Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 1 de junio de 2015

Príncipe y libre

Ella estaba frente a mí con los brazos cruzados y los ojos fijos en cada uno de mis movimientos. Sentí cierto nerviosismo, pero decidí calmarme. Conocía cada mueca de mi rostro y era la única de saber mi estado de ánimo a pesar de todo. Se aproximó a mí tras unos largos e incómodos minutos. Detuvo mis pasos y apartó varios mechones de mi rostro. Yo sonreí ligeramente, pero de inmediato obtuve un sonoro bofetón de su parte.

—¡Gabrielle!—dije su nombre con sorpresa.

—No sé de qué te sorprendes. Sigo siendo tu madre y puedo abofetearte si lo creo oportuno—contestó.

—No deberías hacer algo así—apreté los puños con rabia, me aparté de ella y me recosté en mi sillón favorito.

La estancia era cálida y acogedora. Los insectos se podían escuchar a través de las altas ventanas. La chimenea estaba apagada, pero en invierno era sumamente agradable encenderla. El sillón estaba cerca de la chimenea, sobre una alfombra persa que había adquirido para aquel pequeño rincón. Los libros nos rodeaban, así como hermosos bustos de mármol que Marius me había obsequiado, y candelabros dorados con sus velas intactas. Era una pequeña biblioteca alejada de las demás estancias, la cual usaba ocasionalmente para despejarme y alejarme de todos los visitantes de mi nuevo hogar emplazado donde siempre estuvieron mis raíces: el castillo de mi padre.

—¿Qué me harás?—dijo mirándome a los ojos con coraje.

Tenía una expresión dura, sus ojos azules brillaban en su pequeño rostro y su aspecto era el de una muchacha. Me tuvo joven. Aún era una flor joven recién cortada cuando tuvo que parirnos, y asumir que algunos de nosotros no sobrevivimos a los habituales partos.

—Madre...

—Desapareces como si no te importáramos—contestó—. Ahora no puedes jugar de ese modo.

—¡Sólo fue un par de noches!—aseguré mientras ella se acercaba a mí, se apoyaba en los brazos del sillón y me miraba directamente a los ojos—. Tú desapareces de mi vida siempre, ¿por qué te alteras conmigo de ese modo?

—Yo soy yo. No tengo responsabilidad alguna—expresó con rudeza—. Tú sí la tienes—dijo incorporándose para señalar la puerta—. Ahí fuera hay cientos de seres que te necesitan y un hijo que casi no conoces. Lestat, por favor, se sensato por una vez.

—Me pides algo imposible—dije cruzándome de brazos.

—No te lo pido, te lo impongo—respondió intentando permanecer serena—. No vuelvas a desaparecer.

Su esbelta figura envuelta en aquella camisa blanca de hombre, esos pantalones caquis de explorador de selvas tropicales y su trenza mal hecha le ofrecían una imagen salvaje, atractiva y única. Mi madre siempre sería salvaje y libre, pero yo estaba empezando a sentir la condena de ser el Príncipe de todos. Se marchó dando un ligero portazo, para hacerme saber que estaba disgustada conmigo.

—Tu madre nos limita—dijo Amel carcajeándose en mi cabeza—. Ah, amado mío... tiene algo de razón, ¿no crees?

—No empieces tú también—chisté.

—Tenemos cosas que hacer, Lestat. No podemos desaparecer, aunque reconozco que fue divertido—se echó a reír nuevamente y yo no dudé en hacer lo mismo.


Ya no me sentía solo. Él me alentaba a disfrutar de mis poderes y a ser consciente de muchos secretos. Era el príncipe de los vampiros, el soberano de todos ellos, pero lo que más me gustaba era el amor que sentía por todos y ese amor también lo sentía Amel.


Lestat de Lioncourt   

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt