Muchas veces hemos escuchado a Manfred contar su historia a lo largo de estos años... Bueno, parte de ella. Ahora Petronia toma la palabra.
Lestat de Lioncourt
Observaba el juego con atención y
lograba ver como él movía sus dedos, largos y algo retorcidos, por
la punta de las cartas. No era descarado. Sin embargo, había marcado
el ritmo y sabía cuales eran las demás que los otros pobres diablos
tenían frente a sí. Un truco viejo, pero efectivo. Aquel hombre, de
aspecto enclenque, era hábil. No podía dejar de observarlo. No
tenía un rostro atractivo, pero tampoco era un demonio retorcido. Su
mirada era bucólica y poseía una boca carnosa. Me pregunté qué
era lo que haría para conseguir sus sueños. Quería saber si su
alma estaba en venta.
Me senté en la mesa cuando el último
imbécil fue desplumado. Los otros también se marcharon, permitiendo
así que nos quedáramos a solas. Él y yo. Dos hombres en mitad de
un tugurio cerca de un viejo muelle. No era de aquí, pero tampoco
sabía de dónde podía ser. Parecía un vagamundo que recorría las
ciudades buscando un poco de dinero y optimismo. Sin embargo, era
adicto a las tragedias.
—¿Cuál es tu nombre?—pregunté—.
No juego con gente cuyo nombre no recuerdo. Si tengo que hacer mofas
de tu suerte quiero hacerlo con tu nombre en mis labios—dije
tomando la baraja entre mis manos. Se las arrebaté antes que él
pudiese decir nada—. Y si no te importa, jugaremos con mi baraja y
no con la tuya. Y nada de contar cartas, marcarlas o intentar leerlas
en la taza de café que tienes ahí.
—Muy listo—dijo con una sonrisa—.
Conoces mis trucos sucios porque tú también los usas.
—No. No los uso—respondí riéndome
mientras intentaba ocultar mis colmillos—. Soy un demonio y los
demonios conocemos a todos los miembros de nuestra parroquia.
—Comprendo...—murmuró inclinándose
hacia delante—. ¿Y no querrías ser mi socio?
—Vaya... no me has dicho tu nombre,
pero quieres ser mi socio—dije dejando las cartas a un lado—. El
mío es Petronia.
—Una mujer...—dijo echándose a
reír—. Con esa voz juraría que eras un hombre, pero ahora puedo
ver bien tus rasgos. Una mujer muy...
—Soy un hombre y una mujer, la
dualidad perfecta, y te diré una cosa maldito idiota... No te
atrevas a coquetear conmigo ni a pensar que te dejaré a ti ser mi
jefe—comenté antes de agarrarlo del cuello de la sucia y arrugada
camisa negra que llevaba—. Atento, idiota. ¿Quieres venderme tu
alma a cambio de una vida cómoda que te de la mujer que sueñas?
¿Quieres vivir despreocupado hasta que tus viejos huesos den con el
ataúd?
—¿Qué tengo que hacer?—preguntó
intentando zafarse de mis huesudas manos.
—Ser mi peón durante las mañanas...
los demonios vivimos en la noche—dije inclinada sobre la mesa,
provocando que mis dientes aparecieran aunque sólo él podía
verlos. Noté en su rostro una expresión de horror. Se echó hacia
atrás y yo lo solté—. Piénsalo...
—Manfred. Llámame Manfred—dijo de
inmediato.
—Manfred Blackwood, ¿te parece bien
el nuevo nombre que tendrás maldito piojoso?—pregunté
levantándome de la mesa.
—Sí, me parece correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario