David y TALAMASCA son dos cosas que van de la mano, dos conceptos. Conocí a David Talbot en su sede en Londres, ¿cómo olvidarlo? Él tampoco olvida.
Lestat de Lioncourt
Las pesadillas que sufren algunos no
son más que pequeñas piezas de mi vida. Puedo afirmar que
desconozco que es el silencio y la soledad. Mi vida ha sido un
enjambre de vivencias que se han ido acumulando en cada rincón de mi
alma. No importa la puerta que abra, pues siempre encontraré un
nuevo misterio. Debo despejar demasiadas incógnitas y convertirme
frente a todos en el hombre sabio, sosegado y discreto que espera con
paciencia encontrarse con la verdad.
He regresado a los viejos pasillos que
fueron mi hogar, pero también prisión de muchos sueños y
esperanzas. Observo las viejas vidrieras y las estanterías de las
numerosas bibliotecas. He pasado frente a mi antiguo despacho y me ha
tentado el resplandeciente pomo, el cual me invitaba a tocarlo una
vez más y poder contemplar los recuerdos que allí dejé abandonados
sobre el elegante escritorio de madera noble.
Ahora sé la historia que tan
celosamente fue guardada, como si fuese un terrible huracán que en
otros tiempos pudo destrozar todo lo construido. Talamasca ya no es
un misterio para mí. Sin embargo, siento la misma atracción y
cariño que hace décadas. He regresado muchas veces, de incognito y
con el corazón en la mano, para contemplar por las viejas ventanas a
mis compañeros y a los numerosos novicios que en ocasiones no llegan
a ser miembros.
Hace algunas décadas, no demasiadas,
yo recorría cada trozo de éste mundo, aislado del resto de la
sociedad y con unas normas estrictas, cargado de preguntas que no
tenían respuesta. Algunas siguen sin tener respuesta. Es imposible
responder a una vida de misterios con tan sólo unos años
inmortales. Sin embargo, ya no me duelen los huesos, no siento el
cansancio engarrotar mis brazos y tampoco me compadezco de mi
juventud perdida. Ahora soy joven y eterno. Tengo un cuerpo distinto,
un rostro que jamás será el mío, pero mi alma ha sabido moldear
cada milímetro de éste increíble joven que hace años debió morir
por una sobredosis.
Estoy aquí. Me encuentro frente a la
basílica de todo buscador de tesoros. Pero no somos simples
buscadores de tesoros de gran valor económico, sino también
malditos. Tan malditos como nosotros. Tan alejados de los ojos de los
humanos como nosotros. Pues, jamás me consideré un humano
convencional. Siempre seré el sacerdote del candomblé, el hombre
que recorrió la jungla con tan sólo un rifle y unas cuantas
provisiones, el monstruo que se sentaba tras un despacho a la espera
de nuevas informaciones y el pobre diablo que terminó aceptando un
trato amable con otro mucho más irresponsable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario