El siguiente texto es un pequeño desahogo de Armand, un regalo para Benji y su verdad.
Lestat de Lioncourt
JAMÁS
¿Cómo explicarte cuanto te amo? Es
como querer tapar el sol con un dedo, alcanzar las estrellas
estirando las manos o querer esconder toda la arena del desierto bajo
una alfombra. ¿Cómo hacerlo? No puedo explicar algo tan complejo e
intenso, pues me siento pequeño y débil ante la complejidad que
siento. Tus ondulados cabellos azabaches caen sobre tu frente
tostada, tus párpados de largas pestañas están echados y tienes
una postura similar a la de un querubín de bizantino.
Si supieras que eres mi gran esperanza
y el ángel al que debo rezar cada amanecer. Tú, con tu pequeño
ingenio y tus deseos de vivir, conquistaste mi corazón dejándome
sin argumentos válidos para separarme de ti. No, no te confundas mi
pequeño, yo no soy quien te cuida porque eres tú quien cuida mi
alma.
No puedo contenerme cuando te veo
dormir, aferrado a algún libro o un objeto que acabas de robar, y me
siento a tu lado acariciando tus cabellos de seda, tus mejillas
llenas y tus pequeños labios. Tienes un aspecto tan diminuto como
encantador. Tus manos son las de un niño, pero tus pensamientos y
deseos son iguales a los de cualquier hombre. Un niño eterno, con
una eterna voz dulce y unos ojos tan grandes como las aceitunas
negras de los bodegones.
Soy Armand el vampiro, el monstruo de
la Alquimia, el ángel de alas negras, el muchacho de las pinturas al
óleo custodiada por los sabios de Talamasca, el director de un
teatro cargado de misterio, el niño descalzo de las calles más
tétricas de París, el líder de la secta de Francia, el joven que
fue feliz en Venecia e iba para monje en las congeladas calles de
Kiev y tú eres su mayor tesoro. Tú mi pequeño ángel, por eso te
beso la frente y me tumbo a tu lado para contemplarte.
Jamás permitiré que alguien te dañe
como me ha dañado a mí. Jamás.
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