Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 30 de mayo de 2014

Leonore - ARCHIVO TALAMASCA

Segunda parte de este peculiar archivo. David me deja subirlo aquí para que quede guardado. ¿Se atreven a saber un poco más? Ya pronto sabrán de qué se trata.

Lestat de Lioncourt

PASOS

Había regresado a su confortable hogar y observaba ensimismado una de las velas que Louis había encendido. Su compañero leía lentamente uno de sus viejos libros, pasaba las hojas con delicadeza y acariciaba las líneas como si fuesen un tesoro. El rostro tranquilo, casi imperturbable, que poseía era radicalmente distinto a los ojos verdes, amenazadores, como los de un felino que parecía querer saltar sobre él. Podía sentir miedo a su lado y a la vez una peligrosa fascinación, pero en esos momentos lo único que se preguntaba era si debía compartir con él sus impresiones. No tenía a nadie más.

—¿Crees que debería implicarme en mi último caso?—lanzó aquella pregunta y Louis decidió cerrar el libro, girar su rostro hacia él y clavar aquellos ojos inquisidores que eran dagas, unas dagas ardientes de un verde intenso—. ¿Cuál es tu opinión?—susurró cuestionándose si había sido buena idea.

—Siempre haces lo que crees que debes hacer, igual que Lestat. Eres un alma libre para ir de aquí para allá, sin importarte demasiado qué puede pensar alguien que siempre espera tu regreso. Sí, espero tu regreso aunque tu compañía a veces está de más. Como ahora, está de más. No quiero ofenderte David, no quiero. Sin embargo, esos pensamientos tuyos, que a pesar que no puedo leer, siento golpear en mi nuca, y contra cada objeto de la habitación, me perturba—dejó que sus palabras no sonaran cálidas, pero eran sinceras y eso era mucho más que cualquier frase compasiva—. Ve si quieres, si piensas que podrás hacer algo, y si no lo ves factible simplemente quédate—se encogió de hombros, acarició su chaleco negro con botones de nácar y abrió el libro para seguir leyendo—. A mí no e impliques en tus decisiones—dijo ahogándose de nuevo en su lectura.

David decidió incorporarse de la mesa de aquel pequeño despacho, tomó las carpetas y las amontonó para meterlas en su maletín, añadió un par de grabadoras, cintas, bolígrafos, lapiceros y folios para luego encaminarse hasta Louis, besando su mejilla.

—Volveré en unas noches—le aseguró.

—Vuelve cuando hayas solucionado eso o sino jamás regreses, pues es incómodo—explicó sin girar su rostro hacia él, sin siquiera mirarle un segundo.

Aquella misma noche tomó varios vuelos con escalas, pues el día no debía atraparlo, para llegar finalmente a Londres. Durante el trayecto dormitó un par de horas, pero sin duda lo que más hizo fue leer los archivos. Leía con ferocidad lo que una vez había escrito, anotaba a un lado cada nueva impresión y retomaba las palabras de la joven.

Ella podía no estar enterrada allí, pero había huesos enterrados porque él mismo los había visto. La familia ocupante de la casa, o más bien propietaria ahora del terreno, deseaba desesperadamente poder hacer vida allí. Pero a él lo único que le interesaba era el misterio en sí.

Nada más llegar a Londres caminó por las calles con cautela, pues los miembros de Talamasca eran más activos en la ciudad que en ningún otro lugar. La red de contactos de esas sofisticadas criaturas humanas, con poderes paranormales, era intrincada y perfectamente coordinada. Él sabía como actuaban, porque había sido parte de ellos, y deseaba mantenerlos al margen.

La vivienda se encontraba en pleno centro de Londres, donde el tráfico a pesar de todo no era excesivamente fluido. Los peatones se arrollaban unos a otros, los vehículos circulaban constantemente, el sonido de cientos de voces y pisadas se mezclaban con el colorido de las pieles y de los diversos carteles que podían verse a un lado y a otro de las calles. Entró en uno de los apartamentos más lujosos, el edificio era bastante atractivo y sólido, pero dentro era sobrio como todo buen inglés. Eran tan sólo las ocho de la tarde.

Decidió tomar las escaleras, pues no quería esperar un ascensor debido a la emoción que sentía. Había avisado antes de salir que llegaría en breve, pero no dijo realmente a qué hora. No quería parecer descortés apareciendo en mitad de la cena, sin embargo la causa era importante y quizás sólo les robaría unos minutos.

Al tocar el timbre sintió un chispazo recorriendo su cuerpo, traspasando su alma, y entonces volvió a verla en el cementerio con esos hermosos ojos clavados en él. La puerta cedió y abrió una joven, muy bonita, que era parte del servicio. La chica tenía la tez canela, ojos azules y una abundante cabellera negra muy rizada.

—¿Sr. Talbot?

—Sí—respondió con un leve ademán de su cabeza.

—Acompáñeme—dijo alisando las arrugas de su delantal blanco, aunque no parecía arrugado en absoluto.

La siguió observando el suelo perfectamente enmoquetado, el papel pintado estilo Tudor, los encantadores cuadros llenos de recuerdos y los hermosos lienzos de artistas que pocos reconocerían. En el salón, frente a una sopa, se encontraba la última mujer del linaje en compañía de su hijo, un joven de unos treinta años, que miraba ensimismado la televisión.

—Lamento haber llegado cuando usted disfrutaba de su cena—confesó.

—No hay pérdida—susurró la anciana, que parecía rondar los setenta años, para verle bien con unos ojillos pequeños y surcados de arrugas.

—Venía a... —ya se lo había dicho por teléfono así que el muchacho intervino.

—Quiere saber sobre la muerte de una de nuestras antepasadas. Si bien, la historia que tenemos que contarle es demasiado cruel y terrible para ventilarla—dijo observándolo con cierto interés.


El muchacho tenía una curiosidad despierta sobre David, el cual se movía como un inglés pero no tenía el típico aspecto de un hombre de su país. Acento, ropa y modales pero no rasgos faciales. La tez de David era oscura, sus ojos algo rasgados, pero el resto de sus facciones eran una mezcla europea. Sí, sin duda el muchacho tenía una curiosidad manifiesta en su invitado y David lo sentía, sabía que quería saber de él y de su procedencia. El vampiro no se lo permitiría, como tampoco a su adorable madre que seguía tomando su sopa.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt