El Príncipe y el Demonio
Los escasos momentos de placer, esos
tan breves que se escurrieron entre mis dedos como gotas de lluvia,
quedaron atrás. El perfume de Rowan aún estaba pegado a mi camisa,
condenándome a sentirlo como un cálido abrazo, mientras observaba a
lo lejos aquella siniestra figura. Era la visión más terrorífica
que podía tener. Aquellos cabellos castaños de reflejos dorados,
algo ondulados y largos, cayendo por un rostro masculino con rasgos
femeninos, como aquellos profundos ojos que me escrutaban sin medirse
ni un ápice, me hicieron temblequear y tomar una decisión. Sabía
que era inútil correr, pero lo hice. Deseaba esfumarme de aquel
lugar, encontrar la salvación y que Dios me diese acogida entre sus
ángeles. Tenía que intentarlo.
Mis pisadas hacían eco sobre las
baldosas de la calzada, cortando el aire como una sombra, pero él me
atrapó. Pude sentir sus manos agarrándome de los brazos empujándome
hacia un callejón. Allí, cerca del barrio francés donde residía
ocasionalmente, me sentí atrapado cerca de la hoja de la espada de
Damocles.
Sus ojos eran azules y profundos, como
las aguas de las playas caribeñas o los cielos color pastel que
dibujan con cera los niños, pero tan seductores, y hermosos, que no
podía dejar de verlos. Podía sentir su aliento pegándose a mi
rostro, pues se había pegado a mí, y pronto también noté su
cuerpo. Tenía mis brazos aprisionados por sus garras, que no eran
más que sus finos dedos de uñas puntiagudas, y su pecho pegado a mi
figura.
—Lestat...—susurró.
Tenía un tono de voz acaramelado, muy
atractivo al oído aunque sin dejar de ser masculino, porque
posiblemente deseaba adularme para hacerme caer. No comprendía
porque se divertía jugando conmigo de ese modo. Estaba harto,
cansado y frustrado por sus juegos.
—¿Por qué?—pregunté algo
aterrado. Deseaba respuestas y él me las daría.
—¿Por qué?—respondió repitiendo
como si fuera un viejo eco—. Es divertido.
—¡Tu diversión me agota y hace
daño!—exclamé furioso intentando soltarme—. Déjame, ve con ese
maldito brujo y diviértete. Habéis arruinado mi vida, mis sueños,
mi corazón y todo lo que he podido llegar a tener. ¡No tienes
escrúpulos y seguro que Dios es tan estúpido como tú
mismo!—aquellas palabras no las esperaba, pero lejos de su sorpresa
continuó tomándome entre sus manos—. Déjame, por favor—rompí
a llorar como lo haría un chiquillo y él apartó sus manos de mis
brazos, pero no su cuerpo.
—¿Por qué lloras?—susurró
tocando mis lágrimas con la punta de sus dedos, como si fuera un
milagro—. La sangre de Cristo.
—Olvídame—murmuré.
—Gracias a mí bebiste de él, y
viste cosas tan magníficas que aún retumban en tu mente y sé que
jamás dejarás de ver los infiernos con ese encantador ojo. ¿Cuántas
veces me has visto caminando o gozando de mis súcubos? ¿Tan
terribles son esas visiones? Creí que me amabas y comprendías—había
abarcado con sus manos mi rostro, pero yo no lo miraba. Tenía los
ojos cerrados, igual que mis puños, intentando mantenerme firme.
—Deja que me marche—dije colocando
mis manos sobre las suyas abriendo los ojos, para mirarlo
directamente a los suyos. Seguía teniendo unas hermosas gemas,
pestañas pobladas y labios carnosos que parecían titubear alguna
respuesta a mis deseos—. Deja que sea libre.
—No—dijo apoyando su frente contra
la mía—. No—sus labios se colocaron sobre mi frente y sentí sus
besos como si fueran espinas—. No, no y no. No puedo ni quiero. No.
—Si este es un plan de Dios permite
que yo hable con Él—mis palabras le arrancaron una carcajada—.
¿Qué? Deja que lo intente.
—No es el plan de Dios, pues Él no
tiene nada que ver en esto—su voz era nuevamente aterciopelada,
como si fuese un amante en plenas confidencias—. Ven conmigo a la
capilla, ven. Yo te haré santo entre mis brazos, te llevaré a orar
el amor de Dios y luego verás que los infiernos llevan tu nombre.
—No entiendo—sus pulgares
acariciaban mis mejillas marcando mis pómulos, bajando hasta mi
mentón y subiendo de nuevo rozando la comisura de mi boca—.
Memnoch...—dije colocando mis manos sobre sus hombros, atreviéndome
entonces a tocarlo tras tanto tiempo— explícame tu mensaje.
—Soy tan egoísta—dijo negando
suavemente mientras me tomaba del cuello, dirigiendo su mano diestra
hasta mi nuca y la zurda bajó hasta mi pecho—. No te quiero para
Él.
—Tú no me amas—tuve el impulso y
el arrojo necesario para decirlo, pero lo hice en un murmullo
mientras lo miraba a los ojos—. No sabes amar, eres incapaz—dije
en un tono más firme provocando que me mirara consternado—. Cuando
me tocas de esa forma tosca, tan bruta y cargada de odio, no veo
amor. No veo amor en tus besos rudos ni en tus castigos que no
merezco. ¿Eso es amar? Castigas mi cuerpo, torturas mi alma y me
acorralas en calles desiertas. No me amas, sólo estás obsesionado
conmigo porque resulté un igual demasiado interesante. No, no me
amas—recordé en aquel momento aquel sueño, en el cual era suyo y
él era mío, y que me hizo vibrar en medio de los mares blancos de
mis sábanas de algodón. Me odié por recordarlo, pues mis mejillas
se sonrojaron y sentí un calor sofocante calcinando la escasa
voluntad que poseía.
—Me deseas—se inclinó rozando sus
labios contra los míos—. Me quieres sentir tanto como yo a ti,
pero lo niegas—su aliento se pegaba al mío, que era gélido en
comparación con el suyo.
Bajé los párpados y subí mis manos
hacia su cuello, rodeándolo como si fuera una colegiala, para
invitarlo a besarme. Mi cuerpo me traicionaba. Quise gritar por la
mezcla de sentimientos, pero sólo me apoyé mejor contra el muro que
estaba tras mi espalda y le invité a besarme entreabriendo mi boca.
Él no rechazó la invitación, pues rápidamente sentí su lengua
colarse entre mis labios y acariciar mis dientes, hundirse buscando
mi lengua hasta enredarse y finalmente sellar su boca con la mía.
Cerré mis dedos arrugando la tela de su camisa, pues sólo eso
llevaba. Era una camisa negra que contrastaba con su piel clara y que
llevaba algo abierta pudiéndose ver su largo cuello, la nuez de adán
y parte de sus clavículas.
Mi cuerpo vibraba contra el suyo, e
incluso oscilaba rozándome, mientras mi sexo se endurecía y mis
piernas se abrían buscando que él se situara entre ellas. Pude
notar como su mano zurda abría mi camisa, los botones saltaban
golpeando el suelo y perdiéndose por la penumbra del estrecho
callejón, para colar su mano buscando mi tetilla derecha. Solté un
gemido ahogado cuando pellizcó el pezón, pues lo besaba
desesperado.
—No...—balbuceé, apartándome de
ese beso tórrido que me había dejado las piernas temblorosas.
—¡Sí!—me tomó del rostro de
nuevo y me hizo mirarlo—. Sí, sí... ¡Sí!
—Amo a Rowan, no puedo ser
tuyo—repliqué.
—¡Olvídate de ella! ¡Ámame a
mí!—me agarró del cuello de la camisa, cerrando bien sus puños
mientras arrugaba la tela—. Si me amas te daré todo lo que desees.
—¿Y si no?—pregunté—. Ya poco
queda para que destruyas todo lo que realmente aprecio.
—La muerte nunca te llegará y
sufrirás eternamente. Soy Memnoch, no juegues conmigo.
Su rostro tenía una expresión
terrible, pero no tuve miedo. Pude ver en sus ojos la misma
desesperación que yo había visto en los míos. Puse mis manos en su
mentón, para luego colocarlos en su boca mientras acercaba mis
labios a él. Quise calmar su furia, pero no por miedo. Veía a un
igual, comprendía su dolor y quise mitigarlo. De nuevo nos unimos en
un beso que me cruzaba como una sacudida eléctrica. En ese momento
nos abrazamos y pude percibir que nos movíamos, llevándome con él
como en aquella ocasión.
Caí sobre aquel convento helado de
gruesos muros de piedra, desnudos de cualquier aislamiento,
manteniendo aquel recinto con un frío espectral. Hacía frío, pero
en las calles era distinto. Podía oler de nuevo los mirtos y las
magnolias del jardín. San Antonio y Santa Lucía me esperaban en la
capilla, como si jamás me hubiese ido, y había numerosas velas
encendidas. Memnoch se había apartado dejándome libre, aunque
excitado y confuso, mientras observaba las vidrieras que yo mismo
había ordenado restaurar. Todo estaba limpio, el perfume de la cera
se mezclaba con el incienso y las flores. Quise llorar, pero me
contuve.
—Pensé que...
—Que los demonios no podemos estar en
la casa de Dios—susurró acercándose a mí para colocar sus manos
sobre mis hombros—. Por eso Rowan te citó allí, en la casa del
Padre—sus dedos apretaron suavemente mi carne y giré mi rostro
hacia él—. Pude impedir que la vieras y que la tocaras de esa
forma tan impúdica, como si no temieses a Dios.
—¿Por qué no lo hiciste?—balbuceé
turbado.
—Por la misma razón que te he traído
aquí—me giró hacia él y comenzó a quitarme la ropa mientras
hundía su rostro en mi cuello—. Te haré el amor aquí, como te lo
hacía cada noche mientras permanecías inmóvil.
—No...
Me negaba, pero a la vez cedía
buscando con mis dedos su cinturón. Jalé de la correa y logré
desabrochar la hebilla, la tiré a un lado y bajé el cierre de la
bragueta. Pronto me arrodillé frente a él, lamiendo la tela de
forma lasciva, metiendo mi mano dentro del pantalón para acariciar
su miembro bajo la tela. Entonces sus manos, enormes y finas, se
colocaron nuevamente en mis hombros mientras me miraba con
entusiasmo.
Tan sólo me había librado de mi
chaqueta, mi camisa estaba fuera de mi pantalón con los botones
abiertos y mis pantalones seguían sin haberse movido ni un
milímetro. Él se quitó su camisa y dejó ver su pecho de
musculatura marcada, aquellos brazos finos y fuertes, con aquel pelo
suelto rozando sus pezones y la cruz de su espalda. Tras él estaba
la imagen de Jesús crucificado, con sus ojos alzados hacia el cielo
y sus labios recitando sus últimas oraciones, dando la vida por
todos los hombres y el pecado que cargaban.
Memnoch desabrochó el botón principal
del pantalón y lo hizo caer, me apartó un momento para quitarse la
prenda seguida de la ropa interior, para mostrarse desnudo, como si
fuese un tórrido milagro en medio de un lugar santo, aproximándome
el glande hasta los labios; lamí este con la punta de mi lengua,
saboreando el meato. Escuché como suspiraba y pude ver su boca
ligeramente abierta, con sus ojos brillando por la fascinación del
momento. Colocó su izquierda en mi nuca atrayéndome hacia él, con
la derecha garró la base de su sexo y la pelvis hizo el resto. Mi
boca se abrió lentamente aceptando aquel pene henchido, cubierto de
gruesas venas, que buscaba consuelo con mi lengua viva, mis labios
gruesos y mi boca grande y húmeda.
Decidí tomarme ciertas libertades
acariciando sus muslos, su vientre plano y sus testículos. Él
suspiraba jadeante mientras me agarraba, quizás buscando apoyo para
no caer hacia delante. Llegó a echar su cabeza hacia atrás cuando
saqué el miembro de mi boca, lo pegué a su vientre y comencé a
succionar su escroto. Mi mano derecha terminó dentro de mi pantalón
intentando consolarme. Necesitaba atenciones, pero no las pediría.
Ni siquiera sabía como había llegado hasta ese momento, pero
Memnoch acabó recordándomelo.
Me apartó de él con brusquedad,
terminando de quitarme la ropa, para finalmente caer sobre mí. No sé
porque lo hizo, quizás para evocarme ese terrible miedo, pero abrió
sus alas, tan negras como la propia noche, apagando gran parte de las
velas que se hallaban encendidas. Colocó alrededor del cuello su
cinturón, para cerrarlo y apretarme con él. Reconozco que de
inmediato comencé a llorar, pues sabía que era salvaje y cruel,
pero él pareció recapacitar alejando la tira de cuero. Con cuidado
me abrió las piernas, acariciando mis muslos y vientre, mientras mis
brazos lo buscaban para rodearlo. Segundos más tarde él estaba
dentro, abriéndose paso decidido con un ritmo candente que iba
elevándose como los gritos de los infiernos hacia el cielo.
Las velas flameaban a nuestro
alrededor, los gruesos muros parecían haber retenido el calor de
nuestros cuerpos y aquella capilla tan fría se transformó en un
nido cálido, confortable y perfecto para hacer el amor. Su boca se
fundió con la mía enredando nuestras lenguas una vez más, en una
lucha encarnizada. Mis dedos tocaban el vello de su nuca, para
terminar deslizándose por su espalda hasta sus costados y de éstos
hasta su cadera. Le arañé, juro que lo hice, y el aroma a sangre me
invadió deseándolo.
—Bebe—dijo entre jadeos—. Bebe—me
ordenó.
Mis colmillos punzaban cuando los
enterré en su hombro derecho, bebiendo de él como me había
propuesto, y comencé a ver una serie de imágenes que me turbaron.
Era él observándome, persiguiéndome allá donde iba, sintiendo una
obsesión insana por mí y finalmente todos los amantes que tenía a
los cuales trataba como desechos. ¿Qué quería decir todo aquello?
¿Qué? Él era un demonio, podía mentir y confundirme. Sin embargo,
lo que veía en la sangre parecía tan cierto que me enloquecía.
Sólo había conocido dos amores así, el de Louis y el de Rowan.
Louis dejó pronto de amarme y Rowan era un caso imposible, pero a
pesar de ello seguía tras ella como un loco que persigue una
estrella. Ellos dos me habían amado de ese modo, tan lleno de
contradicciones, y ahora me mostraba esas mismas contradicciones
mezcladas con los horrores que habitualmente soportaba.
—Me amas—mis palabras sonaron como
dagas surgidas de mis dientes manchados de sangre—. Me amas—jadeaba
buscando sus ojos impacientes e impactantes. Cada mirada suya me
calentaba aún más y me sentía lascivo. Mis caderas se movían como
si fuese la cola de una serpiente y me enroscaba en él mientras
notaba sus dientes desfilar por mis pezones, mordisqueándolos y
succionándolos, haciéndome gemir sin pudor alguno.
Él no dijo nada. Por su parte sólo
embistió con mayor fuerza mientras me hacía gritar su nombre como
el fervor una puta bien entrenada. Mis piernas estaban bien abiertas,
aunque mis muslos presionaban su cuerpo, sus caderas se movían
rápidas y mis uñas llevaban un buen rato clavadas cerca de sus
nalgas. Finalmente, deslicé mis dedos hasta su trasero y apreté con
deseo mientras mordisqueaba su cuello, por supuesto clavando de nuevo
mis dientes hasta perforar la piel. Bebí de nuevo deseando tener
mayor profundidad en cada embestida, sintiendo así el paraíso,
mientras él seguía jadeando y gimiendo.
No sé cuando ocurrió, pero en un
momento dado cambiamos la posición. Quedé sobre él, con mis manos
en su torso, mientras cabalgaba con un trote rápido. Me penetraba yo
mismo, arrancándome unos gemidos espantosos debido al eco, y él tan
sólo me agarraba de la cintura con el rostro cargado de placer y
satisfacción. Eyaculé poco después, manchando su torso y el mío,
para percibir como él llegaba rápidamente al final tras unas
embestidas más.
Mis ojos se perdieron en aquel rostro
satisfecho, dejándose ir por completo, mientras sus caderas
terminaban de moverse. Su boca estaba abierta soltando algunos jadeos
y gruñidos, su ceño ligeramente fruncido y sus manos colocadas a
ambos lados de mi costado. Estaba lleno de él, completamente lleno,
y al salir me sentí vacío y roto. Rápidamente sentí sus labios
recorrer mi rostro mientras caía cansado. No había sido como las
otras veces, pero sin duda era la más aterradora de todas por mis
confusos sentimientos y los suyos expuestos como si fueran un libro
abierto.
Desperté horas más tarde tumbado
sobre su pecho, en medio de aquella capilla, con él rodeándome como
si fuera de su propiedad. Decidí marcharme e intenta no pensar. Él
era el culpable de todo y aún así le había permitido tocarme de
ese modo. Me sentía confuso y aún hoy, después de haber pasado
unos días, lo sigo estando. No puedo olvidar las imágenes que vi al
beber de su sangre y tampoco su mirada fija en mí, acariciando mi
cuerpo y rogándome que lo amase más que a mí mismo.
De nuevo me encuentro perdido como en
aquellos días, casi enloquecido, y siento que todas mis preguntas
jamás serán respondidas. Sigo pensando que es un juego cruel y yo
sólo soy la marioneta, pero a la vez deseo creer que realmente es
algo más. Amo a Rowan, mi amor por ella es indestructible, pero si
no sintiera algo por él no me dejaría tocar de ese modo. Cuando
estoy a su lado soy suyo, sin importar cualquier otro sentimiento, y
quedo confinado a los infiernos más placenteros. Puedo tocar el
cielo con la punta de mis dedos, siento que obran conmigo el mayor
milagro y cuando siento sus cálidos fluidos llenándome caigo a los
infiernos del delirio. Tal vez no debí marcharme, pero necesitaba
huir de nuevo. No sé ya a quién acudir, pues sé que si lo hago con
David puede terminar confundido y entristecido. Ya no tengo fuerzas
para seguir jugando y a la vez, por tortuoso que suene, deseo que así
suceda. Algo en mí cambió en el suelo frío de aquella capilla.
¿Amo al demonio? ¿Es simplemente un
demonio? ¿Por qué me persigue? ¿Es su amor tan intenso? ¿Puede un
demonio amar más que a su propio Dios y su destino? Es un locura...
una locura... y aún así no dejo de pensar en cada pregunta mientras
se une una nueva.
Tengo miedo.
Lestat de Lioncourt
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Jony la gente está muy loca...
Jonathan y yo hemos realizado esto para las fans que insistentemente estos días han pedido que se publicara. Gracias por vuestro fanatismo lleno de humor y vuestra amistad.
Ambos queremos agradeceros todo de ésta forma.
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