Louis tiene esperanzas, pero no es el único. Yo también tengo mis esperanzas puestas en este futuro, este nuevo amanecer donde todos somos uno. Hacía mucho tiempo que deseaba que todos nos uniéramos, pero no era capaz. Tenía miedo. El miedo nos puede convertir en cobardes.
Lestat de Lioncourt
Hay esperanza. Pensé que no encontrará
jamás refugio a mi alma en éste sórdido mundo. Vi el paraíso
cargado de rosas de sangre, siendo nosotros la semilla de un mal que
asechaba en las ciudades peor que una plaga, y sentí que jamás
redimiría mis pecados. Sin embargo, todavía no sé si hay un Dios
que pueda perdonarme o condenarme. Durante décadas me sentí símbolo
del Diablo y creí estar condenado al infierno en vida, pero estaba
equivocado. Me creí muerto, pero sólo resucité mi alma en un
cuerpo mejorado.
La esperanza la había perdido, pero él
la ha regresado. Ha sido como ver descender un ángel de los cielos,
notar la pureza del amor de Dios y sentirnos bendecidos. Puedo ver al
fin una luz similar en el mundo. Igual que la luz amable que entra de
las vidrieras de las viejas iglesias europeas. Es como una comunión
sagrada en medio de una eterna noche apocalíptica.
Decenas de corazones se unieron a los
nuestros, al mío propio, mientras escuchábamos su voz en las ondas
de una radio que se ha convertido en un lugar sagrado, místico y
único. Nos arremolinamos todos alrededor de los aparatos más
modernos, del mismo modo que los insectos a la luz, sintiendo que
morimos y vivimos a la vez. Estábamos conectados y no lo sabíamos,
éramos seres vivos y nos creíamos muertos, aceptamos unas normas
sin siquiera tener claras la condena y ahora, huérfanos del miedo y
el caos, nos sentimos más libres para ser nosotros mismos y al fin,
tras mucho tiempo, ser felices.
Desconozco si esta paz es la que alguna
vez mi hermano Paul tuvo cuando se arrodillaba frente a su pequeño
cristo, con las manos juntas y los ojos fijos en aquella hermosa
escultura. Sus labios se movían con fe y sus ojos hablaban de
fiebre, verdad y miedo. Tenía miedo a la muerte, pero aún más a
los demonios que ocasionalmente lo visitaban. Me pregunto si eran
demonios como yo o ánimas perdidas. Lo desconozco. Pero ahora creo
que él no estaba loco, ni enfermo, sino que quizás realmente había
contactado con un hecho más grande que nuestro pequeño intelecto.
Mi fe es fuerte, pero no es una fe
sagrada y centrada en la figura de un mesías. Aunque, ¿podríamos
considerar mesías a Lestat? Tal vez. Aunque creo improbable que
alguien pueda alegar que él es el mesías de los vampiros, pese a
que su sangre es sagrada y es fuente de una fuerza inconmensurable.
Si escribo estas líneas, perdidas en
un océano de miedos y pecados, es porque comienzo a llegar a la
orilla. Ya no sufro por la muerte de Claudia, aunque es un recuerdo
recurrente y doloroso. Sólo sufro porque condené mi amor, mis
recuerdos y la verdad. Ahora, libre de toda carga, quiero recuperar
lo que nunca fui. Deseo vivir con un peso menor en mi corazón. No
hay miedo, no hay culpa, no hay odio, no hay dolor y sólo puedo
decir que en medio de la paz, esta paz que parece ser frágil, puedo
encontrar al verdadero hombre que jamás llegué a ser.
Debo empezar a pedir perdón y a
reconocer mis aciertos, como mis desafortunados tropiezos, del mismo
modo que el amor que le profeso pese a todo a ese idiota que ahora es
dueño de la esperanza, el futuro y el poder.
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