Con mi madre no hay nada que hacer. Ella es así. Cuidado David...
Lestat de Lioncourt
Apareció súbitamente frente a mí. Su
esbelta figura parecía salir de una de esas películas de armas,
explosiones, seducción y terribles maldiciones. Me sentí inmerso en
una vorágine de sensaciones y, de forma insensata, quise tocarla
para saber si era real. Sin embargo, permanecí en alerta. Me percaté
que su cabello estaba revuelto, tenía algunas ramas adheridas a él,
y su ropa estaba ligeramente mal colocada. Llevaba prendas típicas
de una exploradora. Su casaca gris estaba sucia, pero más sucias
estaban sus botas militares.
—Buenas noches—dije abrochando mi
gemelo derecho.
Vestía un impecable traje hecho a
medida. Lestat había decidido que debía regalarme un par de ellos.
Quería agradecerme mi confianza en él, la fe ciega que siempre
mantenía hacia su honor y su orgullo, aunque realmente no hacía
falta. Si bien, acepté el regalo porque los buenos trajes eran mi
debilidad. Aquel traje oscuro, de blanca camisa de algodón y sin
corbata a juego era un lujo agradable. Podía sentir como se adaptaba
a mi cuerpo y rozaba ligeramente mi piel tostada. La suave fragancia
que me había regalado Jesse, días atrás, se había adaptado bien a
mi ropa y me hacía parecer un hombre de negocios inmiscuido en
asuntos importantes, aunque sólo seguía siendo un vampiro joven y
lleno de curiosidad.
—Tenga cuidado, Talbot, pues la
curiosidad mató al gato—susurró con una mueca burlona en sus
labios.
—Oh, ¿pero la curiosidad no nos hace
crecer y aprender?—pregunté ofreciéndole un ligero guiño.
—Depende si es hacia mí o hacia
otros asuntos. Si es hacia mí puede quedarse sin ojo, se lo
recuerdo—comentó al quedar a mi altura.
Era bajita comparada con mi estatura,
aunque no estaba nada mal su tamaño para ser una mujer y haber
nacido, crecido y vivido en una época en la cual las mujeres no se
desarrollaban tanto y la vida era tan dura. Eran tiempos difíciles y
ella subo encajar cada año con soberbia. No tenía ni una cana.
Poseía una gracia natural y una fuerza indómita que mostraba sin
reparos. Era inquietante y muy atractiva. Siempre la admiré en la
distancia y la amé gracias a su hijo. Amo y admiro a las mujeres
cuya fuerza las hace ser libres. Aprecio esas características en una
mujer, al igual que en los hombres, y por eso Pandora o Maharet son
para mí iconos de fuerza, belleza e inteligencia. También lo estaba
empezando a ser Fareed, Gregory y por supuesto otros inmortales.
—¿Me dejaría tuerto?—susurré
inclinándome hacia ella, para girarme suavemente mientras observaba
su espalda estrecha y su cintura ajustada. Tenía curvas, hermosas
caderas y pisaba con fuerza masculina.
—Y sin lengua—respondió girándome
para encararme—. No le quepa la menor duda.
—Muchos desean conocerla—dije
girándome por completo.
Ella se había detenido y me
enfrentaba. Cruzó sus brazos mientras reía bajo negando suavemente
con la cabeza. Parecía que le había contado una broma, pero sólo
era una risa irónica ante mis estúpidas palabras.
—Si crees que vas a tener una
confesión mía, mis propias memorias o asistir al absurdo programita
de ese mocoso amigo de Armand, estás muy equivocado. ¿Por qué no
te ahorras el tiempo y buscas a tu pelirroja? Estoy segura que
correrá a tus fuertes brazos, aspirará tu agradable perfume y te
dirá que te necesita—me miró de arriba hacia abajo, luego
entrecerró los ojos, dio un ligero suspiro y se giró negando
ligeramente la cabeza—. Sin duda alguna tenías que ser amigo de mi
hijo... Aún así... gracias—acabó diciendo mientras se marchaba.
El sonido de sus botas pisando las
losas de aquel gigantesco jardín, tan lleno de vida como de
recovecos, me recordó a Lestat. Eran muy similares. Sin duda Marius
no se equivocaba al decir que Lestat había tomado parte de la fuerza
de su madre, pero él jamás desvelaría todos los misterios que ella
contenía y nosotros, sus compañeros y amigos, tampoco. Me pregunté
si Servaine había logrado romper esa coraza y contemplar el corazón
que había tras los inaccesibles muros que ella imponía, pero sabía
que eso sería como pedir un milagro. Jamás me desvelaría nada de
Gabrielle, pues su lealtad era muy similar a la que yo tenía hacia
Lestat y viceversa.
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