Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 27 de junio de 2015

Padre, hijo y espíritu santo.

—¿Alguna vez pensaste que llegarías tan lejos?—preguntó sobresaltándome.

Estaba allí de pie con sus ojos claros fijos en mí. Tenía un aspecto muy atractivo y real. Parecía un ser humano. Cualquier humano pensaría que estaba ante un ser vivo, aunque no sabía como calificar todavía ese tipo de organismos. Era un ser espectral, un fantasma, pero poseía una apariencia común, casi vulgar, y reproducía los gestos que una vez poseyó. Su piel parecía real, su respiración pausada era idéntica a la de cualquier ser vivo, y no era capaz de calificar a ese tipo de seres como muertos, pues la vida en sí está en nuestras almas, o al menos es lo que dilucido cuando medito sobre Amel y el resto de espíritus que nos rodean.

—No—respondí con sinceridad—. ¿Y tú?

—Oh, muchacho... ¡Me siento tan orgulloso!—dijo acercándose a mí.

Podía escuchar sus mocasines italianos, tan reales como mis botas, aproximándose hasta mí. Llevaba un traje negro impoluto, una camisa azul que resaltaba sus ojos y una corbata negra, de seda, muy elegante. Tenía unos gemelos de oro blanco muy llamativos, pues poseían la inicial de su nombre. Magnus era un fantasma y no uno común. Podía realizar cualquier acción humana salvo alimentarse o saciar su sed, pues no tenía cuerpo que sustentar.

—¿Puedo sentarme?—preguntó indicando la silla que estaba a mi lado—. Por favor, quiero hablar contigo.

Me habían contado que fue un gran alquimista. Era un ser deforme, con ambición y carisma, que siempre había actuado de forma bondadosa y leal. Sin embargo, robó la sangre de Benedict, un vampiro joven y torpe, para ser lo que siempre quiso ser: Inmortal. Magnus era astuto y yo lo sabía bien. Siempre sospeché que no estaba del todo loco. Él tenía una misión y la cumplió, para después desaparecer porque así eran en aquellos tiempos. Dejó un sucesor en el mundo, al cual le concedió secretos y bienes, para marcharse sintiéndose en paz con el ciclo de la inmortalidad.

—Claro, adelante—dije acomodándome en mi asiento. Llevaba mi habitual chaqueta roja, la cual abrí dejando ver mi camisa de chorreras, y unos pantalones de cuero muy similares a los que podrían llevar estrellas del rock como Bon Jovi, Jagger o Alice Cooper—. Yo también quiero hablar. Deseo saber...

—¿Por qué te elegí?—preguntó como si me leyera la mente, aunque estaba seguro que era imposible. Yo tenía mi mente cerrada a cal y canto, pero era una pregunta muy probable. Después de todo se fue sin resolverme muchas de mis dudas.

—Sí, exacto—respondí.

—Tenías ganas de vivir. Unas ganas inmensas. Poseías una fuerza que no había visto en los otros muchachos. También tienes una belleza envidiable que arrastra a todos a amarte. Lestat, ¿te has mirado al espejo? ¡Qué tontería! He leído tus memorias y sigo tus aventuras. Estás tan enamorado de ti mismo que nosotros de ti. Claro que te has visto al espejo y has observado tus hermosas facciones. Cualquiera se enamoraría de ti y sentiría deseos de tenerte a su lado—explicó mientras Amel reía bajo, como un murmullo. Parecía divertirle que me halagaran del mismo modo que él lo había hecho.

«Te ama. Yo también te amo. Todos te aman, ¿no es divertido? El amor es divertido y se siente bien. Se siente muy bien.»

—Sí, Amel. El amor te hace sentir reconfortado, pero a veces no te quita la soledad—Magnus se asombró que hablara con Amel mientras él dialogaba conmigo, pero no dijo nada—. ¿Entonces me amabas?

—Sí, me enamoré de ti. Fue un amor intenso que aún poseo. Cuando escucho sobre ti, cuando leo tus libros y puedo apreciar las proezas que hacer. ¡Oh, Lestat! Mi matalobos... ¿cómo no amarte? Tienes una fuerza y un carisma que no he visto en otros—negó sacudiendo ligeramente la cabeza y luego sonrió—. Te creé porque sabía que harías grandes cosas, que podrías desarmar a Armand y que comprendiera que era un idiota. Todos esos eran idiotas, pero tú no. Tú habías nacido en una época convulsa, de cambios, y no te conformabas con nada. Todavía no te conformas. Mírate, eres el príncipe de los vampiros y no te conformas. No te conformas con lo vivido ni lo que te resta por vivir. Quieres más. Esa ambición, ese poder, ese ingenio y ese talento para el bien y el mal. Lestat, eres una amalgama de bondades y desdichas. Tú, hijo mío, eres el perfecto vampiro con tus imperfecciones—se incorporó y me tomó del rostro.

Sus manos eran cálidas y pude sentirlas reales, igual de real que noté sus labios cuando rozaron los míos. Al apartarse sonrió de nuevo. Creo que debía irse, tenía que marcharse, porque la reunión hacía horas que había acabado y todos estaban dirigiéndose a sus respectivos hogares. Él, como no, tenía que descansar antes de perder su energía y dejar tras de sí tan sólo la ropa y sus preciados complementos.

—Nos vemos, padre—susurré.

—Pórtate mal, Lestat. Si te portas bien no serás tú mismo...—dijo antes de apartarse para irse, haciendo sonar sus zapatos por el suelo de mármol y cerrando la puerta tras de sí.

«Está loco. Me gusta» susurró Amel.


—A mí también, amigo. A mí tambien.


Lestat de Lioncourt

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt