Armand y Antoine de nuevo juntos y revueltos. A veces creo que Nicolas hubiese sido buen compañero de no tener la lengua tan puntiaguda.
Lestat de Lioncourt
Me creía solo. Estaba caminando por
las estancias con la mirada puesta en la nada. No me concentraba en
los detalles. Sin embargo, pude escuchar su corazón aproximándose
hasta el edificio. Caminaba a pasos cortos, pero decididos. Había
regresado solo. Benji y Sybelle estarían aún en alguno de los
espectáculos a los cuales solían acudir. A veces me marchaba con
ellos, pero prefería quedarme a solas con mis pensamientos, miedos y
recuerdos.
Decidí salir a su encuentro. Fui al
salón principal de la primera planta, me senté en el cómodo sofá
de cuero rojo y crucé mis piernas, recosté ligeramente mi espalda y
dejé que mis cabellos cayeran sutilmente sobre mi flequillo. Miré
con sutil indiferencia su llegada.
Él entró con las manos entre sus
largos dedos, jugando con ellas, y tan sólo llevaba la camisa
ligeramente abierta, el chaleco sin abrochar y unos pantalones
elegantes de color negro que yo le había comprado. Se había
descalzado y llevaba aquel par de mocasines, lustrosos y elegantes,
en su mano izquierda. Sus enormes ojos azules se fijaron en mí y me
sonrió de inmediato.
—Armand, creí que saldrías—dijo
acercándose a mí—. Esperé que terminaras acompañándonos, pero
me cansé de estar allí viendo el ballet sin ti.
—Sabes que me gusta estar
solo—respondí de inmediato.
—Mientes muy mal—se echó a reír
tan abierto, como si me conociese de siempre. Realmente odiaba estar
solo, pero creía que me convenía. Necesitaba un momento de silencio
en el cual hundir mi mente y ahogar mis recuerdos, pero éstos se
alzaban como iceberg en cada instante.
—¿Y qué crees que me
gusta?—pregunté con soberbia—. No sabes nada de mí.
Tomó asiento a mi lado, apoyando su
cabeza en mi hombro. Yo tan sólo llevaba una camiseta blanca y unos
jeans. Estaba descalzo, con el cabello suelto y los ojos vidriosos.
Ocasionalmente decidía vestir como cualquier adolescente e imaginar
qué hubiese sido de mí en un mundo como éste. Un mundo distinto.
Un mundo lleno de oportunidades. Habría tenido quizás el valor de
ser como Benji, mucho más libre y resuelto, o simplemente me hubiese
dedicado a ser aún peor que Lestat. Lo desconocía. Sin embargo,
intentaba comprenderme y entender los sentimientos que me imprimían
los nuevos tiempos, los cambios en mi vida y la verdad que yacía a
mis pies.
Sus cabellos negros rozaban mi mejilla.
Podía oler su champú. Sus manos soltaron los zapatos y las llaves,
arrojando el par al suelo y el llavero dejándolo en el sofá perdido
entre los cojines, mientras sus ojos se cerraban. Pronto noté sus
manos aferrando las mías, entrelazándolas y uniéndolas en un
apretón sincero.
—Sé que quieres amar. Conozco esa
mirada.
No dije nada. Sólo me abstuve a darle
la razón. Suspiré pesadamente y eché la cabeza hacia atrás.
Quería llorar, pero no lo hice. No estaba triste, sino feliz. Quería
llorar porque le amaba y estaba empezando a aceptar que por primera
vez, tras tantos siglos, estaba empezando a comprender ese
sentimiento.
Pasaron largos minutos. Creo que más
de un cuarto de hora. Él seguía acariciando mi mano, apretándola
con sus dedos y permitiendo que su calor me tranquilizara. Por
inercia me solté, subí sobre sus piernas y acaricié su rostro con
la punta de mis uñas. Eran uñas inmortales, las cuales podían ser
peor que garras, pero sólo rozaban suavemente su rostro con cuidado.
Él tenía los ojos bien abiertos. No estaba sorprendido ni aterrado.
Nunca me mostró miedo. Su corazón latía acelerado y, por primera
vez, fui yo quien dio el primer paso: le besé.
Sus labios se abrieron y los míos
decidieron acapararlos. Mi lengua rozó la suya, mis manos se
aferraron al cuello de su camisa y él me rodeó como si fuese su
salvador. Permanecimos así varios minutos. Primero fue un beso
largo, pero llegaron otros más cortos y medidos. Cuando me aparté
me perdí en aquellos dos enormes cielos, tan profundos como océanos,
mientras sonreía pacientemente aceptando ese momento como algo
íntimo e indescriptible.
—Si te digo que te amo, ¿sonará
extraño?
—Sonará perfecto—respondió—.
Igual que mi violín cuando toca para ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario