Recuerdo cuando la vi aparecer, a Mekare, y sentí su fuerza. Me parece increíble que dentro de ella no hubiese pensamiento racional alguno. Pobre, Maharet. Espero mucho tiempo para nada. Aún así la cuidó con cariño y esperanza.
Lestat de Lioncourt
El silencio de mi hermana era perenne.
Podía ver en sus ojos azules la nada contemplándome como un espejo
terrible. Palpaba sus manos blancas, tan similares a las mías, y
hablaba suavemente en nuestra vieja lengua. Tenía grandes
esperanzas. Deseaba volver a contemplar a la mujer que siempre mostró
firmeza y poder, pero sólo veía a una niña perdida intentando
regresar a casa.
Caminaba a su lado, por los senderos
frondosos de un mundo perdido. Intentaba mostrarle el mundo que a
duras penas podía contemplar. Aquellos ojos, los de mi bondadoso
Thorne, parecían un guiño terrible a un acto cruel. Ella no me
miraba. No atendía. El dolor aumentaba. Khayman guardaba silencio,
como una estatua de mármol, en mitad del camino con los brazos
cruzados y una leve sonrisa. Ambos guardábamos sueños, esperanzas y
deseos. Acumulábamos dolor, pero ni siquiera Jesse, o cualquier otro
cercano a nosotros, podía saberlo.
Los espíritus nos envolvían en otra
época. Hermanos, compañeros de secretos y poder. Podíamos
contemplarlos en su inmensidad, sentirlos junto al viento y la
lluvia. Descalzas, con el cabello revuelto, bailábamos entre las
montañas que nos guarecían. Nos contemplábamos como si fuéramos
un espejo mientras ellos se levantaban. Eran como un enjambre.
Pertenecíamos todos a una misma tribu. Todos éramos una familia.
Alzábamos los brazos sintiendo la felicidad y la libertad, la cual
se nos fue arrebatada. El dolor entumeció nuestros brazos. Las
cadenas no lograron doblegarnos. Una ciega y la otra muda. Sin
embargo, los espíritus seguían danzando hasta que sintieron que nos
giramos, dándoles la espalda, cuando en realidad sólo deseábamos
luchar por volver a las viejas montañas.
Cuando la veía, allí en su eterna
quietud, rogaba por volver a verla bailar. Su sonrisa era una máscara
de bondad. Ella no me buscaba, pero yo la buscaba a ella. Quedó
destrozada, sumida en el dolor y la amargura, para no volver. Estaba
su cuerpo, pero no su espíritu. Él lo sabía. Nuestro hermoso y
bondadoso guardián. Él lloraba a escondidas. Sabía que nos
habíamos condenado cuando las tierras de Kemet eran aún un jardín
salvaje de arena y poder incalculable. La Reina nos condenó. Ella no
era la única que cargaba con una condena evidente.
Por amor la guardé entre mis brazos.
Por amor pensé que debíamos morir antes que todo quedase destrozado
a nuestro alrededor. Por amor, cuando las Quemas aparecieron, yo
quise llorar. Por amor los tres nos alejamos de todos y rogamos que
la Voz, nuestro antiguo compañero Amel, dejase de alentarnos para
causar estragos terribles.
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