Gregory es para mi un ser extraño y extremadamente interesante. Deseo saber más de él. En las próximas reuniones espero poder hablar con calma con todos, pero en especial con él.
Lestat de Lioncourt
—¿Podemos hablar?—mi voz sonó
áspera y preocupada.
Había estado escuchando esa voz todo
el día. Intenté no prestarle atención, pero algo me pedía que
confesara mis temores y preocupaciones a mi buen amigo Gregory. Él
se encontraba en su despacho, ensimismado con los últimos datos
económicos de su gran imperio farmacéutico. Sus ojos oscuros
mostraban cierta fatiga. No había ingerido sangre en varias noches y
se había excedido con las preocupaciones cotidianas. Era el más
antiguo de todos. Su rostro bondadoso, su sonrisa tímida y elegante
me daban cierta paz.
—Adelante. Toma asiento—dijo
apartando el portátil, para prestarme atención—. Avicus, ¿qué
te preocupa?
—Una voz... —no encontraba las
palabras exactas, por eso me costaba explicarme. ¿Cómo podía
describirla? Era extraño—. Una voz me habló. Pero no creo que sea
la voz de un inmortal. Poco son los que pueden entrar en mi mente
debido a mi longevidad—dije—. Es como si fuesen mis pensamientos,
pero con un tono siniestro. No es mi voz. No es la voz habitual que
escucho cuando reflexiono. Es...
—Es como si viniese de las
profundidades de nuestra ponzoñosa alma—dijo interrumpiendo
Flavius. Estaba en el marco de la puerta, apoyado a ésta con las
manos temblorosas. Sus ojos claros estaban puestos en mí, pero luego
fue a Gregory—. ¡Me ha pedido algo horrible! ¡Quiere que mate a
cientos de jóvenes! ¡Me está gritando!
—Esa voz también la he escuchado yo
durante varias noches—respondió Gregory saliendo de detrás de la
mesa. Dio un par de zancadas y abrazó a Flavius, intentando sosegar
sus miedos. Éste lloraba terribles lágrimas de sangre y temblaba
entre los firmes brazos de nuestro viejo amigo—. Busca algún
pensamiento que te sea agradable... que puedas perderte en ellos.
—Pandora recitando...—balbuceó
cerrando los ojos y permitiendo a su cuerpo relajarse. Pronto dejó
de llorar y comenzó a sonreír.
—Cuando os hable intentad no
escucharle. Centraos en alguna actividad...—nos miró a ambos
apartándose de nosotros, para luego ir arriba, donde estaba Davis,
para advertirle que el mundo ya no era seguro y debía seguir sus
órdenes.
Gregory pudo haber cambiado su nombre,
adaptado su vida a los tiempos modernos, pero jamás dejaría de ser
un militar preocupado por sus hombres. Nosotros éramos su familia,
sus amigos, sus camaradas y no nos dejaría atrás. La bondad de su
alma era similar a la de los santos de otras culturas. Habíamos
permanecido juntos por muchos siglos.
Aquella noche fue la primera de meses
de terror. Tuvimos que llegar al fondo del asunto, contemplar la
verdad que se ocultaba en la Sangre y finalmente levantarnos de
nuestras ruinas. La unión hace la fuerza.
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