Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 19 de mayo de 2015

Discusiones

—¿Por qué?—preguntó entrando en la habitación.

Había interrumpido mi lectura. Me hallaba en aquella hermosa biblioteca que poseía Armand. La biblioteca francesa. Amaba estar en aquel sitio. Me sentía en casa. Era como estar en la biblioteca de mi castillo. Solía estar ensimismado en lectura ligera, sobre todo con mucha acción y algo de misterio, cuando me sentía preocupado con ciertos temas.

—¡Dime!—gritó golpeando con sus puños la mesa.

—¿Qué quieres que te diga?—dije sin dejar de ojear mi novela. Me fascinaba el detective y ese sabor de los años veinte. Era interesante conocer una época que no viví, pues estaba enterrado curando mis heridas tanto físicas como las de mi alma.

—¡Lestat!—cada vez su voz se notaba más furibunda.

—¿Qué?—musité— ¡Eh!—me quejé cuando mi libro salió volando con dirección incierta.

—Dime, ¿por qué?—sus ojos verdes chispeaban. Algo en él se descontrolaba.

—Porque—respondí con una ligera sonrisa en mis labios.

—¡Deja de ser condescendiente conmigo y de burlarte de mí!—gritó aún con un tono enervado.

—Es que no sé cuál es el problema. ¿Ha ocurrido algo que yo no sepa?—dije alzando ligeramente mis cejas—. Si no me aclaras el motivo por el cual estás así... ¿cómo voy a saber responderte?

—¡Has estado coqueteando con Antoine!—gritó—. Creí que habías cambiado... que me querías. Dijiste que tu corazón era mío.

—Correcto. Mi corazón es tuyo, ¿pero dije que cada parte de mi cuerpo también lo era?—en ese momento su rostro pasó de la furia a la decepción, pero nuevamente se volvió colérico. El libro que había caído en el suelo, cerca de una de las estanterías, se incendió hasta quedar reducido a cenizas.

—Entonces es todo—respondió dirigiéndose a la puerta.

—¡Louis! ¡Era una broma!—grité corriendo tras él.

—Una broma... —murmuró girándose con el rostro lleno de lágrimas—. He regresado a tu lado y tú te dedicas a irte con músicos a consolar tu ¿alma? ¿O es tu cuerpo? Dímelo.

—Debo hacerme cargo de él—respondí tomándolo de los brazos, aunque intentó zafarse sin éxito—. Louis...

—¡Lo creaste para sustituirme!—su voz se quebró y las lágrimas se volvieron más gruesas. Me rompió el corazón. Odiaba ver como lloraba, pero a veces me regodeaba esa sensación. Él lloraba por mí. Aún había sentimientos hacia mí.

—No deberías hacerlo llorar—musitó Amel—. Sufre y yo también sufro. Tú sufres—había aprendido que era el dolor. Comprendió a la perfección que era eso hacia mucho. Ahora él podía hablar y expresar ese sentimiento sin dudas.

—Ya sé que sufre—dije sorprendiendo a Louis. Él me miró con el ceño ligeramente fruncido, aunque la sorpresa no evitó que siguiera llorando—. Pero sabes bien que lo hago porque Antoine también ha sufrido. Sólo quería agradecer que confiara en mí. Yo quería salvarlo... como no salvé a Nicolas. Quise darle la oportunidad de amar por siempre la música y una oportunidad magnífica para...

—Para que su arte no se perdiera—añadió él encontrando las palabras exactas—. Nicolas sufrió.

—Sí, él sufrió—dije al borde de las lágrimas. Me aparté de Louis y me abracé a mí mismo—. Sufrió por mi culpa.

—Y él sufre también por tu culpa—miré de reojo a Louis y asentí.

—Sí, igual que Nicolas—esbocé una triste sonrisa y suspiré—. Me regodeo en el sufrimiento de aquellos que me aman. Vaya príncipe soy...

—Maté a cientos porque sufría y quise que experimentaran mi sufrimiento. Pero aún así me habéis aceptado en la tribu y decís que soy vida—explicó—. Tú tienes que saber canalizar tus sentimientos. Yo también debo hacerlo. Aprenderemos juntos.

—Hablas con él—susurró con la voz temblorosa—. Me marcho.

—Louis—susurré intentando detenerlo—. Espera, por favor.

—No dejes que se vaya. Si se va sufrirás más. No sabes vivir sin él. No sabes vivir sin amor. Sin el amor de Louis y el amor de tu madre no sabes vivir. No sabes—aquello no me sorprendió. Yo lo sabía. Si yo lo sabía él podía saberlo.

—Deja que hable a solas con él. Por favor, mantente al margen—dije.

—Sí. Hablaremos después—comentó en un tono conciliador guardando silencio, aunque lo sentía ahí. Era como un dedo tocando mi nuca. Algo que se pegaba a mí.

—¡Louis!—grité saliendo al pasillo, bajando las escaleras y encontrándolo en la planta baja a punto de marcharse.

—Me marcho. No quiero estar aquí, tampoco en tu castillo. Quiero estar solo—dijo abrazándose así mismo.

—No digas tonterías. No sabes vivir solo—susurré.

—Y tú no sabes amar—sus ojos estaban melancólicos y más hermosos que nunca. Deseé besar su boca apasionadamente, pero acabé besándolo con ternura. Mis labios rozaron los suyos y mi lengua se hundió lentamente.

Él no me rechazó. Parecía distraído en su dolor. No siguió el beso, pero tampoco me apartó. Acabé abrazándolo acariciando sus largos cabellos negros, tan ondulados como sedosos, mientras me decía a mí mismo que no tenía remedio.

Con cierto encanto, y supongo que usando mi poder sobre él, lo llevé hacia el salón cercano. Allí entre muebles de otras épocas, tan cómodos como elegantes, nos sentamos observando los numerosos objetos de coleccionista que Armand poseía. Aquel lugar había sido su guarida, pero ahora era sede de muchos recuerdos y un emblema para los nuestros. Gracias a mi poder mental cerré las pesadas puertas.

Mis manos acariciaron su rostro, limpiando sus lágrimas, para luego desabotonar su camisa verde botella. Era verano y sólo llevaba ese atuendo. Pero lo llevaba con una elegancia inusitada. Cualquier otro no sabría llevar una prenda como esa, sin embargo él le daba un estilo único. Su piel lechosa quedó al descubierto, junto a sus pequeños pezones cafés, mientras respiraba agitado. Decidí bajar mis manos por su vientre, jugando con mis dedos por el borde de su pantalón, para desabrochar el botón y bajar la cremallera. Él agachó la cabeza llorando de nuevo. Se sentía sucio.

—Si piensas que voy a cambiarte por él estás equivocado—dije con rotundidad—. Lo creé porque quería que su música me acompañara, pues amo la música. Pero no amo tanto la música como te amo a ti—susurré metiendo mi diestra en el bolsillo izquierdo superior de mi chaqueta. Allí había un pequeño estuche de cuero, de él saqué dos inyectables y sin más clavé una de las jeringuillas a Louis.

—¿Así solucionarás todo?—preguntó con sus mejillas sonrojadas—. Con sexo... tan pueril como siempre...

—¿Esperabas otra cosa de mí?—murmuré riendo bajo.

Me saqué la chaqueta, así como la camisa, y arrojé la ropa al suelo. De inmediato dejé que esas hormonas circularan por mi sangre y me hiciesen sentir la magia del deseo más salvaje. Su boca se convirtió en mi pozo de los deseos. Besaba sus labios con demencia y acabé arrojándolo a la alfombra. Él terminó sin sus impolutos mocasines, sus refinados calcetines negros y su pantalón perfectamente planchado. Por mi parte me bajé los pantalones hasta las rodillas, junto a mi ropa interior, y dejé que mis botas no se movieran ni un ápice.

Mis manos acariciaron sus muslos y aquel miembro ligeramente erecto, el cual se inclinaba ligeramente hacia el lado derecho. Sus ojos me miraban con atención y sus manos se pegaban a mi rostro. Quería atraerme hacia él. Deseaba ser penetrado con mi violencia habitual. Y sin duda eso hice. Abrí sus piernas, me introduje en él y empecé a penetrarlo con fuerza y deseo. Sin embargo, acabé recostado sobre la alfombra, con mi cabello rubio cubriendo parcialmente mi rostro, mientras él se subía a mis caderas y llevaba un ritmo rápido. Mis gemidos eran nada comparados con los suyos. Él temblaba de pies a cabeza como si fuera un virginal muchachito, pero yo me controlaba como nunca. Amel estaba ahí, viendo y sintiendo todo, mientras mis manos, que también eran las suyas, se iban a los pezones de mi viejo amante para pellizcarlos sin piedad.

En algún momento mi mente se desconectó, pero no por culpa de Amel. Él no fue. Siempre me ocurre. Cuando llego a cierto límite mi mente se hunde en el placer y quedo cegado. En pocos segundos llegué al orgasmo final, sin duda era ese dulce cosquilleo. Una sensación similar a un latigazo rompiendo mi columna cruzando todo mi cuerpo. Louis también llegó, pero un poco antes. Finalmente caímos ambos sobre la alfombra. Él me abrazó hundiendo su rostro en mi torso y yo me dije a mí mismo que debía tener más cuidado.


Louis estaba más vulnerable... parecía que mi nuevo estado de líder le había afectado. De igual modo sabía que algo en él había cambiado. Las cadenas ya no estaban. Los únicos grilletes eran los de mis sentimientos mezclados con los suyos.

Lestat de Lioncourt  

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