Marius y Landen enfrentados hace años parecen haber hecho un pacto de no agresión... ¿durará?
Lestat de Lioncourt
—Deberías aprender a cerrar la
boca—fue lo último que me dijo durante aquella semana.
Pandora había regresado con más
fuerza y pasión que antes. Era más libre. Se había liberado de una
pesada carga y comenzaba a ser nuevamente la mujer que siempre había
sido. Tras el llanto y el duelo se había fortalecido, como la gran
mayoría de nosotros. Decidió permanecer al lado de Arjun, cosa que
no puedo reprochar pese al dolor que me hace sentir.
Sus ojos cafés parecían brillar con
una majestuosidad propia de una diosa. Sus manos, elegantes y firmes,
acariciaban con cariño el libro que llevaba entre sus brazos. Aquel
tomo era un pesado y raro ejemplar que pocas veces había sacado de
mi biblioteca. Ella me lo había pedido. Eran libros de poemas muy
antiguos que yo mismo había recopilado. Sabía que se dirigía hacia
la habitación de ese maldito príncipe hindú. Ambos leerían el
libro intentando comprender cada poema y admirar la belleza de los
dibujos que yo había realizado con pan de oro y diversas técnicas
medievales.
Benjamín empezaba a sonar en la radio.
No necesitaba un aparato para escucharlo. La entrevista se estaba
realizando en la parte inferior de la vivienda. Allí se estaban
esmerándose con cada intervención. Querían presentarse todos,
hacerles comprender a los jóvenes que se puede sobrevivir con mis
reglas y buscar la fuerza de Amel, quien tanto mal y bien nos hizo,
en el interior de cada cual.
—Tiene carácter—comentó Landen—.
Inteligencia, belleza y carácter. Pobre de ti—murmuró riendo bajo
mientras acariciaba el globo terráqueo que estaba sobre un pequeño
atril de madera.
—Me pregunto porque estás aquí si
no me soportas—dije sin siquiera apartar la vista de mis
documentos.
—Fácil—murmuró acercándose a
mí—. Al enemigo hay que observarlo con meticulosidad antes de...
—¿De qué?—pregunté girándome de
inmediato. Estaba a mis espaldas, ligeramente inclinado y sus
cabellos negros rozaban mi túnica. Intentaba leer lo que yo estaba
redactando—. ¡Deja de hacer eso!
—¿Qué hice? No ha hecho nada—dijo
con una sonrisa.
Landen tenía una boca apetecible.
Realmente no era feo, pero me gustaba decir que sí lo era. Feo y
sucio, como todos los locos y desgraciados de la secta de Santino.
Sin embargo, él parecía pacífico y buscaba respuestas. Me había
estado preguntando durante horas como daba color a mis lienzos, del
mismo modo que otra noche intentó aprender algo más sobre el
glorioso Imperio Romano. Él amaba Roma del mismo modo que yo la
había amado. Eso era lo único que nos unía.
—¡Vete!—grité—. Me impacientas.
—Tú nunca has tenido paciencia. No
digas mentiras—susurró meneando la cabeza.
Puso sus manos sobre mis hombros y
apretó con sus dedos. Cerró los ojos. Dio un largo suspiro y sonrió
como lo haría un ángel. Aquel rostro delgado de facciones extrañas,
aunque atractivas, me perturbaba. Dejé mis papeles a un lado, me
giré del todo levantándome del asiento y lo tomé del rostro. Él
abrió entonces los ojos y su boca sorprendido. Entonces, como si no
me importara nuestro pasado de disputas, lo besé. Mi lengua se
hundió en su boca y sus manos se aferraron a mi túnica. Cuando me
aparté él quedó de pie, con los ojos ligeramente cerrados y un
sutil rubor. Después apretó los dientes y me abofeteó, para huir
de la habitación.
—¡No me vuelvas a besar maldito
bastardo! ¡Si tan sucio soy no me toques! ¡Bastardo!—bramó
saliendo de la habitación.
—Vaya... yo diría que beso
bien—solté con una carcajada.
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