Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 28 de junio de 2015

Deseos y milagros

La silenciosa capilla del castillo parecía más acogedora que noches atrás. Las pequeñas velas cercanas al altar, las cuales llevaba días sin encender, iluminaban la simple, pero hermosa, imagen de Jesús crucificado. Su rostro era de paz absoluta, las pequeñas gotas de sangre estaban magistralmente pintadas sobre la talla y las manos, ensangrentadas y torturadas, parecían desear desenclavarse para tomar mi rostro. Me sobrecogía aquella imagen aún hoy día, cuando ya no sentía miedo por Dios o el Diablo. No había veneración en mi alma, pero sí esperanza. Deseaba creer en la bondad de su discurso y en la bondad que había visto en muchos mortales, espíritus, compañeros de viaje y diversos seres que había encontrado en mi precipitado camino por la inmortalidad.

Él estaba allí. Vestía su hermosa levita de terciopelo negro y estaba reclinado hacia delante. Sus codos se apoyaban en el respaldo del banco que se hallaba frente a él, su espalda estaba encogida como sus hombros, y sus cabellos caían ligeramente sobre su frente. Tenía el pelo largo y ondulado, tan negro como el azabache, y resaltaba su piel blanca, como el mármol más exquisito.

Me aproximé a él y pude contemplar su soberbia vestimenta. Llevaba unos pantalones de vestir oscuros, una camisa blanca y una corbata verde como sus encantadoras esmeraldas. Decidí tomar asiento a su lado acomodando el encaje de mi camisa de chorreras, cruzando mis piernas enfundadas en un cómodo pantalón de cuero y dejé que mis botas, algo robustas, rozaran ligeramente la banca en la cual se apoyaba.

—¿Orando?—pregunté—. ¿Qué milagro estás pidiendo?

—Si tuviese que pedir un milagro, Lestat, posiblemente pediría sensatez para ti...—dijo con una sonrisa socarrona.

—Preferiría que pidieras otro—susurré apoyando mi cabeza en su hombro. Mis rubios cabellos rozaron su chaqueta, mezclándose con los suyos, mientras aspiraba la paz de aquel lugar. Olía a cera, a Louis y también a mi hogar. Estaba en Auvernia donde todo había comenzado, pero donde todo estaba volviendo a iniciarse nuevamente con una fuerza extraordinaria.

—¿Cuál?—interrogó incorporándose.

—Un beso mío—dije muy próximo a su mejilla—. Uno de esos besos llenos de sensualidad que tanto rubor te provocan.

—Oh, sí... —respondió girándose hacia mí—. Sólo que ese milagro sería muy complaciente para ti, pero ¿y para mí?—me tomó del rostro y me miró a los ojos. Me perdí en aquel bosque verde lleno de esperanza y sentimientos encontrados. Podía leer su rabia por los años de silencio, por derrotas y pérdidas, pero también un amor insondable y una pasión exacerbada.

—No seas cínico—respondí antes de robarle un beso, pero de inmediato me apartó—. Louis...

—Lo siento, Lestat. Si te doy todo lo que deseas siempre, ¿qué tendré para conseguir mis caprichos?—dijo acomodándose la chaqueta.

Me quedé allí observando como se marchaba hacia los jardines. Me quedé apoyado en el banco mirando a Jesús clavado en la cruz, las velas iluminándolo todo y las sombras sinuosas que se creaban en el fresco que Marius había pintado para mí. Los ángeles me miraban con sus hermosos rostros tan similares a los de Armand o Benjamín.


—Ah... bastardo... —chisté.

Lestat de Lioncourt  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt