Memnoch y Nicolas... ¿juntos? Mal plan...
Lestat de Lioncourt
París. La predilección por la ciudad
del amor y la pasión. La música puede surgir en cada esquina,
puedes ver postales románticas de películas típicas de cualquier
cine veraniego, el aroma a pasteles inmunda los pulmones y el café
calienta tus dedos frágiles. Sí, París. Puedes sentirte parte de
la ciudad nada más llegar, sin esperar a dejar de ser un terrible
desconocido. Aprecias todo, inclusive el ruido del tráfico y las
abarrotadas aceras de las calles más céntricas. El sol brilla
siempre con un ritmo distinto y los parisinos glorifican su ciudad,
sus monumentos, su comida y, ante todo, su cultura cargada de pasión,
romances indiscretos y moda. Porque París también es moda. En ésta
ciudad puedes hallar diferentes estilos de vida desde: bohemias y
salvajes... hasta modernos empresarios, desfilando con sus mejores
prendas.
Siempre es buen momento para tomar un
café. No importa necesariamente estar acompañado. Lo ideal es
beberlo poco a poco, sorbo a sorbo, y dejar que la ciudad te
envuelva. Ella te aleja de todo. Adormece al cosmopolita y lo entrega
a un delicioso sopor. Si amas el café amarás sus cafeterías, que
antes eran el centro del arte y el debate político.
Me disponía a contemplar mi taza.
Blanca y perfecta. Humeaba ligeramente junto al pequeño pastelillo.
Todo era encantador. Desde la diminuta cuchara hasta el pequeño
plato, de porcelana barata, que sujetaba ambos lujos. Porque el café
es un lujo, igual que tomar un descanso.
—Supuse que estarías aquí—dijo
desde la mesa contigua, tras un pesado periódico y unas enormes
gafas de sol estilo aviador. Parecía un muchacho más. Uno de esos
bohemios que se detienen a contemplar mejor la urbe que tanto desean.
—¿Qué se le ofrece al Príncipe de
los Infiernos de éste pobre ayudante? ¿Ni siquiera puedo sostener
una taza de café?—pregunté con una ligera sonrisa.
—Sí, pero en mi compañía. ¿O ya
te es desagradable?—preguntó incorporándose, doblando el
periódico y dirigiéndose hacia mi mesa. Tomó asiento, dejó el
periódico a un lado y esbozó su mejor sonrisa—. Oh, Nicolas...
Nicolas... el violinista del Diablo...
—El loco del violín, ¿no es
así?—susurré sin alterarme. Sin embargo, mi corazón palpitaba
fuertemente.
Siempre creí en él, pero jamás pensé
que fuese tan encantador. Él me dio una nueva vida. Una vida mucho
mejor que ser un maldito vampiro. Podía disfrutar de ciertas
cuestiones mundanas, pero sin abusar. Él me usaba como parte de sus
tentáculos, aunque también como un símbolo de su poder sobre el
corazón de Lestat. Aún no me había usado lo suficiente. Era
preciado para él. Yo lo sabía. Su maldad podía ser algo infantil,
pero lo deseaba.
De improvisto tomó mi muñeca derecha,
apretando sus dedos entorno a ella, para besarme lentamente en los
labios. No lo impedí. Ciertamente lo gocé. Ser su fulana era mucho
más apetecible que ser la de un insufrible y coqueto artista
parisino. Lestat jamás me hizo hueco en sus planes. Nunca me amó
como tanto exalta. Y lo maldecía junto a todas sus creaciones.
Odiaba a todos. El rencor ennegrecía mi corazón. Sin embargo,
seguía latiendo dulcemente cuando él, un ser proscrito como yo,
rozaba mis labios ofreciéndome una pizca de verdad y unas cuantas
mentiras.
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