Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 23 de mayo de 2015

Juego de cartas

Muchas veces hemos escuchado a Manfred contar su historia a lo largo de estos años... Bueno, parte de ella. Ahora Petronia toma la palabra.

Lestat de Lioncourt

Observaba el juego con atención y lograba ver como él movía sus dedos, largos y algo retorcidos, por la punta de las cartas. No era descarado. Sin embargo, había marcado el ritmo y sabía cuales eran las demás que los otros pobres diablos tenían frente a sí. Un truco viejo, pero efectivo. Aquel hombre, de aspecto enclenque, era hábil. No podía dejar de observarlo. No tenía un rostro atractivo, pero tampoco era un demonio retorcido. Su mirada era bucólica y poseía una boca carnosa. Me pregunté qué era lo que haría para conseguir sus sueños. Quería saber si su alma estaba en venta.

Me senté en la mesa cuando el último imbécil fue desplumado. Los otros también se marcharon, permitiendo así que nos quedáramos a solas. Él y yo. Dos hombres en mitad de un tugurio cerca de un viejo muelle. No era de aquí, pero tampoco sabía de dónde podía ser. Parecía un vagamundo que recorría las ciudades buscando un poco de dinero y optimismo. Sin embargo, era adicto a las tragedias.

—¿Cuál es tu nombre?—pregunté—. No juego con gente cuyo nombre no recuerdo. Si tengo que hacer mofas de tu suerte quiero hacerlo con tu nombre en mis labios—dije tomando la baraja entre mis manos. Se las arrebaté antes que él pudiese decir nada—. Y si no te importa, jugaremos con mi baraja y no con la tuya. Y nada de contar cartas, marcarlas o intentar leerlas en la taza de café que tienes ahí.

—Muy listo—dijo con una sonrisa—. Conoces mis trucos sucios porque tú también los usas.

—No. No los uso—respondí riéndome mientras intentaba ocultar mis colmillos—. Soy un demonio y los demonios conocemos a todos los miembros de nuestra parroquia.

—Comprendo...—murmuró inclinándose hacia delante—. ¿Y no querrías ser mi socio?

—Vaya... no me has dicho tu nombre, pero quieres ser mi socio—dije dejando las cartas a un lado—. El mío es Petronia.

—Una mujer...—dijo echándose a reír—. Con esa voz juraría que eras un hombre, pero ahora puedo ver bien tus rasgos. Una mujer muy...

—Soy un hombre y una mujer, la dualidad perfecta, y te diré una cosa maldito idiota... No te atrevas a coquetear conmigo ni a pensar que te dejaré a ti ser mi jefe—comenté antes de agarrarlo del cuello de la sucia y arrugada camisa negra que llevaba—. Atento, idiota. ¿Quieres venderme tu alma a cambio de una vida cómoda que te de la mujer que sueñas? ¿Quieres vivir despreocupado hasta que tus viejos huesos den con el ataúd?

—¿Qué tengo que hacer?—preguntó intentando zafarse de mis huesudas manos.

—Ser mi peón durante las mañanas... los demonios vivimos en la noche—dije inclinada sobre la mesa, provocando que mis dientes aparecieran aunque sólo él podía verlos. Noté en su rostro una expresión de horror. Se echó hacia atrás y yo lo solté—. Piénsalo...

—Manfred. Llámame Manfred—dijo de inmediato.

—Manfred Blackwood, ¿te parece bien el nuevo nombre que tendrás maldito piojoso?—pregunté levantándome de la mesa.

—Sí, me parece correcto.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt