba
sentir la guerra para demostrar que era fuerte. Soy el germen, la
semilla...
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