El amor no es sólo importante para los vampiros, sino para todos. Ashlar era un Taltos y lo sabía bien.
Lestat de Lioncourt
Conozco bien la soledad y su estigma.
He observado el mundo durante siglos guardando el dolor en mi alma,
yaciendo cada noche en una cama vacía de calor y recuerdos, mientras
mis ojos se cerraban soñando con una mano amiga, un abrazo sincero y
un beso apasionado. Derramaba lágrimas amargas y dejaba que mi
corazón se quebrara. Mis brazos temblaban mientras murmuraba el
maleficio de mi antigua compañera.
Puedo verla aún ardiendo, gritando y
mirándome. Igual que aún puedo sentir las manchas de sangre en mi
piel, fruto de una terrible disputa, mientras mis hijos yacían a mi
alrededor decapitados y asesinados por sus propios hermanos y amigos.
Todos los que allí murieron los amaba. Todos eran mi familia. Quedé
vacío. Pocos sobrevivieron y los que lograron salvarse abrazaron un
Dios sordo, mudo y nefasto para los nuestros. Era el Dios de los
hombres, pero no de los Taltos. Podía haber creado el mundo, pero
nosotros no éramos sus hijos.
Jamás he entrado en una iglesia con el
corazón lleno de paz. Siempre he tenido miedo. Miedo a los ojos de
Dios, los ojos de sus creyentes y la fiereza del fuego de otras
épocas que provocaban la muerte de los nuestros. Quise encontrar
amor en él, pero tan sólo encontré rechazo. Después,
reflexionando, me di cuenta que no era Dios el monstruo, sino sus
hijos. Los hombres son monstruos si se les educa en el odio. Por eso
intento salvar al mundo del odio, la soledad y la miseria. Busco
calmar el dolor con la belleza del juego, la inocencia y la virtud
que poseen los niños.
Si salvas a los niños salvas al mundo.
Por eso, pese a mi dolor, intento salvar mi alma con la bondad de un
santo, aunque jamás me consideré tal. La religión no me hizo bien,
pues sus dirigentes están equivocados. Yo también lo estuve. Hay
que saber amar como ama un niño. Quizás Dios ama así. Tal vez el
amor es eso: inocencia y sueños.
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