Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

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lunes, 1 de junio de 2015

Príncipe y libre

Ella estaba frente a mí con los brazos cruzados y los ojos fijos en cada uno de mis movimientos. Sentí cierto nerviosismo, pero decidí calmarme. Conocía cada mueca de mi rostro y era la única de saber mi estado de ánimo a pesar de todo. Se aproximó a mí tras unos largos e incómodos minutos. Detuvo mis pasos y apartó varios mechones de mi rostro. Yo sonreí ligeramente, pero de inmediato obtuve un sonoro bofetón de su parte.

—¡Gabrielle!—dije su nombre con sorpresa.

—No sé de qué te sorprendes. Sigo siendo tu madre y puedo abofetearte si lo creo oportuno—contestó.

—No deberías hacer algo así—apreté los puños con rabia, me aparté de ella y me recosté en mi sillón favorito.

La estancia era cálida y acogedora. Los insectos se podían escuchar a través de las altas ventanas. La chimenea estaba apagada, pero en invierno era sumamente agradable encenderla. El sillón estaba cerca de la chimenea, sobre una alfombra persa que había adquirido para aquel pequeño rincón. Los libros nos rodeaban, así como hermosos bustos de mármol que Marius me había obsequiado, y candelabros dorados con sus velas intactas. Era una pequeña biblioteca alejada de las demás estancias, la cual usaba ocasionalmente para despejarme y alejarme de todos los visitantes de mi nuevo hogar emplazado donde siempre estuvieron mis raíces: el castillo de mi padre.

—¿Qué me harás?—dijo mirándome a los ojos con coraje.

Tenía una expresión dura, sus ojos azules brillaban en su pequeño rostro y su aspecto era el de una muchacha. Me tuvo joven. Aún era una flor joven recién cortada cuando tuvo que parirnos, y asumir que algunos de nosotros no sobrevivimos a los habituales partos.

—Madre...

—Desapareces como si no te importáramos—contestó—. Ahora no puedes jugar de ese modo.

—¡Sólo fue un par de noches!—aseguré mientras ella se acercaba a mí, se apoyaba en los brazos del sillón y me miraba directamente a los ojos—. Tú desapareces de mi vida siempre, ¿por qué te alteras conmigo de ese modo?

—Yo soy yo. No tengo responsabilidad alguna—expresó con rudeza—. Tú sí la tienes—dijo incorporándose para señalar la puerta—. Ahí fuera hay cientos de seres que te necesitan y un hijo que casi no conoces. Lestat, por favor, se sensato por una vez.

—Me pides algo imposible—dije cruzándome de brazos.

—No te lo pido, te lo impongo—respondió intentando permanecer serena—. No vuelvas a desaparecer.

Su esbelta figura envuelta en aquella camisa blanca de hombre, esos pantalones caquis de explorador de selvas tropicales y su trenza mal hecha le ofrecían una imagen salvaje, atractiva y única. Mi madre siempre sería salvaje y libre, pero yo estaba empezando a sentir la condena de ser el Príncipe de todos. Se marchó dando un ligero portazo, para hacerme saber que estaba disgustada conmigo.

—Tu madre nos limita—dijo Amel carcajeándose en mi cabeza—. Ah, amado mío... tiene algo de razón, ¿no crees?

—No empieces tú también—chisté.

—Tenemos cosas que hacer, Lestat. No podemos desaparecer, aunque reconozco que fue divertido—se echó a reír nuevamente y yo no dudé en hacer lo mismo.


Ya no me sentía solo. Él me alentaba a disfrutar de mis poderes y a ser consciente de muchos secretos. Era el príncipe de los vampiros, el soberano de todos ellos, pero lo que más me gustaba era el amor que sentía por todos y ese amor también lo sentía Amel.


Lestat de Lioncourt   

miércoles, 27 de mayo de 2015

Príncipe Lestat

A veces desconocemos nuestra verdadera fuerza. Nos dejamos arrastrar por el pesimismo hasta llegar a un bucle de desesperanza. Nos convertimos en socios del desaliento y nos adentramos en la oscuridad más miserable. Quizás es necesario que pasemos por esa fase para levantarnos, sacudir nuestras penas y luchar hasta conseguir la victoria. Puede que así sea.

En muchas ocasiones me he visto al borde de un terrible precipicio. Los dilemas siempre me han rodeado y las decisiones tienen que ser rápidas, pero a veces no son las mejores. No siempre acertamos, ¿verdad? Nadie puede conocer a ciencia cierta como nos irá en la vida. Y la vida de un vampiro, de un ser inmortal como lo soy yo, es demasiado extensa. No se puede librar la batalla eternamente contra los fantasmas del pasado. En algún momento, aunque no sepamos bien cuando, hay que dejar que se marchen y procurarnos un futuro más brillante.

Cuando era un joven mortal cuyos mayores momentos placer era yacer con mujeres del pueblo, beber hasta bien entrada la madrugada, robar caricias indecentes a pobre diablo llamado Nicolas y adentrarme en el bosque a cazar para alimentarme, así como para labrarme cierta reputación en mi familia, tuve momentos muy reveladores. Pasé por distintas etapas en las cuales descubrí la fuerza de mi tenacidad, mi capacidad de superar mis miedos y mayores desgracias, para darme aliento hasta superar cualquier cosa. Sin embargo, la vida son retos constantes y momentos inoportunos que te pueden hundir tu meteórica carrera.

Tuve que aceptar el ser convertido a la fuerza, pero ya no odio al ser que me creó. De hecho creo que estoy bastante agradecido por su elección. Él me dio una oportunidad increíble. Ahora que he vuelto a comunicarme con él, aunque sólo sea con su espíritu, me siento aliviado e incluso emocionado.

Después de la gran aventura que he vivido. De poder escuchar a los espíritus y al Germen Sagrado, el cual llevo en mi interior como si fuese una reliquia, puedo decir que no me siento condenado. He vivido años desgraciados cubiertos de un sin sabor, de una amargura y unas experiencias poco placenteras. Creí que ya lo sabía todo y comprendía el mundo que me rodeaba. Había alcanzado, según yo, todos los límites establecidos. Sin embargo, me equivocaba. No hay límites salvo aquellos que nosotros mismos nos imponemos.

Hay que aprender a convivir con otros igual que convivimos con nuestras desgracias, victorias y sensaciones. Debemos dejarnos llevar por la vida, pero no permitirle que ella dicte nuestros pasos. El destino lo fabricamos con nuestras manos y pisadas. Nosotros somos algo más que un peón sobre el tablero, pues incluso el más débil, en apariencia, de todos puede ser nombrado rey y liberar a todos de la oscuridad que recaía sobre sus hombros. Existe la libertad, pero tiene un precio caro. Del mismo modo que existe la felicidad, aunque cuesta encontrar el camino.


He llegado a ésta maravillosa conclusión dialogando con Amel. Hemos estado conversando durante días. Disfrutamos de pequeñas charlas que quedan suspendidas en el aire cuando deseo desenvolverme por las abarrotadas ciudades, sentir la presencia de alguno de mis viejos compañeros o beber hasta saciarme de una de mis víctimas. Me comporto como el muchacho que fui. Poseo aún la curiosidad y la rebeldía de un joven que trota entre los montes cercanos a su frío hogar. He echado raíces y son más profundas de lo que pensaba. Creo que al fin puedo considerarme sabio, aunque no soy un coloso. Todavía queda mucho que desvelar y aprender. Me queda mucho por vivir.  

Lestat de Lioncourt 

viernes, 30 de enero de 2015

Quiero

Al fin un poema de Arjun y, por supuesto, para Pandora.

Lestat de Lioncourt



Quiero bañar tu cuerpo con la tinta de mil poemas,
los mismos que fueron escribiéndose en tu alma
y que se convirtieron en sábanas de nuestra cama.
Por favor, bésame para que en mis sueños nada tema.

Eres la mujer que me arrebató el aliento.
Eres la Diosa que me conquistó por completo.
Eres lo único que vive en mis pensamientos.
Eres en mis sueños el mejor de los secretos.

Quiero bailar contigo como si fuéramos luciérnagas
en un paraíso perdido lejos de todo lo conocido...
Allí donde mis torpes dedos se vuelvan ávidos
y terminen enredándose en tu cintura como nagas.

Por ti lo daría todo, incluso mi libertad.
Por ti y tu felicidad, daría mis escasas fantasías.
Por ti cedí mi trono, incluso mi verdad.
Por ti y tu felicidad, siempre te esperaría.



*Nagas: Dioses inferiores hindúes en forma de serpiente.  

sábado, 23 de agosto de 2014

Mi odio es para ti príncipe

Ya sabía que me odiaba, pero no tanto. Uno busca amor el día de su cumpleaños, pero termina llevándose una bofetada como recuerdo. Al menos, la carta de Mona era agradable. 

Lestat de Lioncourt 


Aún recuerdo el peso de su cuerpo en mis brazos y el horrible martillear de su voz pidiendo auxilio. Para mí aún esa noche sucede, una y otra vez, y todo es distinto. He logrado cambiar los sucesos, volver al pasado y provocar que la vida que llevábamos no se rompiera. Sin embargo, nada cambia. Todo sigue igual. Esa noche ha sucedido igual que tantas otras que se han ido acumulando. Han pasado décadas, incluso más de cien años. No obstante, el pantano con su aroma, sus sonidos y esas figuras macabras que eran sus árboles de tronco hinchado sigue ahí. Él sigue ahí. Ella me observa en calma tensa. Mis lágrimas confirman que me duele, pero no he vuelto a decir nada al respecto.

Durante mucho tiempo fue mi pecado capital, el peso que hundía mis hombros, y mi gran culpa. Pero ese mucho tiempo a penas fueron unos meses y todo parecía producto de mi imaginación. Sin embargo, ocurrió. El peor de los actos, el más descabellado y ruin se cometió. Ella se alzó contra él como la propia noche, lo cubrió con sus pequeños brazos y lo arrojó al infierno. Ni siquiera era capaz de mirar su cuerpo, pero ella disfrutaba envolviéndolo en la alfombra. Lamentarme hubiese sido poco conveniente, así que sólo obedecí a mi amor por ella. ¿Y qué había de mi amor por él? Siempre he jurado públicamente que lo detestaba, que me hacía sentir culpable a cada paso y que nunca fue mi amor. Era falso. Lo niego tajante ahora. Pero, si tengo que ser sincero, el tiempo ha terminado haciendo veraces mis palabras.

Ella lo era todo para mí. Cuando digo todo es todo. Se convirtió en mi único deseo para vivir. Siempre quise ser padre y él hizo esos deseos realidad. Creó una pequeña para mí, nuestra damita, y caí rendido a sus pies. Me convertí en su marioneta y sirviente, en su escolta personal, y también en el hombre más ciego del mundo. Ella, con sus tirabuzones dorados y su cara de ángel, me inducía en una dulce fantasía donde todo era perfecto si la abrazaba. Era mi hija. Era mi niña. Era todo para mí. Un padre hubiese hecho cualquier cosa para protegerla, incluso dejar que su corazón se pudriera y se hundiera en el pantano. La poca humanidad que tenía ella se la fue llevando arrastrándola hasta la muerte.

Cuando ella murió, después de todo lo que ocurrió para bien y para mal, le culpé. Él estaba vivo y no tuvo el coraje suficiente de salvarla. La expuso como si fuera un monstruo. Aunque ni siquiera me amaba a mí. No nos quería. Nos despreciaba a ambos. Sin embargo, por aquellos días, yo creía que ella me adoraba. Era su padre, su madre, su ángel de la guarda, su Louis. Yo tenía que haberla protegido de las manos enloquecidas de Armand y sus descabellados planes. Pero no lo hice porque no pude, pero me vengué. Maté a todos. Los vi arder en un infierno peor que el de Lucifer.

David Talbot era un hombre honesto y anciano cuando Lestat lo conoció, pero se ha convertido en uno de los nuestros. Poco a poco, con su nuevo cuerpo y sus modales elegantes, se transformó en un buen acompañante para ambos. Era la clave para no discutir. En los oscuros días donde Lestat se apagó, como una vela soplada al viento, no me hundí en la culpabilidad gracias a él. Se convirtió en mi apoyo. Un gran apoyo que me dio la solución a un drama que aún seguía abierto. Las heridas viejas por mi hija. Merrick, una mulata espectacular, se cruzó en mi camino varias veces y él la indujo a colaborar. Ella nos traicionó y a la vez nos ayudó. Aunque nada quedó claro, salvo el odio de Claudia, pude ver el espectro de mi hija. Escuché claramente como me odiaba y despreciaba, leí su diario y sentí nauseas. Yo era su peón, no su ángel protector.

Quise morir.

¿Quién no hubiese deseado morir? Todo lo que necesitaba saber ya lo tenía. Mis lágrimas estaban marchitas. Él estaba en una capilla tumbado esperando un milagro. David se sentía herido y yo traicionado. Merrick fue un consuelo. No obstante, la muerte sí que era un gran bálsamo para mis heridas. Las curaría todas. Si bien, ni siquiera eso me permitió ese condenado imbécil. Al regresar todo el amor que le había tenido se convirtió en hiel. Odio verlo porque me recuerda a ella. Cuando lo veo no puedo dejar de ver su pequeño rostro y sus ojos llenos de odio. Sí, puede que con mis sucios tratos haya conseguido que regrese. Si bien, ¿qué es lo que tengo? Un monstruo que me detesta.


Aún deseo morir. Sin embargo, es más placentero torturar a todo aquel que condeno con sólo mirarlo. He deseado tantas veces agarrarlos a todos del cuello y partírselo. A todo aquel que se pone delante mía. Me he convertido en un asesino despiadado. Soy la misma muerte. No necesito caminar entre cementerios, pues el mundo es mi cementerio. Yo soy quien entierra la felicidad y la ahoga en lamentos. Soy esclavo del dolor y preso de éste he enloquecido. Mi mayor sueño es verlo consumirse igual que yo, sin embargo es demasiado fuerte. Ese maldito desgraciado, ese bastardo de hermosa sonrisa y sedosos cabellos dorados, nunca se hundirá conmigo. Le odio.  

sábado, 31 de mayo de 2014

El Príncipe y el Demonio



El Príncipe y el Demonio


Los escasos momentos de placer, esos tan breves que se escurrieron entre mis dedos como gotas de lluvia, quedaron atrás. El perfume de Rowan aún estaba pegado a mi camisa, condenándome a sentirlo como un cálido abrazo, mientras observaba a lo lejos aquella siniestra figura. Era la visión más terrorífica que podía tener. Aquellos cabellos castaños de reflejos dorados, algo ondulados y largos, cayendo por un rostro masculino con rasgos femeninos, como aquellos profundos ojos que me escrutaban sin medirse ni un ápice, me hicieron temblequear y tomar una decisión. Sabía que era inútil correr, pero lo hice. Deseaba esfumarme de aquel lugar, encontrar la salvación y que Dios me diese acogida entre sus ángeles. Tenía que intentarlo.

Mis pisadas hacían eco sobre las baldosas de la calzada, cortando el aire como una sombra, pero él me atrapó. Pude sentir sus manos agarrándome de los brazos empujándome hacia un callejón. Allí, cerca del barrio francés donde residía ocasionalmente, me sentí atrapado cerca de la hoja de la espada de Damocles.

Sus ojos eran azules y profundos, como las aguas de las playas caribeñas o los cielos color pastel que dibujan con cera los niños, pero tan seductores, y hermosos, que no podía dejar de verlos. Podía sentir su aliento pegándose a mi rostro, pues se había pegado a mí, y pronto también noté su cuerpo. Tenía mis brazos aprisionados por sus garras, que no eran más que sus finos dedos de uñas puntiagudas, y su pecho pegado a mi figura.

—Lestat...—susurró.

Tenía un tono de voz acaramelado, muy atractivo al oído aunque sin dejar de ser masculino, porque posiblemente deseaba adularme para hacerme caer. No comprendía porque se divertía jugando conmigo de ese modo. Estaba harto, cansado y frustrado por sus juegos.

—¿Por qué?—pregunté algo aterrado. Deseaba respuestas y él me las daría.

—¿Por qué?—respondió repitiendo como si fuera un viejo eco—. Es divertido.

—¡Tu diversión me agota y hace daño!—exclamé furioso intentando soltarme—. Déjame, ve con ese maldito brujo y diviértete. Habéis arruinado mi vida, mis sueños, mi corazón y todo lo que he podido llegar a tener. ¡No tienes escrúpulos y seguro que Dios es tan estúpido como tú mismo!—aquellas palabras no las esperaba, pero lejos de su sorpresa continuó tomándome entre sus manos—. Déjame, por favor—rompí a llorar como lo haría un chiquillo y él apartó sus manos de mis brazos, pero no su cuerpo.

—¿Por qué lloras?—susurró tocando mis lágrimas con la punta de sus dedos, como si fuera un milagro—. La sangre de Cristo.

—Olvídame—murmuré.

—Gracias a mí bebiste de él, y viste cosas tan magníficas que aún retumban en tu mente y sé que jamás dejarás de ver los infiernos con ese encantador ojo. ¿Cuántas veces me has visto caminando o gozando de mis súcubos? ¿Tan terribles son esas visiones? Creí que me amabas y comprendías—había abarcado con sus manos mi rostro, pero yo no lo miraba. Tenía los ojos cerrados, igual que mis puños, intentando mantenerme firme.

—Deja que me marche—dije colocando mis manos sobre las suyas abriendo los ojos, para mirarlo directamente a los suyos. Seguía teniendo unas hermosas gemas, pestañas pobladas y labios carnosos que parecían titubear alguna respuesta a mis deseos—. Deja que sea libre.

—No—dijo apoyando su frente contra la mía—. No—sus labios se colocaron sobre mi frente y sentí sus besos como si fueran espinas—. No, no y no. No puedo ni quiero. No.

—Si este es un plan de Dios permite que yo hable con Él—mis palabras le arrancaron una carcajada—. ¿Qué? Deja que lo intente.

—No es el plan de Dios, pues Él no tiene nada que ver en esto—su voz era nuevamente aterciopelada, como si fuese un amante en plenas confidencias—. Ven conmigo a la capilla, ven. Yo te haré santo entre mis brazos, te llevaré a orar el amor de Dios y luego verás que los infiernos llevan tu nombre.

—No entiendo—sus pulgares acariciaban mis mejillas marcando mis pómulos, bajando hasta mi mentón y subiendo de nuevo rozando la comisura de mi boca—. Memnoch...—dije colocando mis manos sobre sus hombros, atreviéndome entonces a tocarlo tras tanto tiempo— explícame tu mensaje.

—Soy tan egoísta—dijo negando suavemente mientras me tomaba del cuello, dirigiendo su mano diestra hasta mi nuca y la zurda bajó hasta mi pecho—. No te quiero para Él.

—Tú no me amas—tuve el impulso y el arrojo necesario para decirlo, pero lo hice en un murmullo mientras lo miraba a los ojos—. No sabes amar, eres incapaz—dije en un tono más firme provocando que me mirara consternado—. Cuando me tocas de esa forma tosca, tan bruta y cargada de odio, no veo amor. No veo amor en tus besos rudos ni en tus castigos que no merezco. ¿Eso es amar? Castigas mi cuerpo, torturas mi alma y me acorralas en calles desiertas. No me amas, sólo estás obsesionado conmigo porque resulté un igual demasiado interesante. No, no me amas—recordé en aquel momento aquel sueño, en el cual era suyo y él era mío, y que me hizo vibrar en medio de los mares blancos de mis sábanas de algodón. Me odié por recordarlo, pues mis mejillas se sonrojaron y sentí un calor sofocante calcinando la escasa voluntad que poseía.

—Me deseas—se inclinó rozando sus labios contra los míos—. Me quieres sentir tanto como yo a ti, pero lo niegas—su aliento se pegaba al mío, que era gélido en comparación con el suyo.

Bajé los párpados y subí mis manos hacia su cuello, rodeándolo como si fuera una colegiala, para invitarlo a besarme. Mi cuerpo me traicionaba. Quise gritar por la mezcla de sentimientos, pero sólo me apoyé mejor contra el muro que estaba tras mi espalda y le invité a besarme entreabriendo mi boca. Él no rechazó la invitación, pues rápidamente sentí su lengua colarse entre mis labios y acariciar mis dientes, hundirse buscando mi lengua hasta enredarse y finalmente sellar su boca con la mía. Cerré mis dedos arrugando la tela de su camisa, pues sólo eso llevaba. Era una camisa negra que contrastaba con su piel clara y que llevaba algo abierta pudiéndose ver su largo cuello, la nuez de adán y parte de sus clavículas.

Mi cuerpo vibraba contra el suyo, e incluso oscilaba rozándome, mientras mi sexo se endurecía y mis piernas se abrían buscando que él se situara entre ellas. Pude notar como su mano zurda abría mi camisa, los botones saltaban golpeando el suelo y perdiéndose por la penumbra del estrecho callejón, para colar su mano buscando mi tetilla derecha. Solté un gemido ahogado cuando pellizcó el pezón, pues lo besaba desesperado.

—No...—balbuceé, apartándome de ese beso tórrido que me había dejado las piernas temblorosas.

—¡Sí!—me tomó del rostro de nuevo y me hizo mirarlo—. Sí, sí... ¡Sí!

—Amo a Rowan, no puedo ser tuyo—repliqué.

—¡Olvídate de ella! ¡Ámame a mí!—me agarró del cuello de la camisa, cerrando bien sus puños mientras arrugaba la tela—. Si me amas te daré todo lo que desees.

—¿Y si no?—pregunté—. Ya poco queda para que destruyas todo lo que realmente aprecio.

—La muerte nunca te llegará y sufrirás eternamente. Soy Memnoch, no juegues conmigo.

Su rostro tenía una expresión terrible, pero no tuve miedo. Pude ver en sus ojos la misma desesperación que yo había visto en los míos. Puse mis manos en su mentón, para luego colocarlos en su boca mientras acercaba mis labios a él. Quise calmar su furia, pero no por miedo. Veía a un igual, comprendía su dolor y quise mitigarlo. De nuevo nos unimos en un beso que me cruzaba como una sacudida eléctrica. En ese momento nos abrazamos y pude percibir que nos movíamos, llevándome con él como en aquella ocasión.

Caí sobre aquel convento helado de gruesos muros de piedra, desnudos de cualquier aislamiento, manteniendo aquel recinto con un frío espectral. Hacía frío, pero en las calles era distinto. Podía oler de nuevo los mirtos y las magnolias del jardín. San Antonio y Santa Lucía me esperaban en la capilla, como si jamás me hubiese ido, y había numerosas velas encendidas. Memnoch se había apartado dejándome libre, aunque excitado y confuso, mientras observaba las vidrieras que yo mismo había ordenado restaurar. Todo estaba limpio, el perfume de la cera se mezclaba con el incienso y las flores. Quise llorar, pero me contuve.

—Pensé que...

—Que los demonios no podemos estar en la casa de Dios—susurró acercándose a mí para colocar sus manos sobre mis hombros—. Por eso Rowan te citó allí, en la casa del Padre—sus dedos apretaron suavemente mi carne y giré mi rostro hacia él—. Pude impedir que la vieras y que la tocaras de esa forma tan impúdica, como si no temieses a Dios.

—¿Por qué no lo hiciste?—balbuceé turbado.

—Por la misma razón que te he traído aquí—me giró hacia él y comenzó a quitarme la ropa mientras hundía su rostro en mi cuello—. Te haré el amor aquí, como te lo hacía cada noche mientras permanecías inmóvil.

—No...

Me negaba, pero a la vez cedía buscando con mis dedos su cinturón. Jalé de la correa y logré desabrochar la hebilla, la tiré a un lado y bajé el cierre de la bragueta. Pronto me arrodillé frente a él, lamiendo la tela de forma lasciva, metiendo mi mano dentro del pantalón para acariciar su miembro bajo la tela. Entonces sus manos, enormes y finas, se colocaron nuevamente en mis hombros mientras me miraba con entusiasmo.

Tan sólo me había librado de mi chaqueta, mi camisa estaba fuera de mi pantalón con los botones abiertos y mis pantalones seguían sin haberse movido ni un milímetro. Él se quitó su camisa y dejó ver su pecho de musculatura marcada, aquellos brazos finos y fuertes, con aquel pelo suelto rozando sus pezones y la cruz de su espalda. Tras él estaba la imagen de Jesús crucificado, con sus ojos alzados hacia el cielo y sus labios recitando sus últimas oraciones, dando la vida por todos los hombres y el pecado que cargaban.

Memnoch desabrochó el botón principal del pantalón y lo hizo caer, me apartó un momento para quitarse la prenda seguida de la ropa interior, para mostrarse desnudo, como si fuese un tórrido milagro en medio de un lugar santo, aproximándome el glande hasta los labios; lamí este con la punta de mi lengua, saboreando el meato. Escuché como suspiraba y pude ver su boca ligeramente abierta, con sus ojos brillando por la fascinación del momento. Colocó su izquierda en mi nuca atrayéndome hacia él, con la derecha garró la base de su sexo y la pelvis hizo el resto. Mi boca se abrió lentamente aceptando aquel pene henchido, cubierto de gruesas venas, que buscaba consuelo con mi lengua viva, mis labios gruesos y mi boca grande y húmeda.

Decidí tomarme ciertas libertades acariciando sus muslos, su vientre plano y sus testículos. Él suspiraba jadeante mientras me agarraba, quizás buscando apoyo para no caer hacia delante. Llegó a echar su cabeza hacia atrás cuando saqué el miembro de mi boca, lo pegué a su vientre y comencé a succionar su escroto. Mi mano derecha terminó dentro de mi pantalón intentando consolarme. Necesitaba atenciones, pero no las pediría. Ni siquiera sabía como había llegado hasta ese momento, pero Memnoch acabó recordándomelo.

Me apartó de él con brusquedad, terminando de quitarme la ropa, para finalmente caer sobre mí. No sé porque lo hizo, quizás para evocarme ese terrible miedo, pero abrió sus alas, tan negras como la propia noche, apagando gran parte de las velas que se hallaban encendidas. Colocó alrededor del cuello su cinturón, para cerrarlo y apretarme con él. Reconozco que de inmediato comencé a llorar, pues sabía que era salvaje y cruel, pero él pareció recapacitar alejando la tira de cuero. Con cuidado me abrió las piernas, acariciando mis muslos y vientre, mientras mis brazos lo buscaban para rodearlo. Segundos más tarde él estaba dentro, abriéndose paso decidido con un ritmo candente que iba elevándose como los gritos de los infiernos hacia el cielo.

Las velas flameaban a nuestro alrededor, los gruesos muros parecían haber retenido el calor de nuestros cuerpos y aquella capilla tan fría se transformó en un nido cálido, confortable y perfecto para hacer el amor. Su boca se fundió con la mía enredando nuestras lenguas una vez más, en una lucha encarnizada. Mis dedos tocaban el vello de su nuca, para terminar deslizándose por su espalda hasta sus costados y de éstos hasta su cadera. Le arañé, juro que lo hice, y el aroma a sangre me invadió deseándolo.

—Bebe—dijo entre jadeos—. Bebe—me ordenó.

Mis colmillos punzaban cuando los enterré en su hombro derecho, bebiendo de él como me había propuesto, y comencé a ver una serie de imágenes que me turbaron. Era él observándome, persiguiéndome allá donde iba, sintiendo una obsesión insana por mí y finalmente todos los amantes que tenía a los cuales trataba como desechos. ¿Qué quería decir todo aquello? ¿Qué? Él era un demonio, podía mentir y confundirme. Sin embargo, lo que veía en la sangre parecía tan cierto que me enloquecía. Sólo había conocido dos amores así, el de Louis y el de Rowan. Louis dejó pronto de amarme y Rowan era un caso imposible, pero a pesar de ello seguía tras ella como un loco que persigue una estrella. Ellos dos me habían amado de ese modo, tan lleno de contradicciones, y ahora me mostraba esas mismas contradicciones mezcladas con los horrores que habitualmente soportaba.

—Me amas—mis palabras sonaron como dagas surgidas de mis dientes manchados de sangre—. Me amas—jadeaba buscando sus ojos impacientes e impactantes. Cada mirada suya me calentaba aún más y me sentía lascivo. Mis caderas se movían como si fuese la cola de una serpiente y me enroscaba en él mientras notaba sus dientes desfilar por mis pezones, mordisqueándolos y succionándolos, haciéndome gemir sin pudor alguno.

Él no dijo nada. Por su parte sólo embistió con mayor fuerza mientras me hacía gritar su nombre como el fervor una puta bien entrenada. Mis piernas estaban bien abiertas, aunque mis muslos presionaban su cuerpo, sus caderas se movían rápidas y mis uñas llevaban un buen rato clavadas cerca de sus nalgas. Finalmente, deslicé mis dedos hasta su trasero y apreté con deseo mientras mordisqueaba su cuello, por supuesto clavando de nuevo mis dientes hasta perforar la piel. Bebí de nuevo deseando tener mayor profundidad en cada embestida, sintiendo así el paraíso, mientras él seguía jadeando y gimiendo.

No sé cuando ocurrió, pero en un momento dado cambiamos la posición. Quedé sobre él, con mis manos en su torso, mientras cabalgaba con un trote rápido. Me penetraba yo mismo, arrancándome unos gemidos espantosos debido al eco, y él tan sólo me agarraba de la cintura con el rostro cargado de placer y satisfacción. Eyaculé poco después, manchando su torso y el mío, para percibir como él llegaba rápidamente al final tras unas embestidas más.

Mis ojos se perdieron en aquel rostro satisfecho, dejándose ir por completo, mientras sus caderas terminaban de moverse. Su boca estaba abierta soltando algunos jadeos y gruñidos, su ceño ligeramente fruncido y sus manos colocadas a ambos lados de mi costado. Estaba lleno de él, completamente lleno, y al salir me sentí vacío y roto. Rápidamente sentí sus labios recorrer mi rostro mientras caía cansado. No había sido como las otras veces, pero sin duda era la más aterradora de todas por mis confusos sentimientos y los suyos expuestos como si fueran un libro abierto.

Desperté horas más tarde tumbado sobre su pecho, en medio de aquella capilla, con él rodeándome como si fuera de su propiedad. Decidí marcharme e intenta no pensar. Él era el culpable de todo y aún así le había permitido tocarme de ese modo. Me sentía confuso y aún hoy, después de haber pasado unos días, lo sigo estando. No puedo olvidar las imágenes que vi al beber de su sangre y tampoco su mirada fija en mí, acariciando mi cuerpo y rogándome que lo amase más que a mí mismo.

De nuevo me encuentro perdido como en aquellos días, casi enloquecido, y siento que todas mis preguntas jamás serán respondidas. Sigo pensando que es un juego cruel y yo sólo soy la marioneta, pero a la vez deseo creer que realmente es algo más. Amo a Rowan, mi amor por ella es indestructible, pero si no sintiera algo por él no me dejaría tocar de ese modo. Cuando estoy a su lado soy suyo, sin importar cualquier otro sentimiento, y quedo confinado a los infiernos más placenteros. Puedo tocar el cielo con la punta de mis dedos, siento que obran conmigo el mayor milagro y cuando siento sus cálidos fluidos llenándome caigo a los infiernos del delirio. Tal vez no debí marcharme, pero necesitaba huir de nuevo. No sé ya a quién acudir, pues sé que si lo hago con David puede terminar confundido y entristecido. Ya no tengo fuerzas para seguir jugando y a la vez, por tortuoso que suene, deseo que así suceda. Algo en mí cambió en el suelo frío de aquella capilla.

¿Amo al demonio? ¿Es simplemente un demonio? ¿Por qué me persigue? ¿Es su amor tan intenso? ¿Puede un demonio amar más que a su propio Dios y su destino? Es un locura... una locura... y aún así no dejo de pensar en cada pregunta mientras se une una nueva.


Tengo miedo.

Lestat de Lioncourt

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Jony la gente está muy loca... 

Jonathan y yo hemos realizado esto para las fans que insistentemente estos días han pedido que se publicara. Gracias por vuestro fanatismo lleno de humor y vuestra amistad.   

Ambos queremos agradeceros todo de ésta forma. 

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt