Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 17 de junio de 2015

Nuestro futuro

—Siempre te ha gustado lamentarte—dije sujetando con desdén su libro. Aquellas memorias que tanto habían dado que hablar, despertando la curiosidad por nuestro mundo y por nuestra relación. La verdad jugaba con la mentira y danzaban con un ritmo vertiginoso de acontecimientos que se sucedían sin dar respiración al lector, el cual se inmiscuía en la oscuridad y apreciaba tan sólo una silueta del Don Oscuro.

Recuerdo bien el primer ejemplar que tuve entre mis manos. Estaba destrozado, no tenía tapas y se encontraba unido por una gomilla. Creo que jamás había visto un libro tan deteriorado por el uso y la humedad. Había anotaciones en los lados, citas destacadas con rotulador y lápices de colores, y algún esbozo de como debían ser nuestros colmillos. Todavía puedo oler aquellas páginas manoseadas y, al alzar la vista, contemplar a los que fueron mis compañeros. No sé que fue de ellos. Esos muchachos, ese grupo de descerebrados que buscaban con ansias el triunfo y un líder, quedaron atrás en medio de una vorágine de horror y fuego.

Louis había convertido nuestra vivencia en un símbolo. Conocía bien la fascinación de los mortales por los vampiros, pues había visto miles de películas con numerosos títulos que hacían mofa o simplificaba nuestro deseo de sangre. Vampiros patéticos que brillaban al sol era la última moda, pero también lo eran guerreros indeseables que masacraban a otros u horribles mutaciones que trituraban a criaturas de diversa índole. El mundo de los vampiros había quedado a la luz, pero muchos seguían creyendo que era sólo literatura barata. Escuchaban la radio del joven, mordaz y despierto Benjamín como si fuera una pequeña obra de teatro en medio de un mundo moderno y descerebrado.

—Y a ti regodearte ante mi dolor—replicó bajando los párpados.

Si volviera a nacer cometería los mismos errores, pues esos errores me habían llevado hasta él. Era el compañero perfecto. Louis era mi némesis. Mis pasos por éste mundo me habían hecho tropezar muchas veces y en multitud de ocasiones había dado a parar ante su figura enigmática, erótica y problemática. Siempre me acarreaba dudas y terribles tristezas, pero también momentos de felicidad y heroicidad. Me convertí en su héroe y villano. Era el amor y el odio, el rencor y el bálsamo de sus heridas más profundas. Le di una oportunidad única y él, en un principio, no supo aprovecharla. Siempre se creyó maldito, proscrito para los ojos de Dios y los suyos propios, pero había cambiado. Vi el cambio nada más levantarse de la última reunión en la cual tuve que librar mi propia batalla.

«Lo amas. Hermoso, lo amas. Yo también lo amo.» Podía escuchar la voz de Amel susurrar en mi mente aquello que sabía bien, muy bien. Había amado a Louis desde el primer momento. Fue un amor a primera vista que se convirtió en mi pecado, mi maldición, mi veneno y la liberación de todos mis demonios.

—¿Cuál dolor, Louis? Te di todo lo que tenía—respondí cerrando el libro, para luego lanzárselo. Él lo tomó entre sus manos y miró la elegante portada.

Era negra, con letras doradas muy estilosas y elegantes. Una de esas ediciones de lujo que los mortales tanto amaban. Muchos se afanaban en tener numerosos ejemplares sólo por coleccionismo. Era su edición. Él había adquirido aquel ejemplar por nostalgia quizás. Yo tenía un par de ellos. Poseía uno en cada biblioteca de mi castillo.

—No me diste lo más importante...—susurró sin titubeos, pero sí sin fuelle. Tal vez estaba cansado. Quizás se estaba cansando de nuestras terribles y cotidianas peleas. Discutir era nuestra forma de amarnos y odiarnos.

—¿La verdad?—dije con una pequeña risilla. Amel también se echó a reír. Ambos sabíamos cual era la verdad—. Bien sabes que sólo oculté aquellos conocimientos por nuestro propio bien.

—No. No hablaba de eso—dejó el libro en la estantería y se aproximó a mí, dejando su rostro muy cerca del mío. Pedía a gritos que lo besara, pero me negué. No iba a rendirme tan fácil.

—¿Entonces?—dije alzando mis finas cejas doradas.

—Tus sentimientos—respondió colocando su mano derecha sobre mi corazón—. Lestat, jamás me demostraste todo lo que te importaba.

Estaba a punto de estallar en grandes risotadas. Louis mentía. Siempre fue un cínico. Sin embargo, amo ese lado tan terrible y caprichoso. Creo que le encanta escuchar mil veces que lo amo, que me muero por escuchar sus estúpidos quebrantos y dejarme llevar por los impulsos que me hace sentir. Pero no, no iba a rendirme a sus pies.

—Claro, claro... La culpa siempre es mía, pero tú jamás supiste ver los detalles—despejé su rostro con cuidado, apartando los mechones ondulados de su oscuro cabello—. Ah, Louis...

—¿Qué detalles?—frunció el ceño retirando su mano.

—Claudia, Louis—el sólo pronunciar su nombre provocaba que sus ojos cambiaran, al igual que su semblante—. Creé a Claudia para que fuese nuestro triunfo, nuestra unión, un símbolo que nos importara más que discutir y poner en peligro lo poco que teníamos.

—Claudia...—balbuceó.

—¡Por el amor de Dios, Louis!—exclamé tomándolo de los hombros—. Entiendo que jamás cerrarás esa herida, pero...

—¿Pero?—preguntó.

—Debes mirar al futuro—al fin me rendí. Al decir aquellas palabras lo abracé. Estreché su fino cuerpo contra el mío, ligeramente más robusto y duro, para sentir como su corazón latía como un murmullo lejano. Él era mío. Yo era suyo. Podíamos alejarnos, pero siempre volvíamos al punto de partida.

—Nuestro futuro, ¿no es así? Por eso estoy aquí—confesó con honestidad.


Sí, nuestro futuro. El futuro de la tribu. El futuro de todos. El futuro suyo y mío. El futuro que se alzaba como un gigantesco muro que había que escalar para al fin ver el laberinto de emociones, sensaciones y pensamientos que debíamos afrontar. El mundo estaba cambiando. Nosotros ya no estábamos malditos. Él sabía que jamás fue juzgado por dios alguno y yo no había sido perseguido por el terrible demonio. Mis aventuras proseguirían, pero ahora todo era distinto. La concepción del mundo, tal y como la habíamos tenido siempre, era distinta. La oscuridad era una bendición y no una traición. El Don realmente era un regalo maravilloso y no una condena.


Lestat de Lioncourt   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt