Michael y Rowan se aman, eso lo sabemos todos. Sin embargo, siempre hay pequeñas conversaciones que dejan claras las palabras, las promesas, las verdades...
Lestat de Lioncourt
—¿Crees que nuestro amor es
fuerte?—preguntó mirándome con aquellos enormes ojos grises.
Tuve que guardar silencio por algunos
minutos. El murmullo del viento, soplando suave entre las ramas, era
lo único que se podía escuchar. La ventana estaba abierta, las
cortinas color crema se movían como si fuera uno de los espectros
que recorrían todavía nuestra vivienda, y la luz de la luna incidía
sobre el rostro de mi mujer. Tenía un cuerpo delicado, pero poseía
un rostro anguloso. Sus labios carnosos se encontraban entreabiertos,
como si quisiera seguir hablando. Era hermosa y la amaba. Siempre la
había amado. Descubrí que no podía vivir sin ella desde que supe
que me salvó la vida. Cuando la contemplé tras la mirilla de mi
vivienda en San Francisco. Supe que ella sería importante para mí,
mucho más de lo que era en esos momentos, y no querría apartarme
jamás de su lado.
—Sí—dije girándome bien hacia
ella, rodeándola con mis brazos anchos y fuertes, mientras la atraía
contra mi torso.
Bajo las sábanas de blanco algodón,
tan suaves y frescas, estaban nuestros cuerpos desnudos. Aún olía a
sexo y palabras clandestinas. Podía notar su piel sedosa bajo mis
dedos ásperos y como su figura, delicada y fina, propagaban un aroma
especial a placer, sudor y perfume francés.
—¿Por qué?—su voz sonó más
ronca, como si temiese una respuesta inapropiada.
—Porque no sabría vivir sin ti. No
soy capaz de imaginar un mundo en el que tú no estés. Podría
vivir, por supuesto, pero esa vida no merecería la pena. Se
convertiría en un paraíso en blanco y negro—expliqué apartando
un mechón de su cabello. Ahora lo llevaba algo más largo y eso me
agradaba, pero no era yo quien debía decidir sobre su peinado. Nunca
he decidido nada que ella quisiera. Jamás he tenido voz o voto sobre
sus decisiones. Siempre me he mantenido al margen esperando que
pidiese mi ayuda, sosteniendo su mano y apoyando sus decisiones por
equivocadas que me parecieran—. Tú me has dado la vida, pues antes
de conocerte sólo quería encontrarme con la muerte. No importa que
estuviésemos destinados por un ente cruel y egoísta.
Ella se giró dándome la espalda. Me
sentí torpe porque pensé que no me había sabido explicar. Sin
embargo, pronto pude notar como buscaba mi mano, deseando que la
rodeara, mientras pegaba su espalda a mi torso. Deseaba sentirse
protegida.
—Tú para mí eres muy
importante—dijo en un susurro suave, aunque su voz era áspera y
siempre tuvo un toque masculino. Era firme en cada palabra y sabía
que era porque sus sentimientos eran importantes—. Tú eres todo lo
que tengo en estos momentos. El hospital es importante, pero no me
hace lo suficientemente feliz. Tú logras que me sienta protegida, me
has soportado demasiadas cosas y a veces pienso que te cansarás.
—No me cansaré porque cuando uno ama
de verdad jamás siente el cansancio—dije besando sus hombros—.
Tú siempre serás mi vida.
Recordé nuestra primera vez. Éramos
dos desconocidos que necesitaban comprenderse, un respiro de la vida
que nos asfixiaba, y nos aislamos de nuestros problemas, del dolor y
la miseria, para hundirnos en unas aguas más misteriosas que el mar
donde nos encontramos. Besé sus labios y me sentí perdido. Ella
permitió que la desnudara lentamente, aunque no pude sentir su piel
bajo las yemas de mis dedos. Llevaba guantes, pues mis poderes
estaban demasiado desarrollados y yo no sabía controlarlos. Si la
tocaba sin ellos podía atravesar su piel, su carne, sus huesos y
finalmente su alma. Sin embargo, no necesité mis poderes para
tocarla y sentirme anclado a ella. Me enamoré. Dejé que mi vida se
convirtiera en un suspiro lejos de ella. Mi corazón comenzó a latir
aceleradamente cuando pensaba en ella.
Rowan me necesitaba, pero era una
necesidad más allá de la soledad reinante que había tenido toda su
vida. Se convirtió en una mujer decidida mucho antes que nosotros
pudiésemos confrontarnos. Era una mujer llena de belleza y poder,
con una inteligencia extraordinaria, y permitió que yo fuera su
bálsamo. Me convertí en su columna. Tendí mis manos hacia ella y
esperé que las tomara. Comenzó a amarme y jamás ha dejado de
hacerlo. Veo en ella pequeños gestos que no han cambiado, aunque el
miedo permanece y a veces, en sus pesadillas, la angustia parece
doblegarla.
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