—¿Por qué?—preguntó entrando en
la habitación.
Había interrumpido mi lectura. Me
hallaba en aquella hermosa biblioteca que poseía Armand. La
biblioteca francesa. Amaba estar en aquel sitio. Me sentía en casa.
Era como estar en la biblioteca de mi castillo. Solía estar
ensimismado en lectura ligera, sobre todo con mucha acción y algo de
misterio, cuando me sentía preocupado con ciertos temas.
—¡Dime!—gritó golpeando con sus
puños la mesa.
—¿Qué quieres que te diga?—dije
sin dejar de ojear mi novela. Me fascinaba el detective y ese sabor
de los años veinte. Era interesante conocer una época que no viví,
pues estaba enterrado curando mis heridas tanto físicas como las de
mi alma.
—¡Lestat!—cada vez su voz se
notaba más furibunda.
—¿Qué?—musité— ¡Eh!—me
quejé cuando mi libro salió volando con dirección incierta.
—Dime, ¿por qué?—sus ojos verdes
chispeaban. Algo en él se descontrolaba.
—Porque—respondí con una ligera
sonrisa en mis labios.
—¡Deja de ser condescendiente
conmigo y de burlarte de mí!—gritó aún con un tono enervado.
—Es que no sé cuál es el problema.
¿Ha ocurrido algo que yo no sepa?—dije alzando ligeramente mis
cejas—. Si no me aclaras el motivo por el cual estás así... ¿cómo
voy a saber responderte?
—¡Has estado coqueteando con
Antoine!—gritó—. Creí que habías cambiado... que me querías.
Dijiste que tu corazón era mío.
—Correcto. Mi corazón es tuyo, ¿pero
dije que cada parte de mi cuerpo también lo era?—en ese momento su
rostro pasó de la furia a la decepción, pero nuevamente se volvió
colérico. El libro que había caído en el suelo, cerca de una de
las estanterías, se incendió hasta quedar reducido a cenizas.
—Entonces es todo—respondió
dirigiéndose a la puerta.
—¡Louis! ¡Era una broma!—grité
corriendo tras él.
—Una broma... —murmuró girándose
con el rostro lleno de lágrimas—. He regresado a tu lado y tú te
dedicas a irte con músicos a consolar tu ¿alma? ¿O es tu cuerpo?
Dímelo.
—Debo hacerme cargo de él—respondí
tomándolo de los brazos, aunque intentó zafarse sin éxito—.
Louis...
—¡Lo creaste para sustituirme!—su
voz se quebró y las lágrimas se volvieron más gruesas. Me rompió
el corazón. Odiaba ver como lloraba, pero a veces me regodeaba esa
sensación. Él lloraba por mí. Aún había sentimientos hacia mí.
—No deberías hacerlo llorar—musitó
Amel—. Sufre y yo también sufro. Tú sufres—había aprendido que
era el dolor. Comprendió a la perfección que era eso hacia mucho.
Ahora él podía hablar y expresar ese sentimiento sin dudas.
—Ya sé que sufre—dije
sorprendiendo a Louis. Él me miró con el ceño ligeramente
fruncido, aunque la sorpresa no evitó que siguiera llorando—. Pero
sabes bien que lo hago porque Antoine también ha sufrido. Sólo
quería agradecer que confiara en mí. Yo quería salvarlo... como no
salvé a Nicolas. Quise darle la oportunidad de amar por siempre la
música y una oportunidad magnífica para...
—Para que su arte no se
perdiera—añadió él encontrando las palabras exactas—. Nicolas
sufrió.
—Sí, él sufrió—dije al borde de
las lágrimas. Me aparté de Louis y me abracé a mí mismo—.
Sufrió por mi culpa.
—Y él sufre también por tu
culpa—miré de reojo a Louis y asentí.
—Sí, igual que Nicolas—esbocé una
triste sonrisa y suspiré—. Me regodeo en el sufrimiento de
aquellos que me aman. Vaya príncipe soy...
—Maté a cientos porque sufría y
quise que experimentaran mi sufrimiento. Pero aún así me habéis
aceptado en la tribu y decís que soy vida—explicó—. Tú tienes
que saber canalizar tus sentimientos. Yo también debo hacerlo.
Aprenderemos juntos.
—Hablas con él—susurró con la voz
temblorosa—. Me marcho.
—Louis—susurré intentando
detenerlo—. Espera, por favor.
—No dejes que se vaya. Si se va
sufrirás más. No sabes vivir sin él. No sabes vivir sin amor. Sin
el amor de Louis y el amor de tu madre no sabes vivir. No
sabes—aquello no me sorprendió. Yo lo sabía. Si yo lo sabía él
podía saberlo.
—Deja que hable a solas con él. Por
favor, mantente al margen—dije.
—Sí. Hablaremos después—comentó
en un tono conciliador guardando silencio, aunque lo sentía ahí.
Era como un dedo tocando mi nuca. Algo que se pegaba a mí.
—¡Louis!—grité saliendo al
pasillo, bajando las escaleras y encontrándolo en la planta baja a
punto de marcharse.
—Me marcho. No quiero estar aquí,
tampoco en tu castillo. Quiero estar solo—dijo abrazándose así
mismo.
—No digas tonterías. No sabes vivir
solo—susurré.
—Y tú no sabes amar—sus ojos
estaban melancólicos y más hermosos que nunca. Deseé besar su boca
apasionadamente, pero acabé besándolo con ternura. Mis labios
rozaron los suyos y mi lengua se hundió lentamente.
Él no me rechazó. Parecía distraído
en su dolor. No siguió el beso, pero tampoco me apartó. Acabé
abrazándolo acariciando sus largos cabellos negros, tan ondulados
como sedosos, mientras me decía a mí mismo que no tenía remedio.
Con cierto encanto, y supongo que
usando mi poder sobre él, lo llevé hacia el salón cercano. Allí
entre muebles de otras épocas, tan cómodos como elegantes, nos
sentamos observando los numerosos objetos de coleccionista que Armand
poseía. Aquel lugar había sido su guarida, pero ahora era sede de
muchos recuerdos y un emblema para los nuestros. Gracias a mi poder
mental cerré las pesadas puertas.
Mis manos acariciaron su rostro,
limpiando sus lágrimas, para luego desabotonar su camisa verde
botella. Era verano y sólo llevaba ese atuendo. Pero lo llevaba con
una elegancia inusitada. Cualquier otro no sabría llevar una prenda
como esa, sin embargo él le daba un estilo único. Su piel lechosa
quedó al descubierto, junto a sus pequeños pezones cafés, mientras
respiraba agitado. Decidí bajar mis manos por su vientre, jugando
con mis dedos por el borde de su pantalón, para desabrochar el botón
y bajar la cremallera. Él agachó la cabeza llorando de nuevo. Se
sentía sucio.
—Si piensas que voy a cambiarte por
él estás equivocado—dije con rotundidad—. Lo creé porque
quería que su música me acompañara, pues amo la música. Pero no
amo tanto la música como te amo a ti—susurré metiendo mi diestra
en el bolsillo izquierdo superior de mi chaqueta. Allí había un
pequeño estuche de cuero, de él saqué dos inyectables y sin más
clavé una de las jeringuillas a Louis.
—¿Así solucionarás todo?—preguntó
con sus mejillas sonrojadas—. Con sexo... tan pueril como
siempre...
—¿Esperabas otra cosa de mí?—murmuré
riendo bajo.
Me saqué la chaqueta, así como la
camisa, y arrojé la ropa al suelo. De inmediato dejé que esas
hormonas circularan por mi sangre y me hiciesen sentir la magia del
deseo más salvaje. Su boca se convirtió en mi pozo de los deseos.
Besaba sus labios con demencia y acabé arrojándolo a la alfombra.
Él terminó sin sus impolutos mocasines, sus refinados calcetines
negros y su pantalón perfectamente planchado. Por mi parte me bajé
los pantalones hasta las rodillas, junto a mi ropa interior, y dejé
que mis botas no se movieran ni un ápice.
Mis manos acariciaron sus muslos y
aquel miembro ligeramente erecto, el cual se inclinaba ligeramente
hacia el lado derecho. Sus ojos me miraban con atención y sus manos
se pegaban a mi rostro. Quería atraerme hacia él. Deseaba ser
penetrado con mi violencia habitual. Y sin duda eso hice. Abrí sus
piernas, me introduje en él y empecé a penetrarlo con fuerza y
deseo. Sin embargo, acabé recostado sobre la alfombra, con mi
cabello rubio cubriendo parcialmente mi rostro, mientras él se subía
a mis caderas y llevaba un ritmo rápido. Mis gemidos eran nada
comparados con los suyos. Él temblaba de pies a cabeza como si fuera
un virginal muchachito, pero yo me controlaba como nunca. Amel estaba
ahí, viendo y sintiendo todo, mientras mis manos, que también eran
las suyas, se iban a los pezones de mi viejo amante para pellizcarlos
sin piedad.
En algún momento mi mente se
desconectó, pero no por culpa de Amel. Él no fue. Siempre me
ocurre. Cuando llego a cierto límite mi mente se hunde en el placer
y quedo cegado. En pocos segundos llegué al orgasmo final, sin duda
era ese dulce cosquilleo. Una sensación similar a un latigazo
rompiendo mi columna cruzando todo mi cuerpo. Louis también llegó,
pero un poco antes. Finalmente caímos ambos sobre la alfombra. Él
me abrazó hundiendo su rostro en mi torso y yo me dije a mí mismo
que debía tener más cuidado.
Louis estaba más vulnerable... parecía
que mi nuevo estado de líder le había afectado. De igual modo sabía
que algo en él había cambiado. Las cadenas ya no estaban. Los
únicos grilletes eran los de mis sentimientos mezclados con los
suyos.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario