Santino y sus verdades. No sé si mentía, pero al menos parece más sincero que Marius.
Lestat de Lioncourt
En mi interior el miedo se convirtió
en fe y la fe se transformó en maldición. Caminé por el mundo
siendo el monstruo perfecto que todos esperaban. La oscuridad y la
sangre alimentaban la fuerza irreductible de mi frío corazón. Sin
embargo, al contemplar sus ojos castaños parte de mi demencia se
evaporó. Supe que tenía que protegerte. Ésta bestia que jamás
supo curar sus cicatrices, esas tan profundas que jamás dejaron de
supurar odio, abandonó parte de sus juramentos por colocar mis
ásperas manos en tu pequeño rostro. Eras un muchacho enjuto, de
piel de leche y labios rosáceos que imploraba perdón y vida.
Te salvé de las llamas. Salvé al
santo que querías ser y lo convertí en mendigo de una secta de
desalmados y desquiciados fanáticos. Intenté que pudieras caminar
sobre las ascuas. Lo hice por amor. Me enamoré de tu alma destruida,
como la mía, y vi en ti el muchacho que una vez fui. Quise darte lo
poco que tenía y me acostumbré a mostrar frialdad. Mi brusca forma
de amar te hirió gravemente, pero aún así supiste perdonarme.
Sabes que para salvar al monstruo que caminaba a tu lado, ese que te
guardaba como un ángel contemplativo, debías perdonarlo como sólo
Dios podía hacerlo.
Quise decirte que te amaba en miles de
ocasiones. Mis labios rozaban tu cuello y mejillas, pero jamás
limpiaban tus lágrimas. Deseaba que tuvieras la fuerza que yo ya no
tenía. Tenía que verte firme y lejos de mí. Te pudría. Era el
veneno que ensuciaba tu corazón. No me sorprendió que te
convirtieras en el ser que ahora eres. Dejé que te fueras. Después
de otras decepciones, profundas y reveladoras, dejé por completo la
fe y me dejé arrastrar por mi lado impío. Abandoné mi cobardía y
acepté el amor que yacía junto al monstruo de mi interior.
Cuando cubrí mis dedos con anillos de
oro, cambié mis túnicas raídas por ropas de seda y terciopelo,
recordé la belleza de los frescos que una vez amaste. Vi la luz en
la oscuridad de mi alma y comprendí que si volvíamos estar frente a
frente besaría tus mejillas, daría gracias por tu perdón y te
estrecharía entre mis brazos hasta sentir que mi cuerpo se fundía
con tu alma.
Fui la bestia que te custodió. Soy el
demonio que alimentó tu dolor. Me convertí en un recuerdo amargo.
Fortalecí tu alma y te di las armas necesarias para los días
oscuros que nos envolvieron a todos. Sigue luchando querubín. Sigue
siendo el guerrero que yo armé. Sin embargo, ahora lucha por
encontrar la felicidad y el amor que ninguno supo explicarte ni
ofrecerte.
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