Así que esto hacían esos mientras yo hacía el imbécil en mi castillo. Correcto...
Lestat de Lioncourt
Tenía los pies sobre la mesa donde se
solía situar a diario. Sus brillantes mocasines resplandecían bajo
la tenue luz eléctrica de la sala. Su chaqueta color crema realzaba
el tono caramelo de su piel y sus ojos negros, tan profundos como la
propia noche, mientras que la camiseta negra le daba un toque
informal como los pantalones oscuros que cubrían sus menudas
piernas. El sombrero le daba mayor porte, como si pudiese ofrecerle
un par de centímetros más, con esa ala ancha flexible que oscurecía
ligeramente sus rasgos. Tenía puesto los auriculares para escuchar
las diversas llamadas que tenía a diario. Cada noche los inmortales
de todo el mundo acudían a él, como si fuese el oasis en un
desierto de fuego y sangre. Las Quemas se sucedían, pero él no
perdía su espíritu combativo. Temía por su seguridad y ese temor
provocaba que discutiéramos enardecidos en los escasos momentos en
los cuales él se alejaba de la mesa, se aproximaba a mí y me
increpase por mi ceño fruncido.
—Benji...—murmuré suspirando.
Él me miró sin pestañear. Llevaba
una chaqueta de terciopelo azul francés, unos pantalones de vestir
del mismo color , una camisa celeste y un pañuelo de seda color
perla. Mis pies estaban descalzos y se confundían con el suelo de
mármol. Había quedado bronceado, pero mis pies estaban cubiertos a
la hora de exponerme al sol. No estaban tan quemado. Tan sólo un
ligero toque sonrosado a mi piel tan blanca, tan marmórea, y tan
espectral que siempre he tenido.
—Está ocupado—dijo Louis. Su
enigmática figura apareció junto a mí con un traje Dolce y Gabbana
en color humo, con una camisa verde con cuello mao y sin corbata, por
supuesto.
—A veces siento que ya no me
quiere—dije abrazándome a mí mismo.
—Te quiere—susurró.
En ese momento él se levantó, dejó a
un lado todo lo que estaba haciendo y se aproximó. Con un gesto muy
masculino y directo me tomó de la nuca, me hizo inclinarme
ligeramente hacia delante y me besó. De inmediato me ruboricé, casi
al mismo tiempo que él se marchaba de nuevo a su trabajo y me miraba
desde lejos con una ligera sonrisa.
—Y sabe como callar tus miedos—dijo
Louis con una ligera risilla.
—Igual que Lestat contigo—contesté—.
¿Ya sabe que Rose se metió de nuevo en un lío?
—No. Aún no. Pero lo sabrá pronto y
nos reuniremos todos....
La música de Sybelle y Antoine sonaba
frenéticamente envolviendo el momento. Los ojos azules de Antoine se
clavaron en los míos y de inmediato sentí que la habitación giraba
entorno a mí. Me sentía en una encrucijada. Estaba en mitad de dos
mundos.
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