Cuando leo estas declaraciones de amor siento que las mías quedan en nada. Avicus y Zenobia hacen buena pareja, aunque dudo que Mael pudiese pensar lo mismo.
Lestat de Lioncourt
Ella me gusta tal y como es. No me
importa las prendas que vista. Posee una sonrisa que es su mejor joya
y unos ojos que son dos terribles mundos donde me ahogo con cada
pestañeo. Ella es fiel a sí misma y a sus sentimientos en cualquier
momento. Sus silencios son tan poderosos como sus palabras. Cuando me
sonríe mi corazón palpita, dejo todo lo que estoy haciendo y la
rodeo con mis brazos sintiendo su cuerpo contra el mío. Se ha
convertido en una flor fragante que posee perfume propio y belleza
iconoclasta.
He visto su rostro cada amanecer
durante más de un milenio. Mis manos han acariciado sus redondas
mejillas, palpado sus labios de pétalos de flor y revuelto su
cabello con la punta de mis dedos. Es como una muñeca eterna, pero
con el cuerpo de una mujer. Pequeña y hermosa. Mi amor y admiración
durará por siempre como ambos.
Su cuerpo desnudo perlado de gotas de
agua muestra sus imperfecciones que la hacen única. Sus pequeños
pechos le dan una silueta de mujer a su rostro aniñado. Puede
seducirme sin decir una sola palabra y desarmarme con una única
frase. Su voz es tímida y surge de un cuerpo diminuto, pero lo hace
con una firmeza que no he visto siquiera en guerreros desafiantes.
Ella evoca a los ángeles y la belleza del lienzo de miles de
pintores. Cualquier artista la tendría como musa. Creo que sería
capaz de provocar que un escritor hablase de la poesía de sus
gestos.
Cuando tomo asiento a su lado noto que
el mundo es menos trágico. Me reconforta el olor de sus cabellos y
los tímidos besos que me ofrece cuando nadie nos ve. Amo entrelazar
mis enormes manos con las suyas y recitar versos perdidos, prohibidos
en otras épocas, que sonrojan sus mejillas y hacen brillar sus
enormes ojos oscuros.
Así es Zenobia.
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