Tú y yo tenemos un problema Louis y se llama orgullo. Eso lo sé. Aunque siempre terminamos doblegándonos.
Lestat de Lioncourt
—Deberías salir y conversar con
él—dijo apartando el libro que estaba leyendo—. Louis...
—¿Yo soy quien tiene que dar su
brazo a torcer? ¿Yo?—pregunté frunciendo el ceño. Mis cejas
oscuras prácticamente se juntaron, las ligeras arrugas dieron a mi
rostro algo de vida y mis ojos se llenaron de recuerdos que a duras
penas lograba dominar—. No deseo doblegarme con tanta facilidad.
—El orgullo...—suspiró.
Su rostro no era el de un niño, pero
tampoco el de un hombre. Ante mí tenía a un ángel con los labios
carnosos, el cabello pelirrojo perfectamente cepillado y los ojos
cafés cálidos que me observaban con curiosidad. Era hermoso, pero
ni siquiera su belleza podía evitar que contuviese cierta maldad, la
misma que yo poseía y que todos teníamos germinando en nuestra alma
junto a nuestros dones. Si bien, tenía razón. Me dejaba arrastrar
por mi orgullo.
Ese orgullo me estaba matando. Podía
sentirlo cerca. Escuchaba su corazón y, en ocasiones, incluso podía
oler la fragancia que siempre utilizaba. Me sentía arrinconado
contra la espada y la pared. Regresar a él sería tolerar sus
andanzas, sus meses sin saber noticias suyas, sus mentiras y la
hipocresía de su sonrisa a la hora de decirme que me había
necesitado. No me necesitaba. Él estaba bien en su extraña soledad,
pues es experto de tener siempre imbéciles que corean su nombre.
—Te recuerdo que el orgullo mató
todo lo que había entre Marius y yo—aquella frase me sorprendió.
No había hablado jamás con él sobre
esas cuestiones. Para mí era habitual escuchar sus discusiones
telefónicas, así como verlos en persona dialogando durante horas
intentando llegar a un acuerdo. La última vez había sido una
explosión, un caos terrible, y Marius se había marchado vociferando
que con él era imposible de llegar a un término aceptable. ¿Qué
era lo aceptable? No lo sabía. Jamás lo sabré. Nunca me he
propuesto desenmarañar todo ese entuerto de palabras llenas de un
pasado que ellos únicamente podían comprender.
Dejé el libro a un lado y decidí
salir de la habitación. La noche era agradable y él no estaba
lejos, pero ya había dado media vuelta a sus pasos. Se marchaba de
la ciudad. Él se marchaba de mi vida otra vez. Mi orgullo nos estaba
dividiendo, pero también el suyo. Tenía que ocurrir una tragedia
para que él y yo nos encontráramos de nuevo. Una tragedia como
siempre. Un hecho doloroso, algo que nos impactara de lleno y nos
tuviésemos que hablar como no deseábamos hacer.
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