Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 30 de mayo de 2015

Lecturas

Marius y Landen enfrentados hace años parecen haber hecho un pacto de no agresión... ¿durará?

Lestat de Lioncourt


—Deberías aprender a cerrar la boca—fue lo último que me dijo durante aquella semana.

Pandora había regresado con más fuerza y pasión que antes. Era más libre. Se había liberado de una pesada carga y comenzaba a ser nuevamente la mujer que siempre había sido. Tras el llanto y el duelo se había fortalecido, como la gran mayoría de nosotros. Decidió permanecer al lado de Arjun, cosa que no puedo reprochar pese al dolor que me hace sentir.

Sus ojos cafés parecían brillar con una majestuosidad propia de una diosa. Sus manos, elegantes y firmes, acariciaban con cariño el libro que llevaba entre sus brazos. Aquel tomo era un pesado y raro ejemplar que pocas veces había sacado de mi biblioteca. Ella me lo había pedido. Eran libros de poemas muy antiguos que yo mismo había recopilado. Sabía que se dirigía hacia la habitación de ese maldito príncipe hindú. Ambos leerían el libro intentando comprender cada poema y admirar la belleza de los dibujos que yo había realizado con pan de oro y diversas técnicas medievales.

Benjamín empezaba a sonar en la radio. No necesitaba un aparato para escucharlo. La entrevista se estaba realizando en la parte inferior de la vivienda. Allí se estaban esmerándose con cada intervención. Querían presentarse todos, hacerles comprender a los jóvenes que se puede sobrevivir con mis reglas y buscar la fuerza de Amel, quien tanto mal y bien nos hizo, en el interior de cada cual.

—Tiene carácter—comentó Landen—. Inteligencia, belleza y carácter. Pobre de ti—murmuró riendo bajo mientras acariciaba el globo terráqueo que estaba sobre un pequeño atril de madera.

—Me pregunto porque estás aquí si no me soportas—dije sin siquiera apartar la vista de mis documentos.

—Fácil—murmuró acercándose a mí—. Al enemigo hay que observarlo con meticulosidad antes de...

—¿De qué?—pregunté girándome de inmediato. Estaba a mis espaldas, ligeramente inclinado y sus cabellos negros rozaban mi túnica. Intentaba leer lo que yo estaba redactando—. ¡Deja de hacer eso!

—¿Qué hice? No ha hecho nada—dijo con una sonrisa.

Landen tenía una boca apetecible. Realmente no era feo, pero me gustaba decir que sí lo era. Feo y sucio, como todos los locos y desgraciados de la secta de Santino. Sin embargo, él parecía pacífico y buscaba respuestas. Me había estado preguntando durante horas como daba color a mis lienzos, del mismo modo que otra noche intentó aprender algo más sobre el glorioso Imperio Romano. Él amaba Roma del mismo modo que yo la había amado. Eso era lo único que nos unía.

—¡Vete!—grité—. Me impacientas.

—Tú nunca has tenido paciencia. No digas mentiras—susurró meneando la cabeza.

Puso sus manos sobre mis hombros y apretó con sus dedos. Cerró los ojos. Dio un largo suspiro y sonrió como lo haría un ángel. Aquel rostro delgado de facciones extrañas, aunque atractivas, me perturbaba. Dejé mis papeles a un lado, me giré del todo levantándome del asiento y lo tomé del rostro. Él abrió entonces los ojos y su boca sorprendido. Entonces, como si no me importara nuestro pasado de disputas, lo besé. Mi lengua se hundió en su boca y sus manos se aferraron a mi túnica. Cuando me aparté él quedó de pie, con los ojos ligeramente cerrados y un sutil rubor. Después apretó los dientes y me abofeteó, para huir de la habitación.

—¡No me vuelvas a besar maldito bastardo! ¡Si tan sucio soy no me toques! ¡Bastardo!—bramó saliendo de la habitación.


—Vaya... yo diría que beso bien—solté con una carcajada.  

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Lestat de Lioncourt