Flavius logró su pierna, al igual que otros salvaron su vida o su vista gracias a Fareed y la ciencia. Éste es su relato.
Lestat de Lioncourt
La ciencia avanza. Cuando era un niño
la medicina era prácticamente magia. Pocas personas eran capaces de
sobrevivir a unas fiebres. Perdí una pierna en una cacería. Un
jabalí me destrozó el miembro y nada se pudo hacer por él. Los
médicos me salvaron la vida, pero parte de ésta quedó truncada.
Era un hombre fuerte, saludable y no permití que la muerte se
llevase mi coraje.
Actualmente todo es distinto. No puedo
dejar de contemplar mi nueva pierna. Parece como si el sol pudiese
aún darme de lleno, entrando entre las hojas de las parras, mientras
mi amo recitaba algunos poemas y se preguntaba sobre el futuro, el
designio de los dioses y la filosofía más actual. Los pensadores y
poetas se mezclaban en su mente mientras el aire acariciaba mi
rostro, el sudor empapaba mis ropas y me hacía ilusiones con vivir
eternamente a su lado.
Admito que si alguna vez amé fue a ese
hombre. Amé sus silencios, pero también sus palabras llenas de
dilemas. Igual que amé sus cuidados y preocupaciones. El amor se
manifiesta de mil formas distintas. Ahora cuando admiro el prodigio
de la ciencia le recuerdo a él, compadeciéndose terriblemente por
mi destino y sus ojos llenos de lágrimas mientras me abrazaba.
Cuando murió lloré por él, porque mi vida sería distinta. Él me
daba la libertad, pero yo no sabía ser libre. Había aprendido a
vivir en una sociedad distinta, con un comportamiento asumido y una
cama, comida y bebida asegurada.
Ahora soy esclavo de algo más que
cadenas. Pero gracias a la esclavitud, y al destino en sí, conocí a
Pandora y pude tener la suerte de tener una vida plena. Lloro porque
temo perder lo que tenemos, pero también lloro porque he logrado
alcanzar uno de mis grandes sueños. He destruido esa pieza de
artesanía y ahora corro por las calles, bailo en los salones y
observo los dedos moviéndose como si siempre hubiesen estado ahí.
En estos momentos estoy junto a
Gregory, Avicus y el resto de inmortales. Tengo en mis manos un viejo
libro que recopilan poemas de autores clásicos. Ovidio viene a mi
mente como un susurro glorioso, delicioso como las viejas uvas que
saboreaba lentamente, al igual que los campos y el sabor de la carne
cazada con mis propias manos. El murmullo de sus corazones, latiendo
casi al unísono, me tranquiliza y crea un ambiente soporífero. Al
fin la tranquilidad vuelve. La voz se apaga. El mundo resplandece. La
ciencia avanza, la vida continua.
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