Julien tenía una forma de amar algo ¿cruda? No. Cruda no es. Más bien es caprichoso. Sin embargo, lo amaba. Este escrito se salvó de la quema que hizo su hija en el jardín.
Lestat de Lioncourt
Me había servido un vaso de whisky y
lo saboreaba mientras él lloraba frente a mí. Mis celos a veces
eran insufribles. Reconozco que con el paso de los años había
agriado mi carácter en ese sentido. No era capaz de aceptar que un
joven como él quisiera estar con alguien que jugaba con el fin de
sus días. Poco a poco sentía que mi fuerza se perdía y que mi
legado podía convertirse en una maldición, del mismo modo que lo
fue para mí. Pagaba mis miserias con él mientras intentaba calmarme
con aquella copa, la cual dejé a un lado negándome a tomar aquello.
Nunca me había gustado el alcohol, pero Lasher parecía disfrutarlo
demasiado.
—Deja de llorar—dije sentándome
tras la mesa de mi despacho.
—No me dejes...—murmuró entre
sollozos.
—Se te está corriendo el
maquillaje—contesté con dureza, pero terminé quebrándome como
una rama seca.
Me incorporé retirando la silla,
impulsándome y dirigiéndome hacia donde se encontraba él. Me
arrodillé tomando sus manos, las cuales temblaban nerviosas
intentando colocar bien su escueta falda, mientras que él ni
siquiera se atrevía a mirarme.
—Te estás convirtiendo en un fruto
demasiado suculento para otros—susurré intentando sonreír, pero
sus lágrimas me provocaban una angustia insufrible—. No es tu
culpa. No voy a dejarte—dije llevando mis manos a su rostro.
Él se movió de la silla arrojándose
a mis brazos. Quedamos ambos en el suelo abrazados. No me importó
que manchara de maquillaje mi traje de lino blanco, tampoco me
importó quedar allí aferrado a él.
—Soy tuyo—dijo con la voz tomada—.
Tuyo... —repitió mientras mis manos se movían rápidas colándose
bajo su falda.
Para otro habría sido aberrante que yo
decidiera ser su pareja únicamente si se vestía de mujer, más aún
si rechazaba a coquetear y tener otros amantes. Él era el bálsamo
de mis heridas y quizás lo único bueno que aún podía retener.
—Todo mío—susurré mirándolo a
los ojos.
Atrapé su boca con lujuria y lo
recosté en el suelo. Mis pantalones se bajaron mientras él abría
sus piernas con cierto pudor. Jamás había visto a alguien tener
tanto pudor a la hora del sexo. Pese a los meses que había pasado
conmigo, así como con mis juegos sucios y perversos, no había
cambiado demasiado. Su boca era muy apetecible, pese a que su carmín
se había convertido en un borrón de color rojo pálido, y sus
piernas eran acogedoras. Tenía los muslos tersos y llenos como los
de una mujer. Esos mismos muslos me apretaban contra él mientras
movía mis dedos en su interior. Sus gemidos eran similares a los de
una chiquilla y sus gestos demasiado atractivos.
—Te amo Julien.
Sus palabras siempre habían
reconfortado al demonio que era. Las mismas que yo me negaba a
ofrecerle por miedo. Sin embargo, él sabía que yo lo amaba por
encima de demasiadas cosas.
—Julien...—jadeó deteniendo mi
mano derecha con su zurda, para luego tomar mi miembro con su
diestra. Su espalda se arqueó ligeramente y sus labios temblaron por
los jadeos.
Entré en él con rabia y deseo. Mis
manos se colocaron sobre el escote de su vestido y sin pudor, o
remilgos, lo destrocé para poder mordisquear sus pezones. Mis
estocadas eran directas y bruscas, y él gemía complacido por
sentirme tan desesperado por marcarlo como mío. Cada movimiento era
rozar el paraíso, cada gemido era escuchar el canto de los ángeles
y cada beso era saborear al fin la verdad más dulce.
Tras algunos minutos llegué a
complacerlo. Él llegó instantes antes, quedando sofocado y exhausto
bajo mi cuerpo que aún se movía, y cuando me derramé en su
interior gimió nuevamente dejando que sus ojos se cerraran. Tenía
un rostro hermoso pese a verse deslucido por el maquillaje que ya se
había caído, emborronado y convertido en una caricatura horrible de
lo que una vez llegó a ser.
—Sabes que te quiero—dije saliendo
de él para subirme los pantalones—. Te amo y te soy fiel a mi
modo.
—Sí—murmuró.
—No te quiero ver con otro. Mataré
al que te toque.
Aquellas frases no le parecieron
terribles, sino comprensibles. Era un hombre bien conocido por los
hechos violentos que acontecían a mi alrededor. Sabía que no
permitiría que nadie me arrebatase su amor. Ni siquiera me lo
permitiría a mí mismo con mi falta de escrúpulos. Recuerdo
aquellos días como terribles y oscuros. Sabía que él quería
demostrarme su independencia buscando a otro. Richard podía leer en
mis ojos que lo sabía y que aquello me convertía en un monstruo.
Sin embargo, mis regalos, mi afecto, mis palabras tiernas y mi amor
por él permanecieron. Rápidamente arrojé al olvido ese desliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario